La indignación de una madre que se hizo carne

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Carmen Lusardi subió al ómnibus que, como tantas otras veces, la debía transportar hasta Buenos Aires y quedó petrificada.

Detrás del volante descubrió al hombre que, cinco años antes, había acabado con la vida de su hijo, tras atropellarlo y matarlo en la esquina de diagonal 80 y 40. El pibe, Ayrton Sires, tenía 14 años y aquel fatídico 30 de julio de 2012, apenas pasadas las 7.30 de la mañana, cruzaba la calle para llegar a la escuela después de las vacaciones de invierno.

Juan Carlos Ibáñez, el chofer en cuestión, había sido condenado por la Justicia a la pena de dos años y ocho meses de prisión en suspenso y a ocho de inhabilitación para conducir vehículos. Y sin embargo, allí estaba.

Un celular y un coraje a prueba de todo -el que seguramente se obtiene después de tanto dolor, de tanta impotencia y de tanto llanto en soledad- le dio a Carmen la templanza necesaria para grabar el hecho y para compartirlo en las redes sociales. El resultado es largamente conocido.

Hubo que esperar más de 24 horas para que la empresa para la que trabajaba Ibáñez -el grupo Plaza, el mismo que con sus costado ferroviario explotaba la línea Sarmiento cuando la tragedia de Once- intentara explicar lo inexplicable.

Que el chofer tenía su licencia en regla, extendida por la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), organismo bajo la órbita del ministro de Transporte Guillermo Dietrich.

Que la licencia vencía en enero del año que viene y que no tenía registro de los antecedentes que le impedían manejar a Ibáñez, dijo su contratante. Rara explicación. El día del accidente, el chofer operaba un coche de la misma línea para que la se desempeñaba hasta que la madre de Ayrton lo descubrió.

“La sentencia no estaba firme”, se intentó explicar. Lo que es cierto. Aunque no es menos cierta la indignación de una madre enfrentada al contrasentido de la situación.

Y también en un movimiento espasmódico tras la repercusión del caso, la empresa decidió separar al trabajador en cuestión del plantel de choferes.

Algo está fallando, parece, en estas tierras. O al menos, así parecería indicarlo el sentido común.

Hoy, precisamente, se recuerda el día de las víctimas de los accidentes de tránsito.

Una recopilación de Luchemos por la Vida le puso cifras a la pandemia que, además, se ensaña con jóvenes y adolescentes.

En 25 años se suman en este país 189.700 muertos en accidentes viales. ¿Alarmante? ¿Preocupante? No. Es decididamente una vergüenza.

 

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