“El azote”: los márgenes de Bariloche, escenario de la violencia institucional

La nueva cinta de Campusano explora por sus habituales temáticas mientras busca dar voz a los invisibles de la sociedad

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El prolífico José Celestino Campusano, director de filmes como “Vil romance”, “Fango” o “El Perro Molina”, es algo así como la estrella díscola del circuito independiente del cine nacional: premiado a nivel local e internacional, el quilmeño retrató durante años el Conurbano, sus problemáticas y leyes, apostando a una fusión entre el realismo sucio y la ficción documentada, y durante los últimos años mudó su producción al sur del país, encontrando en los márgenes de la turística Bariloche el escenario perfecto para sus historias de violencia, pasión y opresión.

“El azote”, último trabajo de Campusano que se estrenó en jueves en varias salas porteñas (se verá hoy a las 20 en el MALBA, hasta el domingo en el Cine Cosmos y toda la semana en el Village de Avellaneda) opera en ese sentido como complemento a “El sacrificio de Nehuén Puyelli”, también rodada en la Patagonia: el protagonista es Carlos, un asistente social responsable de un Centro Asistencial para menores judicializados, ubicado en la Zona de El Alto, de la ciudad cordillerana de Bariloche. Su vida personal se desmorona, su mujer lo deja, su madre está postrada, su compañero quiere serrucharle el piso y el ingreso de dos jóvenes el centro parecen dejar en evidencia las grietas del sistema, los límites de la acción, a la vez que revelan la violencia que impregna cada aspecto de ese mundo.

Esta clásica historia de la filmografía de Campusano busca, dice el director en diálogo con EL DÍA, “echar luz en situaciones, aspectos o historias que no tengan un antecedente en el área del cine, igual que todas nuestras películas: tratamos de que nuestra cinematografía esté en las antípodas de las fórmulas preconcebidas, romper con los códigos de representación”.

Para lograrlo, Campusano y su equipo de Cinebruto, un colectivo que lleva años produciendo sin parar, “recopilamos historias verídicas en grado sumo, tratar de que haya el menor porcentaje posible de hechos supuestos o que no hayan sucedido”: esas historias constituyen las tramas de sus filmes y, a la vez, el punto de entrada del director a la comunidad, otro aspecto clave de su filmografía.

Al contar esas historias, desde la perspectiva de quienes las padecen, Campusano y su cine dan voz a esas “miles y miles de personas que ahí viven y no tienen representación: cuando los medios se ocupan de esos sitios es por hechos policiales. Pero hay gente muy valiosa en esos sitios, y parte de esa gente fueron parte de la película”.

“Tratamos de integrar a la comunidad, no importa que sean actores o no”, explica Campusano, deslizando otra de las marcas de su cine: el uso de actores no-profesionales (aunque el término no le agrada). “Queremos darle visibilidad a sectores que si se los invisibiliza, es mucho más fácil invisibilizar su derecho, o si se los estigmatiza, es muy difícil no hacerlo en la vida real. Por eso queremos hacer un tipo de arte que esté nutrido desde el corazón de la comunidad”, explica.

Pero el corazón de esas comunidades está repleto de sobrevivientes a una violencia sistemática y omnipresente, que ha vuelto a las películas de Campusano particularmente intensas... y criticadas por ello. El cineasta se defiende: “Los actos de violencia son mucho más intensos en la realidad”, dice sobre sus retratos de los márgenes, y agrega que “una película de Hollywood es 100 veces más violenta, tienen películas más racistas y clasistas que cualquier otro cine, se ve la mutilación y la muerte como algo divertido, y ningún héroe del cine norteamericano paga las consecuencias emocionales, espirituales o legales de los asesinatos que comete. Son asesinos seriales y eso los glorifica”.

Frente a esa Hollywood Campusano y equipo ofrecen una resistencia, aunque una resistencia siempre cuesta arriba que se refleja a la hora de buscar salas para proyectar su cine.

“Para nosotros uno de los momentos más estresantes es el estreno: las multisalas no quieren cine argentino, generan condiciones para que no reditúe”, dice. Pero, cierra, sus películas sobrevivirán en ese otro circuito, el alternativo: “Hay todo un marco sustentable que hace que nuestras películas se sigan proyectando por años, que permanentemente solicita nuestras películas: una retrospectiva, una biblioteca, una universidad, un centro cultural, un cine club...”

 

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