La perfección del ojo clínico
| 2 de Marzo de 2016 | 03:03

Nacido en la región italiana de Ancona el 4 de junio de 1885, Rodolfo Rossi fue un médico que despertó la admiración de sus pares y que trazó un camino de docencia que aún hoy las nuevas generaciones de médicos saben valorar.
Su padre, Dionisio, era arquitecto y había sido contratado por el Ingeniero Tamburini para trabajar en grandes edificios públicos, entre otros el Teatro Colón, en 1890. Sus padres volvieron a Italia pero Rodolfo, que por entonces tenía 12 años, se quedó en la Argentina con dos hermanos mayores.
Los estudios primarios los realizó en la capital federal, en la escuela Catedral al Norte y la escuela secundaria en el Colegio Central Buenos Aires. Ingresó en la facultad de Medicina de Buenos Aires en 1904, egresando de la misma en 1911.
Se radicó en La Plata en 1908, viajando a Buenos Aires diariamente para completar sus estudios. Su carrera profesional la desarrolló en nuestra ciudad y fue aquí donde sentó las profundas bases de su conocimiento. Como bien lo destacó el profesor emérito Bernardo Eliseo Manzino en el trabajo “Historia de la medicina platense”, la actuación hospitalaria de Rossi fue “importante e ininterrumpida desde su graduación. Fue médico de la Asistencia Pública, del Hospital Misericordia, del Hospital de Niños, director y luego Inspector General de la Liga Popular contra la Tuberculosis; Primario de Clínica Médica y jefe de sala del Hospital Italiano, siendo su director entre 1941 y 1943. Pero, sin duda alguna, cuando uno lo evoca en su actividad asistencial, inmediatamente se lo traslada a su querida sala I del Hospital Policlínico de La Plata, donde se desempeñó como jefe desde 1922 hasta 1955. Es el lugar donde más se lo identifica y más se lo recuerda. Allí estuvo rodeado por un grupo de brillantes discípulos, muchos de los cuales se han destacado en el ejercicio profesional, llegando a ocupar los cargos de profesores titulares y adjuntos de diferentes cátedras de nuestra facultad”.
A su lado se formaron profesionales platenses de sólido prestigio como René Favaloro
Entre sus aportes a la medicina platense es digno destacar que fue quien realizó la primera esplenectomía de urgencia. Adquirió de su bolsillo el primer aparato de Rayos X y el primer electrocardiógrafo, que fueron instalados en la Sala I del Policlínico.
Fue, además, el primero en efectuar una broncografía con lipiodol; en usar insulina en nuestra ciudad e introdujo el tratamiento de la anemia perniciosa, haciéndole ingerir a los enfermos hígado crudo.
Desde muy joven inició la carrera docente comenzando como profesor libre y accediendo en el año 1936, a la primera Cátedra de Clínica Médica, después de haber competido con seis destacados docentes de la facultad de Medicina de Buenos Aires.
Fue también Vicedecano e interventor en la Facultad de Medicina de La Plata. A su lado se formaron profesionales platenses de sólido prestigio como René Favaloro. Murió en La Plata el 17 de enero de 1969, en su casa de la calle 7 Nº 1316. Pero su obra sigue intacta y recordada como siempre. Tal cual lo destaca el brillante médico que también fue Eliseo Manzino, “Rossi atesoraba todas esas cualidades. Conoció la forma solapada con que muchas enfermedades atacan. Reconoció a esa desagradable intrusa en todas sus manifestaciones. Fue su enemigo implacable y la venció en todas las oportunidades que pudo, ayudado por sus conocimientos, su talento y dedicación. Supo detectar las enfermedades en su iniciación, cuando el lenguaje de los órganos recién comienza a exteriorizarse con los síntomas. Se adelantaba a los signos, que muchas veces son más lejanos, más tardíos, más peligrosos. Su sólida formación semiológica le permitió realizar diagnósticos sorprendentes. En esa tarea le ayudaba en forma extraordinaria su gran ojo clínico, esa cualidad que consiste en la orientación de primera intención basada en la observación reciente de un enfermo, pero que se funda en el recuerdo de cuadros vividos a través de una larga experiencia. Su ojo clínico fue proverbial. La simple observación de un paciente le permitía diagnosticar un hipotiroidismo, una anemia perniciosa, una estrechez mitral. Pero no era sólo el sentido visual el que había desarrollado cuidadosamente. Su oído delicado le permitía captar las más pequeñas modificaciones cardíacas, y los soplos de insuficiencia aórtica eran auscultados precozmente con el estetoscopio de madera, con la misma precisión como lo hace actualmente el más sensible biauricular”.
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