Dios nos está esperando

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

De los miles de millones de varones y mujeres que habitan el planeta tierra, ¿cuántos estarán en buena relación con Dios? Es una pregunta prácticamente imposible de responder. Pero, cabe insistir: ¿será la mayoría?

Por la realidad histórica en que vivimos, es decir por la situación convulsionada de la humanidad, todo indica que más bien son pocos los que viven en una relación amistosa con Dios. Sin embargo, el Plan de Dios es para todos, sin distinciones, porque Dios no hace acepción de personas. Además, Él está siempre motivando los encuentros con los seres humanos de las maneras más diversas e insólitas, pero los “buscados por Dios” parecen no darse cuenta y continúan absorbidos en sus pequeñas e insignificantes cosas. Por lo tanto, podría afirmarse que Dios está como desocupado y permanece en una espera de la que no se cansa.

De hecho, en la parábola de los invitados descorteses (Lc. 14, 15-24) Jesús comienza diciendo: ¡Feliz el que se sienta a la mesa en el Reino de Dios! y después narra que alguien preparó un gran banquete e invitó a mucha gente, a quienes recordó la invitación a la hora de comer pero todos, sin excepción, se excusaron. Por eso invitó a los menesterosos y desvalidos, pero de todos modos sobró lugar. Finalmente, el Señor asegura que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar la cena.

Dios siempre está motivando los encuentros con los seres humanos de las maneras más diversas e insólitas pero los buscados por Dios parecen no darse cuenta

La descortesía, como la indiferencia o la obsesiva ocupación en asuntos personales, no condice con las buenas relaciones del ser humano con Dios.

Si Dios es abandonado por tantos hijos suyos, igualmente amados por Él, podría decirse – en términos muy humanos y limitados – que Dios está ocupado en la espera del regreso de los “distraídos”. Sin embargo, Jesús afirma que la acción de Dios no cesa nunca: Mi padre trabaja siempre, y yo también trabajo (Jn. 5, 17).

Por lo tanto, para mantener encendida su constante convocatoria y para anunciar la verdad de la Salvación a todas las gentes, Dios actúa personalmente así como por circunstancias y otros medios propios de su Amor Infinito. Entre ellos, Él ha querido servirse de varones y mujeres que, a diferencia de los demás, se disponen para ser consagrados al servicio de todos, ya sea en el ministerio sacerdotal, o de la oración contemplativa, o del servicio misionero o asistencial.

De entre los llamados por Dios a su servicio en favor de los demás, hay quienes no se animan a dar una respuesta afirmativa por temor a que no estén en condiciones, otros están demasiados apegados a lo terrenal y no tienen el coraje de renunciar, y otros, en fin, aunque conscientes de sus propias miserias, confían en Dios por encima de todo y se entregan a su Voluntad para ser instrumentos de su Amor en todo el mundo.

Dios siempre está disponible para todo aquel que lo necesita. Nadie es capaz de esperarnos con tanta ternura y paciencia como Él. Sólo es necesario dejarse encontrar por Él y saber escucharlo en el silencio de la propia intimidad. Su ayuda permitirá responder y ser felices en plenitud. Este Año de la Misericordia es una nueva oportunidad que Dios nos ofrece para que intimemos con Él.

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