Cada vez más parejas deciden que el VIH no sea un obstáculo para el amor
Edición Impresa | 2 de Julio de 2017 | 06:20

Por Nicolas Maldonado
Natalia y José se conocieron en 2012 durante una fiesta organizada por amigos en común. Por ser una conocida activista y no ocultar que vive con VIH, ella suponía que él estaba al tanto de su condición. Sin embargo al empezar a conocerse ella sospechó que tal vez no fuera así y resolvió aclarárselo. “Estaba súper nerviosa porque hacía poco que salíamos y no sabía cómo iba a reaccionar. Cuando se lo dije se quedó callado unos segundos que para mí fueron horas; después me abrazó y ya no nos separamos más”, cuenta Natalia, que hoy tiene dos hijos con José.
A la par de los avances médicos que lograron convertir al VIH en una enfermedad crónica reduciendo a niveles indetectables su carga viral, los miedos y prejuicios que signaron el comienzo de la epidemia han venido perdiendo terreno. Y aunque muchos de esos viejos temores permanecen vigentes, cada vez son más las parejas que como Natalia y José no dejan que el virus se interpongan en su relación.
Con las drogas disponibles en la actualidad, el riesgo de que una persona seropositiva le transmita el VIH a su pareja es pequeño; apenas de un 4% si las cosas se hacen bien. Eso implica una perfecta adherencia al tratamiento, controles regulares de carga viral y el uso de preservativo en cada encuentro sexual.
Si bien resulta innegable que, aunque pequeño, el riesgo de transmisión existe y no debería subestimarse, es precisamente en ese margen del 4% donde cada vez más personas eligen dejar de lado el miedo para darle lugar al amor.
NATALIA Y JOSE
Pese a no ser ya lo que era hace unos años, “el VIH sigue siendo para mal o para bien un filtro a la hora de formar pareja” reconoce Natalia Haag, quien vive con él desde 2010. Tenía 26 años cuando la diagnosticaron a partir de un cuadro de fiebre persistente que los médicos no lograban explicarse hasta que a uno de ellos se le ocurrió hacerle un test.
“Pensar al VIH como un filtro que en cierto modo afianza la relación quizás suena a consuelo, pero realmente lo creo así. Porque si bien no está bueno que alguien te rechace por un problema de salud, creo que si después de blanquear las cosas y explicarle los riesgos concretos el otro se aleja de vos, probablemente sea porque no le interesás lo suficiente y esa relación de todas formas no iba a funcionar”, asegura Natalia, que conoció a su actual pareja dos años después de haber sido diagnosticada.
Cofundadora de la Red Argentina de Jóvenes Positivos, directora de Testeo de la Fundación AHF y una activista social en el campo del VIH, Natalia había compartido tantas veces su historia en forma pública que estaba convencida de que José conocía su situación cuando se le acercó por primera vez. “Después de que le conté me hizo algunas preguntas sobre cosas que no tenía claras pero siempre desde la buena onda y la necesidad de conocer más, nunca desde la estigmatización”, cuenta.
Aquellas preguntas tenían que ver con la principal duda que se le presenta a la mayoría de las personas frente a una pareja donde uno es seropositivo y el otro no: cómo se hace para que la vida sexual no terminé en una transmisión.
“La respuesta es bastante sencilla porque no hay mucha vuelta -explica Natalia-: uno tiene que tomar la medicación todos los días, preferentemente a la misma hora; hacerse controles al menos dos veces al año para detectar si surge una posible resistencia al tratamiento y usar preservativos. Con eso se reduce a menos del 4% el riesgo de transmisión”.
Al año de vivir juntos, Natalia y José decidieron redoblar su apuesta y empezar a buscar un hijo, para lo cual suspendieron transitoriamente el uso de preservativos, lo que implica asumir un riesgo un poco mayor. Pero lo cierto es que ésa no es la única alternativa que tienen las parejas serodiscordantes para concebir. Cuando la que tiene VIH es la mujer, puede recurrirse a una inseminación artificial; cuando es el varón, existen técnicas de centrifugado de esperma que permiten separar el virus de los espermatozoides evitando así el riesgo tanto para su pareja como para el bebé.
Consciente de que existe una fuerte mirada criminalizadora sobre las mujeres con VIH que deciden quedar embarazadas, Natalia dice que “también eso se resuelve con más información”.
“Si las cosas se hacen bien -lo que implica llegar al embarazo con una carga viral indetectable, tomar puntualmente la medicación y hacerse los controles necesarios- el riesgo de transmisión de madre a hijo se puede reducir al 1%”, explica tras haber tenido ya dos hijos nacidos sin el virus, Eloy y León.
MARIANA Y CAIO
Lo más difícil es “enfrentar los miedos y los prejuicios no sólo de la otra persona sino los que una misma tiene también”, dice Mariana Iácomo, feminista, trabajadora social y estudiante del Magister en Comunicación y Derechos Humanos en la UNLP. Desde que en 2002 a sus 19 años le diagnosticaron VIH, a Mariana le ha tocado sufrir tanto situaciones de alejamiento como de discriminación por parte de eventuales parejas a causa de la enfermedad. Nada de eso le pasó sin embargo con Caio, su compañero actual, con quien “siempre estuvo todo bien”.
Con Caio, que es periodista y músico, se conocieron hace tres años en Río de Janeiro cuando ella asistió a un encuentro mujeres latinoamericanas y él fue a buscarla a la terminal. Después de pasar un mes juntos en que “sólo hubo besos”, Mariana volvió a Buenos Aires y posteó los resultados de su último control médico donde no le detectaban carga viral. Era su forma de dar pie para que él le preguntara si es que no lo sabía aún. Y así fue.
“Me mandó un mensaje a la 1 de la mañana preguntándome qué era eso del estudio y yo le respondí que tenía VIH, algo que imaginaba que debía suponer por mi activismo. Como no me contestó más, pensé que se había todo al carajo. Pero al otro día me escribió para decirme que estaba todo bien y que iba a seguir estando todo bien”, cuenta Mariana, que diez días más tarde volvió a Brasil para estar con él.
Pero lo cierto es que “no siempre pasa que está todo bien -reconoce ella-. En otras ocasiones me ha pasado que ellos no quisieran tener relaciones porque tenían miedo, o incluso haber sufrido situaciones de discriminación que recién reconocí tiempo después. Con él, en cambio, estuvo todo bien desde el comienzo, y lo mismo con su familia, que lo supo muy pronto, lo que no es un detalle menor”.
Debido al fuerte estigma social que subsiste en torno a esta enfermedad, muchas parejas serodiscordantes señalan que es importante acordar entre ambos a quiénes, en qué momento y de qué forma explicarán su situación. Y es que las reacciones del entorno cercano pueden repercutir directamente en su relación.
Pero sin duda la mayor amenaza que enfrentan hoy las parejas serodiscordantes no son los prejuicios ajenos sino su propia actitud frente a la enfermedad. Ocurre que es común que tras la primera etapa de adaptación aparezcan señales de debilitamiento en sus hábitos de prevención. A fuerza de convivir con el virus, algunas parejas dejan a un lado el estricto uso de preservativos exponiéndose así un mayor riesgo de transmisión, explican desde la Fundación Huésped al señalar que es en este punto donde más hay que trabajar.
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