Respetar el derecho a la privacidad de los usarios de Internet

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El escándalo desatado en el mundo al conocerse que la red social Facebook habría otorgado durante años a Microsoft, Amazon, Netflix, así como a más de 150 empresas tecnológicas con las que celebró acuerdos, un acceso “más intrusivo” a los datos personales de millones de personas y eximió a esas firmas de las reglas de privacidad habituales, volvió a poner en alerta y sobre el tapete el dilema que plantea Internet por el descontrolado incremento de la información que en la actualidad sus más 4 mil millones de usuarios transmiten en todo el planeta.

Tal como se informó ayer en EL DIA, la red social reconoció parte de los cuestionamientos, como haberle dado a aplicaciones como Spotify acceso a los mensajes privados de sus usuarios, aunque aseguró que no fue “sin el permiso de las personas”, ya que para que el traspaso de datos sucediera previamente los usuarios “tenían que iniciar sesión explícitamente en Facebook”.

Se indicó que una investigación del The New York Times, basada en documentos internos de la red social, reveló que los acuerdos preferenciales seguían vigentes en 2017 y el intercambio de datos “estaba destinado a beneficiar a todos”. Gracias a esos convenio con otras firmas, Facebook habría logrado hacer crecer su base de usuarios y por ende elevar sus ingresos publicitarios, mientras que las empresas asociadas adquirieron características para hacer sus productos más atractivos.

Al margen de las complejidades propias del universo digital, desde esta columna se había advertido que el vertiginoso crecimiento del servicio de Internet, que ya llega a más del 55 por ciento de la población mundial, apareja no sólo enormes ventajas para el conocimiento humano, sino que, a la vez, abre interrogantes y origina dudas con el futuro de su neutralidad.

En nuestro país la situación se volvió paradójica ya que en la reforma constitucional de 1994, cuando Internet recién comenzaba su exponencial escalada, se consagró en forma expresa el derecho de habeas data, destinado a proteger al ciudadano de toda información almacenada que contuviera datos sobre su persona y, eventualmente, solicitar su eliminación o corrección si fuera falsa. En la práctica, esa garantía se ha visto desbordada por el crecimiento explosivo de las redes digitales.

Este tipo de desafíos –uno de los más complejos de la época- constituyen materia de debates en los encuentros mundiales de especialistas en el tema de Internet, planteándose allí justificados reclamos a favor de una mayor seguridad hacia los niños que acceden a la red, como surge de las reiteradas advertencias formuladas por Unicef; o por la existencia de normas que controlen la penetración de las redes en archivos y centros documentales secretos, así como por la posibilidad que ofrecen las redes para viabilizar la comisión de delitos contra la privacidad y la intimidad, hoy vulnerados o en condiciones tecnológicas de serlo.

Se está frente a un sistema abierto y en construcción permanente, es decir, de una maravillosa herramienta que, sin embargo, permite usos desviados. El desafío es enorme por cuanto están en juegos principios que hacen a la libertad, a la creatividad y, también, a la necesidad de fijar normas que garanticen el respeto a los derechos de todas las personas. Una de las fórmulas ofrecidas desde organizaciones internacionales consiste en promover, para Internet, la creación de estándares éticos para la industria, así como otras prácticas que, protejan a las personas de eventuales abusos en las redes.

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