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Séptimo Día |LITERARIAS

Laurent Binet: una cuestión personal con la Historia

A Binet no le gusta Balzac, es partidario de la mezcla de géneros. En su segunda novela, La séptima función del lenguaje, el escritor francés compone un relato híbrido con tintes de policial negro y un humor ácido –por momentos grotesco– que incluye conceptos de la filosofía y la lingüística. Balzac fue un gran autor, dijo en una entrevista, pero de eso hace ya dos siglos

Laurent Binet: una cuestión personal con la Historia

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Por Marcos Nuñez

14 de Mayo de 2017 | 08:09
Edición impresa

En su primera novela, HHhH –acrónimo de “Himmlers Hirn heisst Heydrich” (“El cerebro de Himmler se llama Heydrich”) –, Binet narra el atentado perpetrado el 27 de mayo de 1942 contra Reinhard Heydrich a manos de dos comandos de la resistencia checa. Heydrich era el número dos al mando de las SS comandadas por Himmler y el ideólogo de “la solución final”, ese eufemismo macabro que significó el asesinato de más de seis millones de judíos. El libro describe los acontecimientos pero, también, incorpora una voz que va dando cuenta del proceso de escritura; el novelista, que no es Binet, manifiesta su preocupación por la tensión entre Historia y literatura, indaga sobre la verosimilitud y se pregunta cuánto de invención hay en la recreación histórica.

Con La séptima función del lenguaje el autor se vuelve a meter con acontecimientos y nombres propios de la Historia. La historia de Francia y el posestructuralismo. La muerte del célebre Roland Barthes después de un accidente de tránsito –fue atropellado cuando cruzaba la calle por un camión de lavandería y, tras agonizar un mes, murió– da inicio a una búsqueda sin fronteras.

Se sospecha que Barthes tenía en su poder la séptima función del lenguaje, la que el lingüista Roman Jakobson esbozó en uno de sus artículos como la “función mágica o encantadora”, es decir, la capacidad de algunos enunciados para realizar lo que efectivamente enuncian. Esta posibilidad de hacer cosas con las palabras, convencer, imponer una verdad –la función performativa, según el norteamericano Austin– resulta peligrosa: quien domine la función dominará el mundo. Por eso la carrera por el rescate de ese manuscrito involucrará tanto a políticos como a intelectuales.

El comisario Bayard recibe el encargo del mismísimo presidente francés Giscard d’Estaing de encontrar al ideólogo del que supone fue un atentado contra Barthes. Ajeno al mundillo de la academia, el inspector se ve obligado a buscar ayuda en la universidad, un ambiente en el que, visto a través de sus ojos, todos son hippies y fuman porro. Así da con Simon Herzog, un joven profesor experto en semiología que se verá arrastrado, en las más de 400 páginas, a traducir testimonios sin sentido, a escaparse de bibliotecas en la que están a punto a apuñarlo, a conversar con Foucault en un sauna gay, a presenciar cómo un hombre mata a otro con un paraguas envenenado, a escapar de un atentado en el que estalla una bomba y a descubrir una sociedad secreta de eruditos, el Logos Club, donde hay batallas retóricas para ver quién sabe más, y a cuyos perdedores se les cercena los dedos.

Con La séptima función del lenguaje el autor se vuelve a meter con acontecimientos y nombres propios de la Historia. La historia de Francia, el posestructuralismo y la muerte del célebre Roland Barthes

“La vida no es una novela” empieza el narrador de esta historia, y lo repite en más de un pasaje de la novela. La tensión que propone el autor francés entre Historia y literatura se hace carne en Simon. “¿Qué haría yo si estuviera dentro de una novela?”, se pregunta frente a una encrucijada. Constantemente se cuestiona sobre la posibilidad de ser un personaje de ficción –y no parte de la Historia–, lo angustia la idea de estar encerrado en las lógicas de una novela. Y subyace en esta idea un ganador del duelo entre literatura e Historia: tiene mayor jerarquía la última, y no es poco decir viniendo de un profesor cuyo objeto de estudio es el lenguaje.

La novela levantó polvareda en Francia incluso antes de su edición. De hecho, el libro es una versión edulcorada ya que su editor le sugirió al autor que suprimiera pasajes completos. Además, el desfile de la intelectualidad estructuralista y posestructuralista a los que satiriza Binet va desde Michel Foucault hasta Julia Kristeva, Sollers, Umberto Eco, John Searle y Judith Butler. El matrimonio Kristeva-Sollers amenazó al escritor, incluso, con llevarlo a los tribunales, amenaza que se diluyó rápidamente.

El escritor francés asegura que el 75% de lo que Foucault o Derrida dicen en el libro lo dijeron o escribieron en la vida real, es auténtico. El destino de los libros, sabemos, es incierto; Binet usó textos de intelectuales de la segunda mitad de siglo XX para escribir una novela. Cabe preguntarse si en algunos años alguien volverá sobre La séptima función del lenguaje.

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