Obras completas
Edición Impresa | 4 de Febrero de 2018 | 07:48

Por CRISTIAN VITALE
La casi totalidad de quienes han hablado o escrito sobre Gabriel Báñez guardan un mismo talismán: su amistad. Y más, han hablado o escrito desde ese lugar de amistad. Ciertamente, hemos escuchado hermosas historias-contadas con arte a veces, con afecto, con lealtad, con ironía, con risa, con emoción-cuyo tema,si no exclusivo central, es esa amistad, a saber, la de quien cuenta la historia con Gabriel Báñez. Yo, si se me permite, voy a arrogarme un privilegio. Yo nunca (o casi) conocí a Gabriel Báñez.
Eso, claro, no es garantía de nada, ni siquiera de diferencia. Pero esa falta me obliga, eso sí, a hablar de otras cosas. Y esas cosas son sus libros. Porque Gabriel Báñez para mí, lector, es una silueta enigmática, problemática y confusa, dibujada entre los pliegues huidizos de una docena de libros que he leído y releído quizá, en el fondo, sólo para estar cada vez más cerca de esa silueta, o, quizá también, para que esa silueta corrediza se parezca cada vez más a un hombre.
Pero no nos confundamos. No estoy buscando al autor. Estoy leyendo su obra. Porque la obra de Báñez, como toda buena obra, tiene muchos centros. Y uno de ellos se llama, o lo llamamos, por comodidad, Báñez. Luego están sus temas, claro. Todos ligados a una incapacidad. No ser capaz es el motor de los textos de Báñez. Si alguna vez alguien hubiera podido, algo, la obra se hubiera autodestruido. Es descarnadamente humano Báñez. Sus textos no adolecen de piedad. Nadie puede sostenerle la mirada largo tiempo sin pestañar. Imposibilidades todas. De hablar, de pensar, de amar, de vincularse, de huir, de quedarse, de creer, de consolarse. No hay consuelo al final. Todos sus libros terminan igual.
Quizá, me corrijo, hay una posibilidad, el fruto bueno de la discapacidad. Se llama escribir, fabular, fraguar. Es todo lo mismo en Báñez. Se escribe porque no se puede hablar, se fabula porque no se puede soportar o saber la realidad, se fragua porque es en Báñez esa la palabra que sustituye al verbo soñar.
La J es la letra que nos obliga a decir que el libro se llama Hitler pero con J
En Jitler un alemán, que se parece mucho al Báñez perfilado en sus libros (una caricatura en verdad, pero no hay cosa que ingrese en la máquina Báñez y salga ileso de esa violencia que es la caricatura), un alemán investiga, decía, pero los lectores de Báñez ya sospechamos que la concusión es previa y, como la investigación misma, lleva treinta años (los mismos años que Báñez publica), a saber, la homosexualidad universal de los argentinos, la universalidad, “lo genuino”, lo quizá reversible, del mal, la argentinización de todo pie que pisa suelo argentino. La letra J que se sobreimprime y borra la H.
Jitler habla, entre otras cosas, de eso, de la letra J. De lo que se dice fuerte, ruidoso, la letra que aturde un silencio previo. La J es la letra que nos obliga a decir que el libro se llama Hitler pero con J. La imagen del que se burla desborda, se asoma sobre los límites del libro. La J es la manera actual de un Desencuentro, de una Dislexia, que en cada libro toma una forma distinta. La J lo apaisana al mal, lo vuelve vernáculo y sensible. No sin horror ni ironía lo acerca.
Porque es incómodo Báñez. Nunca sabremos, probablemente, si fue un genio o un impostor. O ambos. Esa incomodidad nos apabulla, nos desconcierta, nos humilla, nos encanta, nos desampara. Quisiéramos decir que Gabriel Báñez no escribe bien pero ni siquiera eso es cierto. Quisiéramos decir que sus libros están mal hechos pero ni si quiera eso es cierto. Quisiéramos decir que es inolvidable, y quizá eso sea lo único que podamos decir.
Digo lo mismo de otro modo. Hay un Texto, en Báñez, que subyace a todos los textos de Báñez. Ese Texto, quizá más que los otros, imperfectos, buscamos los lectores. Se podría prescindir de su obra si encontráramos ese Texto. Claro que ese Texto no existe (o existe y es la memoria) y que Báñez es, como todos pero de manera más histriónica, pura grafía, pura tinta, puro lenguaje. Entonces no nos queda otra que ir a los textos. Enredarnos en sus textos fracturados, de corte y confección, oscurecidos o alumbrados. No nos queda otra, en tanto podamos dar con ese Texto, que buscar la silueta que está disuelta y como huida en cada libro. Porque, no creo haberlo dicho, en cada libro de Báñez está, pero como corrido, el Libro.
Y otra cosa queda también. Sugerirle a los editores que no cometan la indiferencia de no publicar lo más parecido a esa ausencia que es ese Texto esencial de Báñez. Yo les alcanzo un nombre. Podría llamarse Obras Completas.
Estaríamos todos muy agradecidos. Sería algo mucho más justo.
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