No privatizar la fe
Edición Impresa | 23 de Septiembre de 2018 | 03:30

DR. JOSÉ LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
Puede suceder que ciertos cristianos, aun aquellos que se consideran con prosapia en su vida de fe, limiten su religiosidad al mero ámbito individual, de modo que más bien son personas anónimas en la católica sociedad eclesial. Llamarlos cobardes sería muy fuerte, pero en honor a la verdad no les cabe otro calificativo. En algunas épocas son demasiados y dañan al conjunto de la familia humana, porque cada bautizado tiene la misión de ser testigo de Jesús en todo el mundo. Por eso, es necesario contrarrestar los efectos nefastos de los individualistas, promoviendo reacciones comunitarias de fe, de solidaridad y de esperanza, siempre en la caridad.
Cuando en alguna circunstancia social, el protagonismo de la Iglesia es irrelevante, no cabe duda que la causa está en las ausencias y silencios de quienes recibieron de Dios la gracia de ser cristianos y que, por ende, deberían ser activos y responsables en la vivencia de su condición de ‘luz del mundo’ y ‘sal de la tierra’ (Mt. 5, 13-14). Todos los bautizados somos Iglesia.
Existen silencios y ausencias que ocultan realidades nobles, valientes y honestas. Por eso, pregunto: ¿qué le pasa a la sociedad de hoy que parece complacerse en las noticias morbosas y macabras, violentas e inmorales, sensacionalistas y huecas? ¿Qué le pasa a nuestra sociedad argentina que no valora en su real dimensión los acontecimientos de solidaridad, de generosidad, de lealtad? ¿Qué nos pasa a los cristianos que parecemos acostumbrados a la “crónica negra” y dormidos en la rutina del pesimismo?
No existe ninguna otra institución en el mundo que pueda gloriarse del coraje de sus miembros, quienes no le temen a la muerte con tal de ser testigos de la Vida, adorando al único Dios por Quien se vive
Todos deberíamos evitar el contagiarnos de cualquier postura negativa y vivir el desafío de una dinámica evangelizadora – que no conoce descanso –, ofreciendo a cuantos cruzamos en nuestro camino el entusiasmo de la frescura en la cotidianidad de la vida, que es el espacio donde estamos llamados a encarnar nuestra respuesta a Dios y al prójimo.
La Iglesia de Dios, en sus dos mil años de existencia, tiene el respaldo de que setenta millones de cristianos (¡70.000.000!) fueron muertos debido a su fe. De ellos, son 45 millones y medio, es decir el 65 por ciento, los que murieron mártires durante el pasado siglo XX. La estadística está fundamentada en el libro “Los nuevos perseguidos” del periodista italiano Antonio Socci, presentado en el año 2002 en Roma.
No existe ninguna otra institución en el mundo que pueda gloriarse del coraje de sus miembros, quienes no le temen a la muerte con tal de ser testigos de la Vida, adorando al único Dios por Quien se vive.
Sin embargo, parece necesario azuzar, exhortar, motivar una y otra vez, para que mantengamos encendidos la alegría y el coraje que nos da la fe cuando está viva, activa y entusiasta.
Nadie debería privatizar su condición de cristiano, a fin de que todos juntos le demos la verdadera relevancia a la Iglesia de Dios en nuestra sociedad. ¿O no reconocemos la ingente obra humanitaria de la Iglesia en todo el mundo, aun en medio de persecuciones, y siempre sin hacer alarde?
Es más, los que traicionaron su fe, los que defeccionaron, los que son indiferentes, tienen el derecho de esperar de nosotros el testimonio que los reanime, que los reconcilie, que los aliente para comenzar o para volver a una vida plena, que encuentre su sentido en la imitación de Cristo y en la vivencia de su doctrina.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE