La clave de la lealtad
Edición Impresa | 19 de Agosto de 2018 | 07:48

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
Posiblemente quien mejor comprenda el valor de la lealtad es aquel que alguna vez ha sido traicionado o padeció la hipocresía de alguien que lo defraudó.
Todos confiamos en la lealtad de los otros y a nadie le agrada sufrir la traición; pero, ¿todos merecen la lealtad de los demás? ¿También los traidores?
También cabe preguntarse: ¿cuáles son las actitudes contrarias a la lealtad? Si son muchas las expresiones de lealtad, son otras tantas las opuestas. Entre ellas, las críticas a las personas, haciendo hincapié en sus defectos, en lo mal que cumplen su deber de estado; divulgar las confidencias recibidas; hablar mal de los superiores; ocultar la verdad que tiene derecho a saberse; no cumplir la palabra empeñada; y otras por el estilo. Este modo desleal de conducirse entre “civilizados” parece difundirse cada vez más, con las sutilezas propias de la hipocresía, de la traición prolijamente maquinada; lo cual engendra una vasta desconfianza.
Sin embargo, la lealtad es y seguirá siendo un valor que dignifica a quienes la viven y la cultivan en su propia conducta sin doblez.
Para los cristianos, la única respuesta absoluta es: vivir coherentemente las enseñanzas de Jesús. A partir de una exigencia de amor incondicional se sigue una vida de lealtad, ante todo a Dios y sus designios y, como consecuencia, al prójimo
Para describir el referido valor, puede señalarse que el vocablo lealtad – derivado de ley – indica la cualidad interior de rectitud, franqueza y honorabilidad de una persona (es por eso se la indica como “persona de ley”), de modo que la lealtad implica fidelidad a la palabra dada, a las personas y a las instituciones, y aun al propio honor personal.
La lealtad no es consecuencia de un sentimiento afectivo, sino el resultado de una deliberación inteligente para elegir lo que es correcto. Por lo tanto, el mentir para ocultar las faltas de alguien no nos hace leales, sino cómplices.
En toda la Historia de la Salvación subyace la intensa realidad designada por la lealtad, que presenta la manifestación de Dios bajo la modalidad de una Alianza, un pacto de lealtad, de Él con su Pueblo. Un himno bíblico de alabanza al poder de Dios, proclama que “Él obra siempre con lealtad, Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena de su amor.” (Salmo 33, 4-5)
A la luz del Evangelio de Jesús se condena la traición, pero se busca la salvación del traidor; se vitupera la infidelidad pero se ofrecen los medios para que el infiel cambie de conducta y se salve.
Nunca deberá decirse que el traidor no merece ser tratado con lealtad, ¡todo lo contrario! Baste pensar que un buen testimonio de fidelidad puede ser suficiente para ayudarlo a emprender el camino de su propia conversión.
La falta de lealtad, es decir la hipocresía, ante todo daño gravemente al desleal, al falso, a quien finge una cosa sin verdad. Pero, teniendo en cuenta que la lealtad es sinónimo de fidelidad, ¿cuál es la clave para tener siempre una conducta leal, fiel?
Para los cristianos, la única respuesta absoluta es: vivir coherentemente las enseñanzas de Jesús. A partir de una exigencia de amor incondicional se sigue una vida de lealtad, ante todo a Dios y sus designios y, como consecuencia, al prójimo.
Es preferible hacer silencio, incluso no defenderse y menos aún acusar a otros, antes que perder la lealtad. No es fácil, por cierto, pero con la ayuda de Dios incluso será agradable.
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