Cinco ideas en torno a “La Balada de Buster Scruggs”, nueva travesura de los Coen

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Pedro Garay

pgaray@eldia.com

Comedia. Los hermanos Coen, tan venerados como odiados (cineastas que la crítica ama odiar) desembarcaron el viernes en Netflix con “La Balada de Buster Scruggs”, un filme antológico compuesto de seis episodios que transcurren en el Salvaje Oeste. Humor negro, la habitual ironía de los hermanos, su maestría narrativa, su mirada perturbadora, sus patéticos personajes, paisajes deslumbrantes, ingeniosas ideas visuales se suceden en estas seis fábulas western ¡con momentos musicales! que combinan violencia atroz con subyacente nostalgia y en las que casi ninguna cabeza sale indemne del clásico balazo.

Ese balazo a la frente, versión en sorna de la marca de autor de los Coen, es el pequeño chiste del gran chiste que es la cinta, que se rehusa a tomarse en serio. Para los hermanos es un juego, realizado con un presupuesto imposible, con un elenco imposible (desde Liam Nesson y James Franco a Tom Waits y Brendan Gleeson), con una premisa que difícilmente hubiese recibido luz verde en otro estudio, en otro tiempo.

Tragedia. Pero la risa es desesperada porque el cine de los Coen es lúdico pero brutal, perverso. Sus personajes actúan siempre bajo ciertas creencias y convicciones, pero, al final, el desenlace suele ser brutal y final como un tiro a la cabeza para todos. Es que en el universo nihilista de los hermanos, las cosas no parecen tener sentido o, al menos, los personajes, los seres humanos, no parecen tener acceso a los designios de las estrellas. Allí yace la tragedia subyacente a toda comedia Coen.

Misantropía. Por esta pintura de la humanidad, ciega sin saberlo, los Coen se han ganado el apodo de “misántropos”, del cual se mofan en el inicio del filme, antes de justificar su visión: si esperan algo de la humanidad que no sean trampas y ambición, los equivocados son los otros. En aquel primer episodio, el protagonista viaja al cielo, un lugar donde “quizás el póquer se juegue limpiamente”. Una visión probablemente válida para el Salvaje Oeste aunque, sabemos, los Coen trazan desde ese pasado mítico una alegoría para toda la raza humana.

Mitología. Los Coen se apropian de ese pasado mítico, aunque sin deconstruirlo, como es la moda: no hay pastiche, no hay una visión realista de cómo esas historias mitológicas deben haber sido, sino que los cineastas vuelven al Oeste desde el cine (por eso, aparece toda la iconografía del género (duelos, póquer, indios arquetípicos, fuerzas que cabalgan desde el horizonte sin razón, cantinas, la horca) y, más atrás, desde la literatura (las historias de la cinta están tomadas de un libro, ficticio, de aventuras en el Oeste, completo con imágenes ilustradas que adelantan momentos clave de cada pieza).

El estilo de los Coen, su economía narrativa y su ingenio para contar, generar suspenso y sorpresa con mínimos elementos, tiene algo de aquella literatura de aventuras del siglo XIX, directa y recargada de peripecias de hombres y mujeres en la mala.

Disparidad. En las seis viñetas, hay momentos inspirados, irresistibles incluso para el más crítico del cine Coen. La desoladora historia protagonizada por Zoe Kazan lleva ese estilo económico, despojado, a su máxima emotividad (¿cuántas veces los Coen han narrado una historia de amor?); las aventuras del buscador de oro Tom Waits ofrecen dos tercios felices y bucólicos y un cierre desolador. Pero también hay historias con giros menos satisfactorios, que se acercan más al concepto de “gran broma” esbozada al inicio. Pero quizás hablar de “disparidad” sea un mal de nuestro tiempo, precisados siempre de genialidad para mantener la atención.

Para agendar
• Qué: “La Balada de Buster Scruggs”
• De: una película antológica de los hermanos Coen, compuesta por seis relatos en el Salvaje Oeste
• Dónde: Netflix

 

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