Sencillez
Edición Impresa | 12 de Agosto de 2018 | 07:52

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
En la incontable variedad de personalidades podemos encontrarnos con quienes se vanaglorian de sus propias cualidades, logros y posibilidades, que ostentan lo que poseen, que son complicadas en su modo de tratar, y que suelen recibir el título de “retorcidas” o “jactanciosas”; y quizás sean las más rechazadas por el conjunto de sociedad. ¡Nada más chocante que un altanero y fanfarrón! Además, a nadie escapa que tales actitudes esconden a un hipócrita.
Y... no es necesario buscarlos con lupa: se los encuentra a cada paso, aunque muchos de ellos disimulan sus malas artes y pretenden hacerse pasar como cultos, inteligentes o desenvueltos. También, hasta en la Iglesia se los puede encontrar, ocupando lugares a los que han llegado por su condición de trepadores. Nada debe escandalizarnos ni ser motivo de críticas.
Sin embargo, por las enseñanzas del Nuevo Testamento sabemos bien que todo cristiano que se esfuerce por ser coherente tiene la grave responsabilidad de cultivar su propia personalidad dentro de los parámetros de la sencillez evangélica, sin exponerse nunca en la vidriera de la estupidez.
La decadencia cultural, que sigue instalándose por doquier, provoca la tentación del “lucimiento”, es decir de lucirse mintiendo, que es una de las muchas caretas de la hipocresía, sin importar el humillar a los demás. Es la cultura del vaciamiento de los valores y de la competencia por la mayor incapacidad.
Un cristiano que vive la sencillez sabe hablar con mesura, evitando acaparar las conversaciones para ser el centro de atención; sus dichos son respetuosos y no usa de palabras rebuscadas ni altisonantes
No es fácil contrarrestar tanta bajeza con una vida equilibrada y sencilla. Entonces, ¿cómo es una persona sencilla?
Un cristiano que vive la sencillez sabe hablar con mesura, evitando acaparar las conversaciones para ser el centro de atención; sus dichos son respetuosos y no usa de palabras rebuscadas ni altisonantes; y sabe guardar silencio para evitar exabruptos o manifestaciones inoportunas.
Un cristiano sencillo debe evitar el hacer preguntas y comentarios que sólo redunden en lo ya dicho, queriendo encontrar problemas donde no los hay.
Un cristiano sencillo viste con decoro, sin llegar a ser estrafalario, de acuerdo con la ocasión y procura usar la indumentaria más adecuada a su persona, sin dejarse seducir por la exageración caprichosa de la moda.
Un cristiano sencillo tiene modales que distan mucho de ser artificiosos y estudiados, y recordará siempre que la sencillez es cortesía mientras la altivez es grosería.
Un cristiano sencillo siempre está dispuesto a prestar un servicio, porque sabe bien que no existen actividades “de segunda”, ya que todo es importante y debe hacerse en la presencia de Dios y para la gloria de su santo Nombre.
Un cristiano sencillo no se exalta ni se menosprecia, aprecia a los demás por lo que son y está abierto al diálogo amable en la verdad y en la caridad.
La sencillez nos ayuda a todos a superar el deseo por sobresalir, por sentirnos distinguidos y admirados sólo por etiquetas mundanas.
Lo que importa es tener un corazón sencillo, que sea grato a Dios, capaz de ganar siempre nuevas y buenas relaciones interpersonales, que favorezcan el desarrollo de una sociedad en que todos vivamos como hermanos, sobre la base de la verdad en la caridad, descartando siempre toda superficialidad.
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