“Ellas eran muy amigas y no sé por qué lo hicieron”

Dolor y desconcierto en los hogares de las víctimas que tomaron la trágica decisión. Enorme congoja en el barrio

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Unas diez cuadras son las que separan las casas donde vivían Daiana (17) y Camila (15), las amigas que, con unos pocos días de diferencia, decidieron anudarse una soga al cuello y quitarse la vida. En esa zona, una barriada humilde de la periferia platense, el desconcierto y la pena parecían ayer parte de la misma postal. Y acaso lo eran. “Era una piba feliz... todavía no puedo entender por qué se quiso matar”, decía Micaela (20), una de las cinco hermanas que tenía Camila. Nada distinto era lo que, a la misma hora y en esa misma zona populosa de Villa Alba, decía desconsoladamente Patricia, la mamá de Daiana: “Mi hija era una chica que estaba siempre muy feliz. Esto que pasó es una pesadilla. Una pesadilla que no puedo creer...”.

A pesar de la pequeña diferencia de edad, Daiana y Camila se conocieron en la primaria de la Escuela Víctor Mercante, de 604 y 122, y desde entonces nunca dejaron de ser amigas. La primera estaba en pareja desde hacía nueve meses y tenía pensado irse a vivir con su novio a fin de año. La segunda, que además de sus cinco hermanas tenía dos hermanos varones más pequeños, jugaba al hockey en el Club 19 de Febrero y tenía como meta terminar el secundario. A una y a otra, casi sin distinción, los vecinos del barrio las recordaban ayer como “dos pibas normales y alegres”. Una y otra, además, no sólo coincidieron en la terrible decisión de ahorcarse sino en la idea de escribir cartas en las que, destinadas a sus familias, ambas explicaban muy poco pero pedían perdón.

“Nos dice que la perdonemos, nada más...”, contaba Micaela, y repasaba las últimas horas de su hermana como si buscara entender algo en verdad inentendible. “No estaba deprimida y no dejó de hacer nada de lo que venía haciendo -le contó ayer a este medio-. Por ahí ahora si analizás un poco te parece que algunas cosas pudieron ser un mensaje. Pero te das cuenta recién ahora. Unas horas antes de ahorcarse, por ejemplo, estaba lo más tranquila pero le dejó a una de las hermanas chiquitas un collar que era de ella. En ese momento, cuando se lo regaló, a mí no me pareció nada raro. Ni le presté atención. Pero qué se yo: ahora que lo pienso creo que ahí ella ya sabía que se iba a matar. Ya lo tenía decidido pero se esforzó para que nadie se diera cuenta”.

Las chicas coincidieron no sólo en la decisión de ahorcarse sino en la idea de dejar cartas

Al lado de Micaela, el padrino de Camila miraba al vacío y también parecía buscar respuestas en el aire. Respuestas que tampoco encontraba. “Era una piba de primera -decía con la voz hecha un hilo de pena-. Y los padres, dos laburantes que siempre se preocuparon por ella. La mamá trabaja en casas de familia y el papá es albañil. A pesar de que eran muchos hermanos, ellos siempre estaban pendientes. Y a ella, te juro, se la veía de lo más bien. Por ahí estos últimos días un poco bajoneada, es cierto. Pero bueno, también era algo lógico: la mejor amiga de ella se había suicidado, al fin y al cabo”.

A pocas cuadras de ahí, donde las calles siguen siendo de tierra y los perros van y vienen entre casillas precarias y humildes viviendas de material, la mamá de Daiana se sentaba en la puerta, bajo la sombra que a esa hora de la tarde daban los árboles, y repasaba las últimas horas de su hija como si también ella quisiera descifrar algo doloroso e indescifrable. “Estaba contenta y nos quedamos charlando como hasta las dos de la mañana -recordaba Patricia-. Yo ya estaba cansada y le dije que me iba a acostar. Ella me dijo que se quedaba un ratito más con el celu y hasta me preguntó si quería que limpiara un poco la casa. A mí no me sorprendió porque ella era una fanática de la limpieza. Te limpiaba todo a cualquier hora, siempre. Así que me fui a dormir y ella se quedó limpiando, como tantas otras veces. Al otro día, el hermano más chico fue a buscarla al fondo y ahí se encontró con que se había colgado. Qué te puedo decir. Cuando me acosté la dejé alegre y sonriendo; y cuando me levanté estaba colgada del techo”.

La tercera de cuatro hermanos, Daiana padecía hipoacusia y cursaba también en la escuela especial 528. “Le faltaban dos años para terminar el secundario -dijo ayer su madre, quien vende artículos de limpieza en su propia casa de la zona de 125 y 610-. Su sueño era ese: recibirse e irse a vivir con el novio. No tenía problemas. O por lo menos yo no los vi. Ahora me pregunto y dudo de todo...”.

Cerca, muy cerca de ahí, Micaela se hacía una y cien preguntas y parecía también dudar de todo. “A lo mejor, ahora que pienso, los últimos días estaba un poco más tirada. Pero ni a mí ni a mis viejos les llamó la atención. Sabíamos todos que la muerte de Daiana le había pegado. ¿Cómo no le iba a pegar si eran re amigas? Lo que nunca pensé es que ella hiciera lo mismo. Nunca lo pensé y todavía ahora me cuesta creerlo”.

En la escuela
En el colegio secundario Profesor Víctor Mercante, de 604 y 122, donde cursaban las dos chicas que se quitaron la vida, ayer se optó por el hermetismo absoluto. “La escuela no va a decir nada de ninguno de los casos”, dijeron.

 

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