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Alejandro Castañeda
Las tobilleras han dejado de ser un accesorio condenatorio para llegar a ser objeto de culto y hasta adorno deseable. Esta semana las tobilleras impusieron un régimen de quietud y paseos de entrecasa a José Alperovich, el tío violador que, según su humillada esposa, ya no estaba para esas diligencias amorosas, aunque su nueva pareja ha declarado que el ex gobernador responde ganoso cuando el amor llama a sesionar. Alperovich ha dejado el calabozo. La justicia le ha permitido acomodar su condena a un suntuoso piso de Puerto Madero, el lugar donde llevaba y violaba a su sobrina, una asesora del Senado que debía responder al orden del día y al orden de la noche de este pariente canallesco que le hacía sentir sus fueros en la cama. ¿Cómo vivirá hoy con esa otra tobillera, la que lo ciñe por dentro y lo tiene más avergonzado que rengo? Quizá sienta un cambiante “deja vu” al tener que dormir en ese lecho que fue testigo callado de sus ataques y que ahora sigue allí, alternando cuotas de nostalgia y rencor por haberle dado disfrute y condena. Alperovich, eso sí, no tendrá balcón, ni lo quiere. Ha hecho a un lado la política y se refugia en un silencio culposo, bien acompañado por Marianela Mirra, una tucumana que salió de Gran Hermano para enredarse con un gran tío.
Lo de la otra tobillera con balcón merece otra lectura. A veces lo imaginado es distinto a lo conseguido. Desde que la encerraron, Cristina está más callejera y comunicativa que nunca. Y sus fieles seguidores la siguen vitoreando cada vez que reaparece en el balcón de ese departamento de Constitución, el barrio con nombre apropiado para acoger una expresidenta.
Sin duda, su tobillera tiene el futuro asegurado en una vitrina del Museo Histórico. Es la compañera absoluta de esas caminatas de corto recorrido pero gran impacto que ha revitalizado la zona, incluso como opción turística. Evidentemente la reclusión de Cristina, que está fuera de escena pero montó un unipersonal muy concurrido, le dio entusiasmo a un justicialismo que encontró en su jefa indiscutida el soplo que necesitaba para intentar una unidad que venía muy enredada.
Para ella puede ser el último aporte al partido, tras una condena indiscutible y millonaria que la relanzó a la arena partidaria. Sus visitantes le rinden culto por considerarla una víctima política, rol que suele ser rentable.
Decía el francés Jacquard: “nadie quiere ser víctima, pero todos queramos haberlo sido”. Su presencia sacudió la vecindad y al justicialismo. Tanto, que ahora van a tener que abrir una mini cátedra sobre tobilleras y balcones para definir alcances, ventajas y límites.
Pero hay quienes desean que les coloquen tobilleras. Son los legisladores de la Provincia de Buenos Aires, que andan buscando bancas sin fechas de vencimiento para no irse jamás de ese palacio del reparto. Ya han logrado una media sanción para que sus mandatos puedan ser infinitos. Hace poco saltearon sin despeinarse una zancadilla de la justicia. Y hoy, con chocolate y sin chocolate, todo sigue igual de dulce. Aunque los recaudadores oficiales están procesados, la fábrica de ñoquis no se ha detenido.
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Todos los bloques aspiran a tener tobilleras para que no los dejen salir jamás del recinto. Este fetichismo del lugar le concede al palacio legislativo su condición de sitio sagrado para cualquier candidato. No tienen pretextos razonables para reclamar continuismo. Consideran que la durabilidad es un bien ganancial. Quieren seguir siendo porque sí. No se animan a decir, como los intendentes, los gobernadores y los presidentes, que necesitan más períodos para poder terminar su tarea. En diputados y senadores no hay tareas pendientes.
El único plan es poder seguir allí articulando como sea y con quien sea. Es un equipo muy unido, que discute en el recinto pero que a la hora del cuantioso reparto votan por la unanimidad automática. Ahora reclaman tobilleras sin fecha de vencimiento para este poder estar que no acabe nunca. Martín Caparrós contó que un hombre del poder decía que “los que viven de la política, no pueden ser creyentes, porque no pueden concebir que exista otra existencia mejor más allá”.
Para ellos, la vida eterna, si existe y es tan celestial, ni se acerca a lo que facilita la única dieta que engorda, mejora y alegra.
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