El avance de la pobreza cambia dietas y estrategias en barrios vulnerables

Nutricionistas que trabajan en zonas críticas hablan de hogares donde apenas se compran carne y lácteos. Y de una mayor asistencia a comedores y merenderos. El impacto de la caída de las “changas”.

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En los últimos meses, Mariela Orellana (30) incorporó una nueva rutina: día por medio se acerca hasta el Mercado Regional a buscar entre las frutas y verduras de descarte que dejan los verduleros algo que le pueda servir. Siempre alguna cosa consigue, pero nada entero, comenta: “hay que sacarle algún pedazo golpeado o pasado por el que esa fruta o verdura fue descartada y el resto se puede comer”, dice esta madre de cinco hijos que hasta hacer alrededor de un año vivía de la asignación universal y de lo que le dejaban los trabajos eventuales. Pero esas changas ya no se consiguen y se hizo necesario recurrir a la fruta y la verdura del Mercado, dice Mariela, que está obligada a consumir rápido lo que se lleva porque no tiene heladera: se la robaron hace días, junto a los pocos electrodomésticos que tenía.

“La mayor parte de los vecinos del barrio están yendo a buscar fruta y verdura de descarte al mercado. Es una de las estrategias para pasar el mal momento económico. Otras que se ven cada vez más es recurrir a los comedores y merenderos con más frecuencia. O salir a pedir”, dice Mariela.

Cerca de ahí, en el Centro de Nutrición que la Fundación Conin tiene en el barrio de Ringuelet, la coordinadora, la nutricionista Celeste Furlotti, dice que cada vez son más las consultas espontáneas que reciben de las familias de los barrios circundantes interesadas en ingresar chicos a los programas de la entidad.

“Nosotros inscribimos en el programa sólo a nenes con problemas de nutrición. Antes, para detectarlos, relevábamos periódicamente los barrios. Ahora estamos recibiendo alrededor de cuatro consultas espontáneas por semana. Antes de salir a relevar”, dice Furlotti.

La nutricionista agrega otro dato: “hace alrededor de 15 días en un jardín de infantes de la zona nos pidieron que evaluáramos la situación nutricional de los chicos. De los 44 que examinamos, 21 tenían algún grado de malnutrición. En algunos casos talla baja por desnutrición crónica y en otros obesidad por mala nutrición”.

El escenario que describen Orellana y Furlotti se produce en un momento en que la preocupación por el crecimiento de la pobreza y la indigencia se instaló en todo el país a partir de los datos difundidos durante la última semana por el Indec, que revelaron un crecimiento de ambos indicadores en el último semestre.

Esos datos dicen que en todo el país el índice de pobreza aumentó a 35,4% al término del primer semestre de este año, contra el 27,3 % registrado en igual período de 2018. Mientras tanto, el nivel de indigencia creció de 4,9 a 7,7%.

Estos niveles registrados en el primer semestre del año estuvieron incluso por encima de los del segundo semestre del año pasado, cuando el nivel de pobreza alcanzaba a 32% de las personas y el de la indigencia a 6,7 %.

Las cifras para el Gran La Plata, en tanto, revelaron que el índice de pobreza aumentó un 3,8% entre el primer semestre de este año (cuando alcanzó al 31,9%) y el mismo período del año anterior (28,1%).

Esto significa que en los primeros seis meses del 2019, la pobreza alcanzó a unos 281.793 personas sobre un total de 882.489, mientras son 71.222 los hogares pobres (22,7%). En tanto, la indigencia creció interanualmente del 5 al 6,5%, lo que implica que el número de indigentes alcanzó a los 57.089 personas y los hogares en esa condición a 13.881.

Desde el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina indican que detrás de las cifras aparecen dos fenómenos. El de los nuevos pobres, que llegan a esa condición desde la clase media baja. Y la profundización de la pobreza estructural en los sectores más vulnerables.

EL IMPACTO EN LOS BARRIOS

En algunos barrios postergados del Gran La Plata, tanto referentes sociales como vecinos hablan de un reflejo de ese crecimiento de la pobreza y de la indigencia en la vida cotidiana, que se evidencia en cambios en la dieta de las familias y en las estrategias para hacer frente a una situación económica cada vez más difícil.

Uno de los primeros que se menciona son los cambios en la dieta. En los hogares se come menos carne y lácteos y se recurre más a los comedores y merenderos, que vieron crecer de manera sustancial su demanda.

Los datos preliminares de un relevamiento de sitios de distribución de alimentos (SDA) del Gran La Plata realizado en el segundo semestre del año pasado por el Consejo Social de la Universidad local, la facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (Conicet), con aportes de las facultades de Medicina y Ciencias Exactas y recientemente difundidos por este diario, ya mostraban esa tendencia: revelaban que en el último año el 90% de los comedores comunitarios, merenderos y copas de leche que funcionan en la Ciudad incrementaron la población atendida.

Esto no sorprende a los nutricionistas que trabajan en los barrios y que observan un deterioro en la dieta de los hogares y una mayor necesidad de pedir ayuda.

“Son muchas las familias que apenas consumen carne y leche en el hogar. Para eso recurren a comedores o a instituciones, pero la falta de calcio en chicos que están creciendo se nota, por ejemplo, en un mayor número de nenes que presentan problemas dentales. También observamos que hay familias que tratan de suplir la proteína de la carne con legumbres y cereales, pero no es lo mismo, porque la carne aporta tambié vitaminas, como la B12, que tiene la función de regular el organismo”, dice Celeste Furlotti.

Laura Bisio, asistente social en el centro Conin de Ringuelet dice que “la mayoría de las familias de los barrios más vulnerables cobran la asignación universal por hijo y tienen la tarjeta verde que les cubre algunos alimentos, pero nada de eso les está alcanzando para cubrir sus necesidades. Lo que se ve es que recurren más a comedores barriales o salen a pedir”.

Otra situación que identifican los asistentes sociales de Conin es un mayor grado de hacinamiento, que a su vez redunda en más conflictividad familiar.

“Hay familias que se habían mudado y tuvieron que volver a vivir con sus padres y eso genera hacinamiento y situaciones que derivan en violencia familiar”, relató Bosio.

Desde La Plata Solidaria y Sumando Voluntades, dos entidades que trabajan con los sectores más postergados se habla, además, de una nueva modalidad del cartoneo que irrumpió en los últimos meses.

“Salen a cartonear vecinos que nunca lo hicieron antes y que no cuentan ni con el mínimo equipo para hacerlo. A mi me llamó la atención el caso de un muchacho con dos hijos que empezó a cartonear cuando perdió su trabajo en una carnicería de 122”, dice Pablo Pérez, coordinador de La Plata Solidaria.

Por su parte, Nancy Maldonado, de Sumando Voluntades, dice que en el refugio de esa entidad que ayuda a gente que vive en la calle, recibieron a cartoneros que se acercaron a pedir ayuda.

“Pero no son los cartoneros de siempre, sino familias que salen a cartonear con el mismo tipo de changuito que se usa para ir al supermercado”, indicó la dirigente.

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