Un líder que transformó al país y ahondó la división de la sociedad

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Para sus seguidores sigue siendo el mejor presidente de la historia de Brasil, pero Luiz Inácio Lula da Silva está también salpicado por casos de corrupción desde hace tiempo.

Nadie refleja hoy tan bien el drama político en el que se encuentra el gigante sudamericano como el exitoso jefe de Estado entre 2003 y 2010: fue el principal artífice del despegue económico brasileño en la década pasada, pero su condena a más de doce años de prisión por corrupción y el proceso al respecto polariza las opiniones de sus compatriotas.

Lula sigue siendo el claro favorito para ganar las elecciones de octubre. Pero según una encuesta de Datafolha de enero, un 39% de los votantes lo rechaza. Sus seguidores provienen sobre todo de las clases más necesitadas, que lo juzgan por los emblemáticos programas sociales de sus años de gobierno como “Hambre cero”, que sacaron a millones de brasileños de la pobreza.

Sus detractores, en cambio, lo acusan por los múltiples escándalos de una corrupción sistemática destapada en Brasil en los últimos años. Lo paradójico: muchos de esos críticos, consideran algunos observadores, salen de las nuevas clases medias que se beneficiaron del ascenso social de los años de Lula, y que no le perdonan ahora al mandatario su participación en las redes corruptas.

Lula está acusado en siete juicios de Lava Jato (Lavado de autos), la megacausa sobre corrupción política que reveló desde 2014 un enorme entramado de fraudes y de una forma de gobernar mezclando política y negocios en los años anteriores.

De origen humilde, el carismático Lula se convirtió en enero de 2003 en el primer presidente de origen obrero de Brasil. Durante sus dos mandatos, el gigante sudamericano se ubicó entre las potencias mundiales gracias a un boom económico basado en los altos precios de las materias primas, mientras reducía la pobreza a un ritmo vertiginoso. Dejó la presidencia con una enorme popularidad. Y hoy está cercado por la Justicia.

 

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