Basta de polémicas

Por SERGIO SINAY

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A juzgar por la frecuencia y la facilidad conque se usa hoy la palabra “polémica”, todos deberíamos andar con cascos, atrincherados y armados hasta los dientes. Es que “polémica” tiene su origen en el vocablo griego “polemikós”, que aludía al arte de la guerra. Los aficionados a esta práctica eran llamados “polemistés”, que significaba combatientes. Con el uso, “polémica” terminó definiendo a la práctica por la cual se aprende a atacar o a defender una posición, siempre militarmente hablando.

Vivimos en el mundo de la polémica. Escuchamos o leemos esta palabra decenas de veces por día. Está en todos los ámbitos. En el deporte, en el espectáculo, en la farándula (ese territorio ambiguo habitado por personas cuya única actividad consiste en ser famosas a cualquier precio y mediante cualquier actividad), en la política, en la moda y no sería sorprendente que invada pronto la gastronomía y una mínima variación en una receta (pasas de uva sí o pasas de uva no, aceitunas sí o aceitunas no) derive en una furiosa “polémica” entre dos chefs. Una condición que este tipo de “polémica” requiere es ser pública. Estar, como fuere, en los medios, en las redes sociales, en el chismorreo cotidiano. Así, continuamente personas y personajes de diferentes ambientes buscan con afán, a través de actitudes, declaraciones, corte de pelo, o variados recursos, instalar una “polémica”. Es decir, instalarse ellas mismas en el único lugar en el que pareciera que se sienten seguras de existir. En la mirada ajena, en el murmullo público sobre esas declaraciones o esas actitudes. Si “polémica” es guerra, a cada momento silban en nuestros oídos los proyectiles de múltiples batallas protagonizadas por “combatientes” cuya única función es esa. Polemizar.

APENAS TRANGRESIONES

Después de expandirse (en el significado y en los hechos) desde los escenarios bélicos hacia más allá, al trasladarse desde las armas a las palabras, la polémica devino en el arte de sostener perspectivas opuestas en diferentes materias: ideología, arte, ciencia, política, historia, creencias religiosas, etcétera. Por supuesto, no de sostenerlas a los balazos o cañonazos, sino con argumentos, desarrollando las capacidades del pensamiento, informándose, adquiriendo destreza en el ejercicio de la lógica. Son clásicos los torneos de debate en los cuales suelen competir equipos de estudiantes en universidades y colegios de Estados Unidos. Sus integrantes deben informarse del tema a discutir, profundizar en su posición respecto del mismo, entrenar y mejorar su uso de la palabra, su capacidad de ordenar el pensamiento a través de la expresión oral. De veras polemizan, en el mejor sentido del término.

La verdadera polémica está muy lejos de aquello a lo que hoy se aplica el término con llamativa facilidad y desconocimiento. Las “polémicas” conque nos desayunamos (y almorzamos, merendamos y cenamos) cada día, están muy lejos de serlo. La mayoría de ellas son simples transgreiones, provocaciones elementales en busca de atención (las más de las veces comprensibles en un chico, pero ridículas o desubicadas en un adulto). Un transgresor no es un polemista, sino alguien que necesita que lo miren mientras viola una norma, una regla o una ley. El transgresor necesita de esas normas para saltarlas como vallas, sin otro objetivo más que ese. No es un transformador y suele calcular sus riesgos, porque nunca se hace responsable de sus actos. No tiene argumentos, solo actos. Distinto es el caso del revolucionario, que arremete contra lo establecido con el propósito de instaurar un orden nuevo (no viene al caso aquí discutir sobre si es un orden mejor o no). El revolucionario debe desarrollar argumentos para su visión y exponerlos con claridad para convencer de que lo sigan. E incluso puede entregar su vida en el empeño. La historia nacional y universal ofrece abundantes ejemplos de verdaderas polémicas entre revolucionarios. O entre pensadores. O entre transformadores. Ninguno de ellos necesitaba insultar a la madre del otro, ni pintarse el pelo de un color llamativo, ni aparecerse vestido de manera estrafalaria, ni pararse de cabeza, ni lanzar un exabrupto en el lugar y el momento menos indicado para llevar adelante la polémica. Desenvainaban ideas, fundamentos, cuando sus polémicas trascendían públicamente ayudaban a pensar.

El revolucionario debe desarrollar argumentos para su visión y exponerlos con claridad para convencer de que lo sigan. E incluso puede entregar su vida en el empeño. La historia nacional y universal ofrece abundantes ejemplos de verdaderas polémicas entre revolucionarios. O entre pensadores. O entre transformadores.

El parlamento nacional supo ser un escenario que habitaron grandes y verdaderos polemistas, como Alfredo Palacios o Lisandro de la Torre. La polémica entre de la Torre y monseñor Gustavo Franceschi a partir de una conferencia de aquel titulada “La cuestión social y los cristianos sociales”, en 1937, está considerada entre las más apasionadas y enriquecedoras del siglo XX. Tras haber polemizado duramente con Juan B. Justo y haberse distanciado de él, Palacios le dedicó un memorable discurso de despedida cuando Justo murió en 1928. Su enfrentamiento no buscó la espectacularidad, sino la profundidad, sus polémicas los mejoraron.

En 1977 el periodista inglés David Frost entrevistó al presidente estadounidense Richard Nixon en un programa memorable que marcó un antes y después en el periodismo y en la política. Una verdadera y ejemplar polémica, sin nada más que dos hombres, una cámara, información e ideas (la película “El desafío: Frost vs. Nixon”, de 2008, dirigida por Ron Howard con Frank Langella y Michael Sheen, reproduce ese hecho de manera extraordinaria). En 2001 el canal 2 de la cadena mexicana Televisa transmitió la entrevista entre Julio Scherer (incomparable maestro de periodismo y pensador profundo) y el Subcomandante Marcos, sostenida en la Parroquia de Asunción de María, en Milpa Alta. Polémica de verdad, hasta lo más hondo, con dos hombres capaces de convertir un combate de ideas en un apasionante thriller intelectual iluminador para cualquier espectador.

PURAS CASCARAS

No cualquier cosa es una polémica. Un desacuerdo no lo es. Una discusión a los gritos no lo es. Un intercambio de insultos no lo es. Y mucho menos un comportamiento excéntrico o una transgresión caprichosa. En su sólido ensayo “La cultura de la polémica” la lingüista estadounidense Deborah Tannen señala que, en la cultura contemporánea, la provocación ha sustituido a la reflexión, y que, ante cualquier tema o situación, se batalla en lugar de argumentar. La forma en que hoy se presentan las “polémicas” (programas en los cuales nadie está dispuesto a escuchar a nadie y en los que poco importa lo que se dice sino el volumen del grito conque se lo hace, redes sociales o foros en los que el tono de los insultos revela el peligroso nivel de violencia subterránea que circula por la sociedad), son meras puestas en escena, cáscaras sin contenido. Cuando se dice que Fulano hizo una “polémica” declaración o que Mengano “le dio duro” a Perengano, o que Zetangano “lo cruzó” a Cutano, y ese tipo de cosas se lee, ve y escucha todo el día, no hay allí ninguna polémica pero sí una peligrosa naturalización de la agresión y del vacío mental.

La polémica por la polémica, dice Tannen, termina en una patética lucha por excluir o eliminar. No importa exponer razones, sino ganar. Cualquier verdad, cualquier idea mueren en ese tumulto. Y hasta la palabra “polémica” carece de sentido. Mientras no volvamos a aprender a discutir.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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