El impeachment avanza en medio del hartazgo popular

Apenas un centenar de personas acampaba ayer en la Explanada de los Ministerios, en Brasilia, para apoyar a Dilma Rousseff en su “hora de la verdad” ante el Senado. Mientras, el país mantenía la rutina de un lunes cualquiera, como si la sesión que define el futuro de Brasil le resultara ajena.

Los brasileños dan por descontado que el juicio político (impeachment) que se sigue en el Senado contra Rousseff concluirá con su destitución esta semana y viven más pendientes de sus problemas cotidianos, como la economía o la violencia, que del destino de la primera mujer presidenta de la historia de Brasil.

En poco más de 24 horas, el pleno del Senado decidirá la suerte de Rousseff, acusada de maniobras fiscales por las que fue separada provisoriamente del cargo el 12 de mayo pasado y que, no por ilegales, dejan de ser una práctica recurrente en los Gobiernos brasileños. Michel Temer, quien fuera su vicepresidente, la sustituyó como mandatario interino y espera el desenlace convencido de que asumirá el poder de forma plena -y sin pasar por las urnas- con el aval del Senado. Ya saborea la “victoria” y prepara sus valijas para viajar el 1 de septiembre a China, para participar de la Cumbre del G-20 que se celebrará entre el 4 y el 5 en Hangzhou.

El país, denunció Rousseff ante el pleno de la Cámara, está “a un paso de un golpe de Estado”. La contundente denuncia que la presidenta viene haciendo desde hace meses debería, al menos, encender las alarmas en un estado de derecho. Pero el todavía gobernante Partido de los Trabajadores (PT) perdió su apoyo y Brasil piensa ya en la era post PT que estrenó el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva en 2003.

Hastiados de la corrupción que salta cada día a las tapas de los diarios, de la violencia y de una crisis económica para la que no se vislumbra final, los brasileños no incluyen entre sus actuales preocupaciones el impeachment.

Los votantes, señalan sondeos divulgados esta semana, están tan cansados de sus dirigentes políticos que el apoyo de Lula o de Temer perjudicaría a los candidatos de sus partidos a las elecciones municipales del próximo octubre. De poco sirve que, también según las últimas encuestas, Temer continúe sin superar el 10% de apoyo popular.

El aún presidente interino supo jugar con los tiempos. El proceso final del juicio contra Rousseff llega apenas unos días después de la clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, una experiencia que Brasil exhibe como un “éxito”, pese a sus muchos problemas de organización y seguridad. Dichos juegos permitieron a los brasileños hacer una tregua, al menos psicológica, en la batalla por superar problemas cotidianos. Pocos recuerdan a estas alturas que fue Lula -hoy en la mira de la Justicia por corrupción- quien logró imponer la candidatura de Río para los Juegos en 2009, cuando Brasil estaba de moda, y que los Gobiernos de Rousseff articularon y desarrollaron el proyecto.

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