Fragmentos de un discurso amoroso

La novela de Verónica Sánchez Viamonte propone una travesía por la infancia de una hija de los ‘70. Con tono melancólico pero nada dramático, la autora rescata hechos de su niñez delicadamente, como quien escribe en el agua, para presentarlos como postales saturadas de sentido

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Por MAXIMILIANO COSTAGLIOLA

Magdalufi nos cuenta la historia de una niña criada por sus abuelos que metaboliza la ausencia de sus padres aferrándose al amor de los mismos y de su hermana. Narrada en primera persona y con una prosa directa y visual, tangible por momentos, más que una novela Magdalufi es un encordado de imágenes –literales en ocasiones, la novela intercala fotos de la instalación “Fragmentos multiplicados” y literarias otras– que van develando una sensibilidad infantil y otras veces, las menos, adulta. Eludiendo un orden cronológico y lineal, la obra presenta una ingeniería aparentemente casual e inofensiva, pero es sólo un engaño porque el sentido en el que se suceden los relatos hace que se vayan potenciando unos con otros.

En esa incomodidad el lector termina reconociendo el talento de la autora para el registro oral

 

Simplificados en una reseña esos relatos pueden parecer deshidratados. Pero su complejidad viene dada precisamente por su fisonomía heterogénea y su naturaleza cruda. Rompiendo con el formato y el «derrame escalonado» de la novela clásica, las narraciones zigzaguean antojadizamente, de acuerdo a las afecciones de su protagonista mucho más que a las necesidades de la trama o a los efectos perseguidos. Del mismo modo, las escenografías mudan constantemente, generando un clima de inestabilidad que ensambla con el cambiante estado de ánimo de la protagonista y con el momento histórico que retrata. El lector no se termina de acomodar nunca y en esa incomodidad reconoce algunos de los elementos del universo ficcional de Sánchez Viamonte: el talento para el registro oral, el estilo directo y minimalista, las escenas descriptas lacónicamente, los microrelatos dentro de otros relatos y los argumentos inconclusos cuyo sentido estalla desfasadamente.

La autora fractura así muchos de los convenios de la narrativa contemporánea y descree de la palabra como medio de expresión artística. La palabra es en todo caso un recurso para desahogar la memoria y no atragantarse de silencio. Su apuesta está dirigida más bien a la construcción de una poética de la imagen, tanto escénica como narrativa. De ahí que la cifra hipnótica de su narrativa pase más por la construcción de una sensibilidad y percepción tan singulares como entrañables que por lo que efectivamente sucede.

La palabra es en todo caso un recurso para desahogar la memoria

 

Trenzados, cada uno de estos pasajes, cuentan, aún en lo que no dicen, retazos vitales de lo que le sucedió a su protagonista. Y es que la memoria no permite otro modo de composición que no sea uno fragmentario, defectuoso. Tal vez ahí radique la fuerza bruta del recuerdo como materia prima de la ficción. Sánchez Viamonte parece conocer esto perfectamente y entonces reclama un lector activo con el que construir sentido a la par, espalda con espalda. Y no pide tanto un esfuerzo como una entrega. La recompensa es la entrada a un mundo íntimo y tierno.

Como en la tapa del libro, totalmente gris con un cuadrado de laca transparente donde se lee el título como si una niña lo hubiese escrito con su dedo en una ventana empañada, esta escritora pone los hechos a trasluz y juega con los reflejos de su prosa depurada para hipnotizar al lector, inmovilizándolo mientras le inocula rítmicamente los fragmentos de su discurso amoroso.

 

MAGDALUFI

Verónica Sánchez Viamonte
Páginas:
149
Precio: $330

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