Completar la escuela en diálisis, un valioso desafío que no tiene edad

A sus más de 50 años, Sandra y Ramón eligieron capitalizar las largas horas semanales que su tratamiento los obliga a permanecer en una camilla para saldar una deuda con la vida: mejorar su educación escolar

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Por: NICOLÁS MALDONADO
 

nmaldonado@eldia.com

“Nunca supe más que escribir mi nombre, apenas lo necesario para sacar el documento y firmar. De los doce hermanos que somos, sólo los más grandes pudieron ir a la escuela. A los 8 años, cuando falleció mi mamá, los demás tuvimos que ayudar con la casa o salir a hacer changas con mi papá”, cuenta Sandra Blanco, quien recién a sus 54 años pudo finamente hace unos meses aprender a leer y escribir. Y la forma que lo hizo es motivo de enorme admiración.

Oriunda del barrio Banco Provincia de Berisso, Sandra, que es ama de casa y madre de tres hijos, logró alfabetizarse a fuerza de ponerle el pecho a la adversidad. Como otros tantos pacientes que se encuentran en tratamiento de diálisis, ella aprovechó las cerca de quince horas semanales que su tratamiento la obliga a permanecer recostada en una camilla para emprender su formación escolar.

“Cuando la asistente social de la clínica me ofreció enseñarme a leer y escribir me dio un poco de miedo y vergüenza. ¿Qué podía hacer yo a esta edad?, me decía. Pero me animé y de a poco empecé a entusiasmarme con esto de aprender”, cuenta Sandra, quien se encuentra en tratamiento de diálisis desde hace cinco años debido a un cuadro de diabetes que le produjo una insuficiencia renal.

Más allá del orgullo que se evidencia en ella cuando comparte su experiencia de superación, para Sandra el esfuerzo tuvo una insospechada compensación que hace que al contarla se le quiebre la voz. “Tenía de una nieta de 9 años que falleció en un accidente y que siempre me escribía cartas llenas de cosas lindas -cuenta-. Nunca las había podía leer hasta hoy”.

Ya sea por falta de recursos económicos o por haber crecido en una zona rural, parte de las personas que se atienden en las clínicas de diálisis llega a la adultez sin haber completado su educación. Ese déficit educativo, que algunos de ellos ocultan por vergüenza excusándose de no poder leer porque olvidaron sus anteojos, no pasa inadvertido a los trabajadores sociales de los centros, que saben muy bien lo que conlleva: no sólo una lesión una a su autoestima sino por sobre todo una reducción significativa de su calidad de vida y una menor posibilidad de acceso a los recursos de salud.

“La educación es una herramienta clave para el autocuidado del paciente. Sucede que al no saber o tener dificultades para leer muchos de ellos son incapaces de interpretar una prescripción médica o los rótulos nutricionales de los alimentos, por mencionar solo dos situaciones que resultan fundamentales para alguien que tiene una insuficiencia renal”, explica la médica nefróloga Miriam Del Amo, subdirectora de Nefroexcel, un centro de nefrología y terapia renal de La Plata que desde hace siete años participa del programa de Educación Permanente de Jóvenes y Adultos impulsado por el Estado provincial.

A lo largo de estos siete años, cerca de una veintena de los pacientes que pasaron por ese centro y tenían el nivel primario incompleto, con un promedio de 58 años de edad, completaron en alguna medida su formación escolar. Tal fue el caso de Sandra, pero también de Ramón Almirón (55), las dos últimas personas en diálisis que aprovecharon allí esa posibilidad. Su logro fue festejado días atrás por sus compañeros y el personal que los atiende como una emocionante victoria contra esos reveses que la vida a veces da.

 

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