Justificado reclamo por la modernización de los accesos a La Plata

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En numerosas ocasiones se ha analizado en esta columna el estado crítico que presentan muchos de los accesos principales a la Ciudad, sean ellos los vertebrales que llegan de la zona norte, como los caminos Centenario y Belgrano –este último, al menos, con importantes mejoras parciales concretadas en los meses anteriores- o los que comunican con las muy pobladas zonas ubicadas al sur, al este y al oeste.

Pero más allá de los deterioros que exhibe la mayoría de esos accesos y de la necesidad, cada vez más perentoria, de ampliarlos y, en definitiva, de rodear a la Ciudad con un anillo caminero moderno, que se muestre a la altura de las crecientes demandas urbanísticas del presente, un reciente informe publicado en este diario advirtió también acerca de la sobrecarga de tránsito pesado que, pese a las prohibiciones de circulación, viene sufriendo esa red de caminos.

Se puso de relieve allí que el paso de camiones de pesado porte por itinerarios indebidos se convierte en una suerte de cotidiana pesadilla para distintos vecindarios, sin dejar de advertir sobre los trastornos que significan para las distintas vías camineras la peligrosa presencia de vehículos de enormes dimensiones.

Cabe recordar que desde el año 2000 –cuando se sancionó la última resolución provincial en la materia- se encuentra prohibida la circulación de camiones (salvo excepciones especialmente previstas y autorizadas) por el camino Belgrano, desde la calle 511 hasta el cruce Juan María Gutiérrez (Berazategui); asimismo, la restricción se extiende al camino Centenario entre el cruce Gutiérrez y la calle 511; por la avenida 520 entre 143 y la ruta 2; y por la avenida 66 entre la 143 y la ruta 36.

Sin embargo, de acuerdo a las denuncias de vecinos y automovilistas –y en base a lo que una simple observación puede constatar con facilidad- una gran cantidad de camiones se desplaza por esas rutas, que están prohibidos para el autotransporte de carga. Desde luego que la única explicación posible para que esto ocurra es que las autoridades no controlan en absoluto y, mucho menos, sancionan a los camioneros que utilizan esas vías.

Son muchas son las consecuencias negativas -y de ahí la imposición de las normas- del ingreso y egreso descontrolado del transporte de carga en los centros urbanos: los pavimentos se rompen y se llenan de baches; las viviendas acusan el impacto de las vibraciones que provocan taras que superan las cuatro toneladas; y el caos vial se adueña de esas calles.

No se trata, en absoluto, de ponerle trabas a la actividad económica –acosada, como se sabe, por diversas dificultades- sino todo lo contrario: de volver más fluido, menos riesgoso y más económico el paso de los más pesados vehículos de transporte de carga, canalizándolo por caminos más expeditos, con una circulación que les irrogue menos costos económicos y menos desgastes mecánicos, entre otras ventajas.

No faltan urbanistas y expertos viales a los que las autoridades debieran consultar para que aconsejen y, eventualmente, proyecten mejoras imprescindibles. La obsolescencia de los caminos de acceso y la anarquía que impera en ellos aconseja la realización de reformas inmediatas, sin dejar de ver que no puede aspirarse a una mejora sustancial de las comunicaciones terrestres sin la presencia de un servicio ferroviario moderno y eficaz.

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