El hombre que miraba el mundo

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“La poesía ha muerto. Muere al salir del cuerpo de quien la fecunda”. Así empieza “Lágrimas de un pájaro”, el último trabajo del poeta Gabriel García Molina. Un primer poema en prosa funciona como prólogo confesional. Hay una posición: el poema le pertenece al mundo y ese desarraigo, ese vacío es el que mata al poeta. “Mueren las palabras en su garganta vacía”, dice. Si el poema es universal, ¿qué otra cosa puede hacer el poeta más que -como la abeja hembra luego de picar por única vez- dejarse fallecer en el olvido?

El libro es una caminata por el campo relatada con desprejuiciada ingenuidad

 

Luego vienen los versos que ocupan tímidamente un pequeño fragmento de cada página. No hay títulos ni capítulos: una sucesión de palabras que describen sensaciones e ideas con la simpleza del despojo. “¿Qué es ser silencio / en un mundo vacío?”, se lee. Otros versos: “La lluvia anuncia / el parto de la noche, gime, la noche / al parir el mundo”. Y más: “Veo mis uñas transpirar / la virginidad de mi cuerpo”.

El libro es una caminata por el campo mientras observa todo -animales, árboles, hombres, mujeres, el cielo, la tierra- con los ojos de la más desprejuiciada ingenuidad. Hay algo universal ahí, porque borra toda marca de época, entonces coloca la poesía en un momento primitivo, como si el mundo se estuviera gestando, o mejor: como si se gestara permanentemente. El poeta sólo narra, describe, observa. ¿O es el mundo quien lo mira sin que él lo sepa y le susurra al oído un mensaje secreto, su clarividencia?

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