Demente por siempre: John Waters, pontífice del trash y enamorado de la Coca Sarli
Edición Impresa | 14 de Abril de 2018 | 04:42

Por PEDRO GARAY
pgaray@eldia.com
Utilizar el limitado lenguaje humano para explicar el cine desbordado de John Waters es una misión imposible: las palabras hiperbólicas se reproducen pero nunca logran traducir la experiencia del cine corrosivo del pontífice del trash.
El cine de Waters hay que verlo, experimentarlo en todo su feliz caos. Una experiencia que se vive mejor en compañía, y de manera particularmente excitada si esa compañía es el público festivalero, adalides extasiados del Príncipe del Vómito que ayer realizaban nerviosa cola desde temprano para ir a las primeras funciones con Waters en persona: antes de que se volviera “gesto” querer al exótico Waters, muchos vieron su cine en su adolescencia y descubrieron un tipo que comprendía su marginalidad, la injusticia, y que la retrataba no desde la tristeza y la distancia, sino desde humor y el goce insobornables. Y eso, explica el cineasta de “Hairspray” en diálogo con EL DIA, era justo lo que quería con su arte.
“Intento llegar a todas las personas que usan el humor como un arma, para protegerse y atravesar la vida y cambiar las cosas. Si eras joven y viste una película mía y te dió la libertad de hacer algo que querías hacer, eso es lo mejor que me puede pasar”, cuenta Waters horas antes de “salir a la cancha” en el BAFICI, y habla con una suavidad inesperada en el hombre que filmó “Pink Flamingos”, una de las cintas que se verá en el festival. Sería paradójico, si no estuviera ataviado con uno de sus trajes característicos, gris y decorado con palmeras verdes, o si no fuera por ese bigotito y esa sonrisa que prometen perversa picardía.
Esa que transpiran sus protagonistas, esos antihéroes trash que encarnaron desde el mito trans Divine hasta el joven Johnny Depp. “Los héroes de mis filmes hubieran sido los villanos en las otras películas. Pero en mi mundo se comportaban como héroes: no juzgaban a nadie, eran felices con las rarezas que tenían, no pedían tu permiso para ser lo que eran, no querían tu aceptación y vivían felizmente con su propio sistema de reglas”, cuenta Waters sobre su fascinación con las personalidades marginales, retratada en su fundamental libro “Modelos de conducta” y transparente en su obra, donde “la chica gorda, que en todas las otras películas era ‘la mejor amiga’, en mis películas se queda con el chico”.
“Incluso si tenías a un personaje trans en esos días tenía que parecer Miss América. ¡Pero Divine llevaba una motosierra y quería matarte!”, se ríe. Lo increíble es que su trabajo, el de “reportar el incomprensible comportamiento del sucio gentío”, el que buscó siempre ofender el buen gusto, llegó a Hollywood: ocurrió cuando a la tercera entrega de su trilogía trash, “Desperate living”, no le fue muy bien; eran fines de los 80 y aparecía el video, por lo cual el cine trasnoche y clase B perdía sentido (el ejercicio de juntarse con amigos a ver películas con los estados alterados podía hacerse desde el living). Waters supo “que precisaba cambiar” y comenzó a trabajar codo a codo en la industria, alianza en la cual produciría “Cry Baby” y “Hairspray”, entre otras (ambas se verán en el festival).
Él, sin embargo, no ve contradicción o traición. Al contrario, “siempre quise hacer películas comerciales, simplemente no sabía cómo hacerlas. Me gusta trabajar en Hollywood, me pagan bien”, dice risueño. “Lógico, mientras más plata te dan, más tenés que escuchar. ¿No querés discusiones? Hace tu película con un celular, y nadie te va a decir nada. Pero si te dan un gran cheque, te van a decir qué hacer. Tenés que aprender a negociar con eso: yo nunca lancé una película que no quisiera sacar. Tuve peleas, sí... pero aprendí a lidiar con eso”.
El milagro de que su cine blasfemo haya llegado permanece, más si uno observa el panorama actual del cine industrial, y Waters lo acepta: “Me asombraba cada vez que me decían que sí”, dice. “¿Cómo logré hacer “Adictos al sexo”?”, se ríe, sobre su último trabajo, de 2004.
Desde entonces, sin embargo, ha escrito cuatro filmes, pero los estudios no quisieron hacerlos, o le ofrecieron muy poco presupuesto. “Y yo hice 16 películas y ya no puedo pedirle a la gente que trabaje por nada. Me dicen que vaya a Kickstarter pero soy dueño de tres casas, ¿voy a andar mendigando? Así que escribo libros, sigo contando historias, no importa en qué modo lo haga”, explica sobre el parate.
Mientras tanto saca fotos, hace stand up y viaja por el mundo visitando festivales. Mañana y el domingo, Waters charlará sobre sus libros y presentará sus películas que, dice, son todas la misma, “se tratan de marginados felices que no necesitan tu permiso y que transforman lo que la sociedad considera como una falla, en un estilo. Tienes que tener un look para ganar”.
Y ayer, en su primer show, se dio un gusto: el de presentar “Fuego”, de Armando Bó y con Isabel “La Coca” Sarli, quien siempre fue una inspiración. “Fui a verla a principios de los 70, mostraban sus películas en los cines latinos en las funciones de trasnoche”, recuerda Waters, que quedó tan impactado con Sarli que terminaría coleccionando libros sobre el ícono sexual argentino. “Llevaba a Divine, íbamos a ver todas las de Isabel Sarli!”, cuenta el cineasta que años después presentaría “Fuego” en el marco de su programa de TV “John Waters presenta películas que te corromperán”, y que también llevó la cinta por festivales del mundo, donde el público, relata, reaccionó con éxtasis, aunque “por una razón completamente diferente a cuando fueron hechas, para el disfrute sexual heterosexual”.
Pero sí entre el público se percibe un placer irónico, dice Waters, “ella no lo hace nunca irónicamente, es completamente seria: por eso hoy cuando la conocí fue maravilloso, se veía exactamente como deseaba que se viera”.
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