“Venían a buscarme”: un cineasta vuelve del exilio en busca de la identidad
Edición Impresa | 26 de Marzo de 2018 | 03:58

En el documental “Venían a buscarme”, ópera prima que se estrenó el jueves en el porteño Cine Gaumont (se puede ver todos los días a las 12.10 y a las 19.45), el cineasta chileno Álvaro de la Barra busca recuperar su verdadera identidad, después de luchar 32 años para que su país lo reconociera como hijo legítimo de sus padres, militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) asesinados por la dictadura de Augusto Pinochet, cuando iban a buscarlo al jardín de infantes.
Hijo de Alejandro de la Barra y Ana María Puga, Álvaro -que aún siendo un niño fue perseguido por la dictadura, para ser apropiado o para ser asesinado- fue enviado al exilio por su familia, primero a París, donde pasó algunos meses, y luego a Caracas, donde fue criado por su tío, Pablo de la Barra, un cineasta que le transmitió el amor y su vocación por el “séptimo arte”, antes de regresar a Chile para enfrentar los fantasmas del pasado y retratar su historia familiar, algo que “fue para mi un reto”, explica el director primerizo en diálogo con EL DIA.
En el documental, De la Barra consigue volver su inmersión en el pasado atractiva para la audiencia, y el documentalista dice que es porque “lo significativo y atractivo para el público está en el la honestidad del relato: siendo tan personal y contado en primera persona, hace que la historia no se sienta distante para nadie, por que todos hemos tenido en algún momento la pregunta, la intriga de cómo fueron nuestros padres, nuestros abuelos, en determinada situación, o cómo seria para ellos lo que sea que nos esté ocurriendo ahora. Es natural, pienso, es universal que nos preguntemos”.
En este camino, De la Barra encontró una sociedad chilena “volcada al consumismo y el arribismo”, diferente a la “imagen idílica de la Chile que dejó mi familia”. Y mientras más se sumergía en la historia y el pasado de sus padres, más cambiaba también su percepción sobre ellos.
“Yo solo podía saber de ellos en el exilio y a través de mi tío y sus recuerdos, pero ahora pude conocer e indagar a personas que les conocieron, compartir con mi familia, estar en los mismos lugares que mis padres: durante el rodaje los dejé de percibir como héroes para verlos mas como seres reales, pero seguramente volveré a la imagen de héroes, fue la primera imagen de la infancia que tuve de ellos, distinta a la imagen que muchos tienen de sus padres, en constante cambio, en contradicción constante”, revela.
Pero a pesar de ser un trabajo sumamente personal, el chileno se resiste a tocar la “facilista” tecla emotiva: “Prestamos mucha atención a ese aspecto en el montaje”, acepta. “La historia misma contiene todo el drama, yo no quería agregarle ‘violines’ porque ademas este aspecto era parte de ser fiel a mi punto de vista”. ¿Ese debe ser el rol del cine, esa búsqueda de realidad, esa irrupción en los relatos oficiales, buscar verdades escondidas? De la Barra disiente: “Creo que encasillar al cine sería coartarle su libertad: el cine es un arte y por ende debe estar libres de roles, y por suerte es muy dinámico y sus distintas maneras de expresar van mutando en el lenguaje, y esto lo enriquece”, dice, aunque acepta que “el cine puede cumplir un rol fundamental en la recuperación de la memoria como una expresión artística de mas fácil divulgación” y que “el cine nos brinda un lenguaje que nos pueda aportar una herramienta valiosísima en esa búsqueda de lo que se fue antes de tiempo, y desde ahí reconstruir una historia, una memoria”.
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