Jesucristo de todos
Edición Impresa | 30 de Septiembre de 2018 | 07:12

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
La misión encomendada por Jesús a sus Apóstoles, inmediatamente antes de su ascensión gloriosa, es la de hacer que todos los pueblos, razas y lenguas sean cristianos.
Tal afirmación no parecería ser pacífica en estos tiempos, en que más bien se pugna por una libertad de opción en el campo de lo religioso. Puede ser que así lo sostengan y defiendan los seres humanos. Pero, nadie debería olvidar que, nuestra “vida es como el humo, que aparece un momento y luego se disipa” (Sant. 4, 14); es decir que no tenemos “comprada” la vida propia ni las leyes positivas hechas en el tiempo según la utilidad o la conveniencia.
El Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, que tiene todo el poder, el que no caduca jamás, dispuso con su indiscutible autoridad que se anuncie el Evangelio “hasta los confines de la tierra” (Hechos, 1, 8), a todas las gentes, para que haya “un solo Rebaño y un solo Pastor” (Jn. 10, 16).
Ningún cristiano debe claudicar en el anuncio del mensaje de Salvación y, con nuestra esperanza puesta en Dios, hemos de estar dispuestos hasta dar la vida, si fuera necesario, para que los designios de Dios se hagan realidad, sabiendo que Él quiere la felicidad de todos.
El Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, que tiene todo el poder, el que no caduca jamás, dispuso con su indiscutible autoridad que se anuncie el Evangelio “hasta los confines de la tierra”
A los primeros Apóstoles, “Jesús les dijo: ‘Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.” (Mt. 28, 18-20)
¿Quién podría atreverse a contradecir a Dios? ¡Nadie! Además, el empeño en semejante misión, confiada ante todo a los Obispos y Presbíteros, y con ellos a todos los fieles cristianos, no es más que la razón última por la que Jesús ha instituido a su Iglesia: “para que Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15, 28).
Para esto precisamente Jesús se inmoló a sí mismo, para redimirnos del pecado primero y “para que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, [porque] hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre Él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos.” (1 Tim. 2, 4-6)
Nadie niega que en la historia de la Iglesia hubieron cristianos que no fueron coherentes con el Evangelio e incluso que escandalizaron y dañaron a muchos. Pero, “sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8, 28).
Jesús es de todos y para todos. Él debe ser anunciado para que sea conocido y amado. Por eso el Apóstol Pablo exhorta: “Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas. Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio.” (2 Tim. 4, 1-5).
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