Un cóctel de impericia e intolerancia tras la final que terminó en escándalo

Un operativo de prevención fallido y la presencia de los violentos de siempre hicieron que lo que debía ser una celebración se transformara en un drama que puso a la seguridad en foco a días del comienzo de la reunión del G20

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Tenía que ser una fiesta. Y se convirtió en un escándalo. Tenía que aparecer en la historia deportiva del país y del fútbol de un mundo que seguía con expectativa el choque de los dos más grandes de la Argentina, pero quedará registrado, en cambio, como un ejemplo cabal de cómo no se debe organizar un espectáculo deportivo.

Lo que debió ser un partido de fútbol terminó siendo un escándalo multidimensional, que puso en el centro del debate a la seguridad en una semana clave: cuando apenas unos días atrás 16 policías resultaron heridos y otros escaparon en el marco de un enfrentamiento con miembros de la barra brava de All Boys. Y cuando asoma en el horizonte la organización del G20, la cumbre de presidentes que, en el marco de un mayúsculo operativo de seguridad, se realizará en Buenos Aires a partir del 30 de noviembre, con la participación de mandatarios internacionales como el presidente de Estados Unidos Donald Trump o el líder chino Xi Jinping.

“Si tenemos un G-20 ¿No vamos a dominar un River - Boca?”, había dicho la ministra de Seguridad de La Nación, Patricia Bullrich, a principios de mes, en los mismos días en los que llegó a barajarse, por iniciativa del presidente Mauricio Macri, la posibilidad de que las históricas finales se jugaran con visitantes.

El episodio registrado ayer también pone en el centro del debate la incapacidad de la dirigencia política y de los clubes para ponerle freno a una violencia en el fútbol de larga data. Con los incidentes de ayer se repetía un escándalo de proporciones históricas en un superclásico apenas tres años después de los incidentes en otro partido clave entre los mismos protagonistas, esta vez en la cancha de Boca, cuando fueron agredidos con gas pimienta varios jugadores de River (ver aparte). Tres años y medio después, la misma historia y ninguna solución.

Los incidentes de ayer reflejan también a una sociedad con altos índices de intolerancia, con fuertes dificultades para la convivencia y mayores problemas para dirimir o prevenir los conflictos.

Todo pasó ante los ojos de un mundo pendiente del partido, del que esperaban una demostración de la pasión argentina por el fútbol, aunque terminó siendo una ventana al descontrol.

Todo pasó ante los ojos de la máxima autoridad de la FIFA, que probablemente comience a analizar con otros ojos a la posibilidad de que nuestro país sea sede del Mundial 2030.

Volvieron a ganar los violentos, porque nadie supo cómo prevenir su accionar. A pesar del megaoperativo de seguridad previsto, del que participaron 2.200 efectivos, 900 más de los que se habían encargado de la seguridad en la Bombonera la noche del gas pimienta.

Los mismos violentos que suelen contar con la connivencia de los poderes de turno y que, en un fútbol hace años sin visitantes, cruzan espadas cada tanto en las luchas internas de las hinchadas.

Pero la violencia también excede a ese grupo y tuvo otras manifestaciones. Las redes sociales viralizaron otras escenas del clásico que no fue, de una temeridad pasmosa: como las de la mujer que utilizaba a una nena para introducir subrepticiamente bengalas en el estadio.

El secretario de Seguridad del gobierno porteño, Marcelo D´alessandro reconoció que hubo “una falla” en el operativo y dijo que se inició “un sumario administrativo para responsabilizar a aquellos que no pudieron cuidar el ingreso del plantel xeneixe al estadio”.

Pero también le apuntó a la barra de River, de quienes dijo que “buscaron generar violencia porque el viernes se les secuesrtraron 10 millones de pesos y entradas”.

Mientras tanto, además de la agresión al plantel de Boca, se registraron incidentes en la previa del partido, protagonizados por hinchas que quisieron ingresar sin entradas y una vez que el partido ya se había suspendido, otros en las inmediaciones del estadio.

UN PROTOCOLO HABITUAL

El ingreso del colectivo que lleva al plantel visitante al estadio Monumental responde a un protocolo de seguridad largamente probado, lo que hace que los analistas consideren como un “increíble error del operativo de seguridad” al episodio registrado ayer cuando hinchas de River agredieron al colectivo donde viajaba el equipo de Boca. Pero no sólo eso, cuestionan también la inmediata respuesta policial, que apeló al uso indiscriminado de gases.

Hasta el 2016 ese protocolo preventivo lo llevaba a cabo la Policía Federal, pero desde entonces está en manos de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires.

Un total de 2.200 efectivos estuvo afectado al operativo de seguridad que falló

 

Dispone que el vehículo que lleva al equipo visitante debe ser encapsulado desde la salida de su concentración (en el caso de Boca, el Hotel Madero) hasta el ingreso al estadio Monumental.

Siempre según el mismo protocolo, el micro va acompañado por seis motos, que van adelante, otras ocho que van al costado y cuatro que se ubican detrás. En cada una de ellas viajan dos oficiales de la policía de la Ciudad, uno que maneja y otro que lleva armas con gases lacrimógenos para dispersar cualquier posible intento de ataque al plantel visitante. A estos efectivos se suman patrulleros que acompañan y aportan una mayor fuerza disuasiva.

El camino que hace el micro de Boca para llegar al estadio es siempre el mismo y antes de entrar al túnel de Avenida Libertador, en Lacroze, se avisa a la Infantería y a los otros policías que están en la avenida en la que va a desembocar al atravesar el túnel. Para que aparte al público, disponiendo policías cada cinco metros y frenando a los hinchas rivales a una distancia no menor a los 50 metros. Para hacer eso se necesitan siete minutos. Uno de los errores que se cometió, según las hipótesis que manejaban ayer los analistas, es que el aviso a ese personal se dio tarde, considerando la gran cantidad de gente de River que había en la zona.

Algo falló, los policías permitieron que los hinchas de River lleguen casi hasta el borde del micro en un momento en que éste debe aminorar la marcha y el vehículo fue atacado con todo tipo de objetos contundentes, incluidos cascotes y botellas que destrozaron los vidrios y lesionaron a varios futbolistas de Boca.

Los errores del operativo, con todo, no terminaron ahí. Porque casi enseguida, los policías que llevaban los gases lacrimógenos sumaron descontrol tiraron ese compuesto a los hinchas agrupados, con tal impericia, que esos gases ingresaron también al micro de Boca.

Carlos Tevez, Cristian Espinoza y Mauro Zárate se vieron entre los más afectados, con dificultades para respirar y picazón en la garganta, al tiempo queuno de los vicepresidentes de Boca, Horacio Paolini, acusó a la policía de “liberar la zona”.

Después llegaron las idas y vueltas, los cabildeos para determinar si el partido se jugaba o no. Pero nada borraba ya el escándalo. Y el debate por la seguridad, más allá del fútbol, ya está instalado.

 

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