Silencios, insultos, recompensas y disculpas

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La actualidad ha reafirmado el valor del silencio. Saber callar siempre rindió. Se paga mucho, es cierto, por conseguir testimonios clave y pruebas. Pero a veces se paga más por borrar huellas y hacer callar al que puede molestar. La amnesia y la delación juegan a las escondidas entre tantos culpables. Y cuando el olvido es una estrategia, el silencio es decisivo. Y siempre está a mano la disculpa.

La empleada doméstica de los Triaca al final ha dejado de ser una pesadilla. Todo se arregló. Le pagaron una indemnización y seguirá callada. Sandra Heredia, de ella se trata, habría obtenido una abultada recompensa por el conocido insulto: “¡pelotuda, te voy a mandar a la concha de tu madre!”. Y ella, en vez de ir a lo de la madre, fue a ver al abogado. Sandra, como se sabe, tardó mucho en abrir esa mañana el portón. Y ahora las demoradas sacan cuentas. Con semejante cheque, al agravio no sólo se lo olvida, también se lo agradece. La familia de Sandra festejó ese retraso. La madre, que apareció sorpresivamente en la boca del ministro, también celebró la noticia de un reembolso que le da futuro a las impuntuales y le pone precio a la clásica puteada contra las madres. Dicen que a Sandra le pagaron más de 300 mil pesos. Nunca una concha ausente dio tan buenos dividendos.

“El amor con Nicole no me benefició”, dijo Facundo. Es cierto. Los dividendos del amor contabilizan en otro lado

La otra que también supo ponerle precio al silencio fue una de las dos señoritas que habían denunciado por mal trato y acoso a tres jugadores de Boca. Lo que pasó en ese departamento de Puerto Madero no quedó claro. Después del escándalo y la denuncia, temiendo que su futuro deportivo estuviera en peligro, los muchachos prefirieron cortar por lo sano y arreglar con la más enojada. Ellos saben negociar por partidos ganados partidos perdidos. ¿Qué había pasado? Estaban calientes y aburridos, con pelota parada y el ánimo por el suelo. Era una tarde calurosa. Y como la pileta no los calmaba, el peluquero le prometió otros refrescos. Trajo unas amigas para que los muchachos se olviden de entrenamientos y mellizos. Todo se desbarrancó y apareció una denuncia. Es cierto, es un mal momento para hacer enojar a las mujeres. Hubo acuerdo, la denunciante cerró la boca y ellos pudieron volver a la cancha. No trascendió las cifras, pero el abogado de las doloridas sabe que los futbolistas andan con plata. La declaración final de uno de ellos, de Cardona, es fantástica: “No pasó nada, pero si aparece un video estoy dispuesto a pedir disculpas”.

El que también pidió disculpas fue el Papa Francisco. En el vuelo de regreso a Roma le confesó a los periodistas que él se había equivocado al exigirles pruebas a los católicos chilenos que habían denunciado abusos sacerdotales. El Papa se lamentó por haber usado la palabra “pruebas”. Reconoció que reclamar evidencias estaba bien, pero no pruebas. Aunque del otro lado de la Cordillera los denunciantes se quejaron por otra palabra. “Lo que nos dolió a nosotros –dijeron- no es que pidiera pruebas, sino que calificara de calumnias a nuestras denuncias”. La disculpa al menos mostró el costado humano de un Papa que puede tropezar en el llano, pero que a 10 mil metros de altura y cerquita del más allá, prefiere arrepentirse.

En estos días de palabras imprudentes, Facundo Moyano juzgó al amor desde el balcón de la conveniencia. Tras romper con Nicole Neuman, largó una frase que le habrá hecho poca gracia a la ex de Cubero: “Ese amor no me benefició”. Es cierto, el amor en general no beneficia, sus dividendos se contabilizan en otro lado. Acostumbrado a las mediciones, parece que el diputado manda hacer encuestas después de cada encamada. Y lo de Nicole no sumó. Esperaba otros resultados. Pero no fue su único mensaje anti romántico. Esta semana, cuando le comentaron que Nicole estaba saliendo con un nuevo amigo, su respuesta fue contundente: “Ella necesita amor, pero en estos momentos yo no tengo necesidad de amor”. Un estoico que enfrenta la soledad con mucha entereza. Su declaración pone al enamoramiento a la altura de una simple mejora.

 

(*) Periodista y crítico de cine

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