La mucama que limpió a todos los parientes
Edición Impresa | 4 de Febrero de 2018 | 02:26

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El gremio de las mucamas cada vez acapara más vidriera. Por supuesto, la reina seguirá siendo aquella guineana del hotel Sofitel de Nueva York que acabó con la carrera política del director del FMI. Inmediatamente después del escándalo protagonizado por Dominique Strauss-Kahn, aparece en la línea sucesoria doña Mildred Patricia Baena, la empleada doméstica de Arnold Scharzenegger, una guatemalteca a la que el ex gobernador le puso cama y algo más bien adentro. Strauss-Kahn resultó un abusador insaciable, mientras que doña Mildred reveló las andanzas de un gobernador que en la piecita del fondo había montado una pequeña sucursal de su familia principal, con nene y todo.
Las mucamas siempre sacan a luz secretos bien guardados. Sandra Heredia, la empleada doméstica de los Triaca, logró mucho, pero ahora va por todo. Es la señora de la temporada en un catálogo con buenos exponentes. El terremoto que desencadenó aún sigue sacudiendo. Está muy ofendida y cada vez cotiza más alto el desagravio. Sus abogados rastrean mensajitos en busca de otros altercados: “Una puteada más y te hacés millonaria”, la aleccionan. Días atrás se había conformado con los 340 mil pesos que le dieron como indemnización por su despido. Pero esta semana, al tomar nota de lo que ganaban las mucamas de Balcedo en Piriápolis, salió a reclamar tres millones y medio más. Es que el hermano de Triaca dijo que la habían echado porque descubrieron algunos faltantes en la casa. Y ella, lógico, reaccionó. Ahora quiere tres millones y medio. Para darse algún gustito, acabar con los faltantes y recuperar la honestidad.
La mucama de Triaca cobró una indemnización de $ 340 mil, pero al ver lo que ganaban las de Balcedo pidió tres millones y medio más
¿Macri estará conforme con haber perdonado a un ministro que desencadenó esta furia anti parentela? Triaca sigue aferrado al cargo, aunque quizá haya perdido autoridad y aplomo para poder negociar con los gremialistas sobre trabajo en negro y maltrato laboral. Peña también lo perdonó, al menos ante las cámaras. Y el resto de los ministros hace cola para insultarlo. Por culpa de él deben echar parientes, achicar gastos y releer la letra chica del decreto para saber si las cuñadas siguen prohibidas. Sandra Heredia y Triaca dejaron en claro que la parentela colabora con la corrupción nacional. La familia siempre trae problemas. Y nunca están tan lejos como para no estorbar. Nada nuevo. Kirchner jugó en las grandes ligas al poner a su mujer como presidenta, a su hermana como súper ministra y a sus allegados como beneficiarios estatales. Siempre los gobernantes se han apoyado en gente de confianza. No está mal, porque no debería ser un obstáculo para los más capacitados el hecho de ser familiar de un ministro. Pero la cosa se fue haciendo costumbre y al final la fórmula se invirtió: ahora, si sos pariente, inmediatamente sos capaz. A partir de allí el árbol genealógico estuvo por encima del escalafón. No había familiares gratuitos. Y en los ministerios empezaron a desembarcar hasta primos en segundas nupcias. Todos buscaban cobijo a la sombra del apellido. Tíos, nueras, hermanos, nietos y ex retozaban alegremente en la entretela de un presupuesto que siempre fue considerado con los más cercanos. Pero ahora todo cambió. Frigerio tuvo que entregar al padre, Aguad dejó un yerno en el camino y Triaca sacrificó a dos hermanas. Fue el aporte inicial de una medida más aparatosa que consistente. El resto se hace el distraído, aunque los familiares con cargo tienen como fecha de vencimiento el 28 de febrero. Los más enojados se acuerdan mal de la madre de Triaca y aguardan que el huracán purificador cese o que haya alguna enmienda que ponga a la señora lejos de las restricciones. Porque la norma prohíbe cónyuges y convivientes, pero no a los amantes con cama afuera, lo que ha ilusionado mucho a las secretarias quietitas y a los novios ambulantes.
Dijo François Mauriac que una familia es «una cárcel de rejas humanas», como explicando que en un hogar grande y unido cada uno está preso de los demás. Prohibir parientes puede ser exagerado. Pero más de uno, con yerno haragán y gastador, hace fuerza para que el decreto se extienda a todo el vecindario.
(*) Periodista y crítico de cine
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