¡Qué me importa!
Edición Impresa | 5 de Noviembre de 2017 | 08:42

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
La decadencia moral en que está sumergida gran parte de la humanidad ha desplegado y afianzado un individualismo feroz. Posiblemente no haya conciencia de ello, ni la quiere haber. Esta situación dificulta las relaciones interpersonales y distrae a las personas de su vinculación con lo trascendente.
En la intimidad de las familias se ha deteriorado o suprimido todo diálogo, que es tiempo y lugar apropiado para el desarrollo integral de cada uno en el amor y en el servicio. Así se está destruyendo la familia en sí misma. Triunfa el desinterés por los otros y se afianza la diabólica ideología de género y cada uno proclama su propio “¡qué me importa!”
En la instrucción que ofrecen las escuelas y universidades, que ya no son más servicios en orden a la promoción cultural y al desarrollo de las ciencias, sino meros trabajos en que se prioriza el rédito, y donde los alumnos no son considerados como sujetos personales sino como números en una estructura, ya no se valoran los contenidos de cada asignatura según la verdad objetiva sino que transmiten conocimientos relativistas, ignorando los siglos de tradición e historia. Triunfan posturas políticas, ideologías perversas y vacuidad científica, mientras todos cantan con fervor “¡qué me importa!”
En la vida diaria, tanto en lo social, como en lo político o en lo comercial, todo indica que ya no hay parámetros ni límites: no hay respeto por nada ni por nadie. Cualquiera se conduce por lo que le parece sin tener en cuenta su lugar dentro de una comunidad organizada. No hay urbanidad ni educación. No es posible que se agoten las sorpresas o sobresaltos o contrariedades. Esa conducta ciudadana, que tiene sus raíces en una pésima educación, y que no existió nunca hasta el presente, también es parte de una ideología egoísta y prepotente: “¡a nadie le importa nada de los demás!”
La indiferencia y el egoísmo, así como muchas otras actitudes o vicios, son pecados que ofenden a la dignidad del individuo y por lo mismo agreden a Dios
En el tránsito vehicular los más grandes dominan toda situación: no hay consideración por quienes también tienen que usar el mismo espacio, ni se respeta el paso del peatón, y los discapacitados no pueden moverse con el ritmo que necesitan. Y lo peor es que ya no se sabe mirar a los demás. Se avanza sin tener en cuenta las normas viales y se multiplican los accidentes y las muertes fatales. No se valora la vida, total: “¡qué me importan los demás!”
En la religión debe decirse que hay algunas confesiones pequeñas que son respetuosas, pero la mayoría también ha sido invadida por el relativismo y sus miembros no tienen una conducta adecuada que favorezca la convivencia. No hay conciencia de que cada ser humano es una criatura a imagen y semejanza de Dios, por lo cual no hay consideración de una vida trascendente. En gran número también impera el “¡qué me importan los demás!”
La indiferencia y el egoísmo, así como muchas otras actitudes o vicios, son pecados que ofenden a la dignidad del individuo y por lo mismo agreden a Dios y a sus designios de paz universal.
En la medida que los cristianos viven su fidelidad al Evangelio también serán capaces de resistir las solicitaciones de los modas de malos hábitos, de las ideologías liberales, de los descontroles sociales, y de todos los males que pululan y denigran, sin otro objetivo que la erradicación de los valores permanentes y sobre todo del señorío universal de Dios, por Quien todos existimos.
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