Francisco Moreno, el educador

Una obra de reciente aparición retrata, a través de una profunda investigación histórica, la vida de uno de los personajes más apasionantes de la historia argentina. Sus escritos, su pensamiento y sus sueños

Edición Impresa

Por LUIS MOREIRO

lmoreiro@eldia.com

Cuando al doctor Alberto Carlos Riccardi, autor del libro de reciente aparición “Ideario de Francisco P. Moreno” se le pregunta como definiría al fundador del Museo de Ciencias Naturales La Plata, afirma, sin dudar “como un educador”. Y para tener apenas una aproximación a lo que encierra esa definición, tal vez, valga la pena detenerse en las propias palabras del Perito cuando el 25 de septiembre de 1912, defendió en la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto para la creación de Parques y Jardines Nacionales: “La educación moderna inculca que nada enseña más que el espectáculo de la naturaleza; que hay que completar la enseñanza en la escuela con la observación directa de los hechos naturales; que el patriotismo marcha a la par del aprecio del ambiente físico nacional, sin el cual no puede comprenderse la historia, ni fundarse anhelos colectivos”.

Al decir de Riccardi, cada una de las muy diversas actividades encaradas por Moreno a lo largo de su vida, tenían como norte un sentido educativo.

Fue “Pancho”, como le gusta nombrarlo Riccardi, un precursor en la educación de la clase obrera, para la cual creo cursos nocturnos de enseñanza de oficios. Fue también el impulsor –las más de las veces con sus propios fondos- de las Escuelas Patria y en su propia quinta (hoy es el Instituto Bernasconi, de la ciudad de Buenos Aires) le daba comer a 200 chicos y dispuso, por primera vez, que todos los chicos en edad escolar recibieran en la escuela un vaso de leche.

Aventurero, científico, estudioso, pero por sobre todas las cosas, educador

 

La vida de Moreno, tal como lo cuenta Riccardi, va mucho más allá de la cuestión de límites con Chile, resuelta a instancias del trabajo hecho por una comisión de notables encabezada por Moreno.

Fue él, por ejemplo el encargado de situar en Mendoza el lugar para emplazar el “Altar de la Patria”, monumento que hoy llamamos el Cerro de la Gloria. Supo señalar la existencia de petróleo en Comodoro Rivadavia. Fue, precisamente a instancias de Moreno, que donó parte de las tierras con las que el país había retribuido su trabajo en la Comisión de Límites que la Argentina, después de Canadá y los Estados Unidos, se convirtió en el tercer país de América en crear el suyo.

Aquellas tierras del original primer parque nacional aun hoy se pueden recorrer. Es la porción final del Brazo Blest del Lago Nahuel Huapi, que agrupa a la Cascada de los Cántaros, Puerto Blest y el lago Frías, a los mismos pies del Cerro Tronador en el límite con Chile.

Riccardi, quien prefiere no referirse a Moreno como “el Perito” –“ese apenas fue un detalle en una vida que va mucho más allá de su trabajo en la delimitación de nuestras fronteras con Chile”, dice- es autor de un inmenso trabajo fruto de años de investigación para resumir en un tomo de casi 500 páginas, la vida de uno de los hombres más preclaros que puede haber engendrado el país.

No sólo hubo que recorrer la vastísima documentación dejada de puño y letra por Moreno -entre ellas una biografía inconclusa e inédita- para darle a la obra la rigurosidad que la caracteriza. También hubo que bucear en los archivos del Museo de La Plata, el del Museo de Parques Nacionales, el Archivo General de la Nación y el del Parque Nacional Nahuel Huapi, en Bariloche, para rastrear documentos, fotos, escritos y valiosos testimonios que por primera vez son compilados en un libro.

A través de sus páginas el lector podrá disfrutar de la florida pluma de Moreno relatando sus viajes y aventuras: “El lago está tranquilo. Los destellos del gran incendio oscilan en las montañas del sur. El fondo de la llanura misteriosa del Fitz Roy, para nosotros lago grandioso, permanece soñoliento, envuelto en la bruma que anuncia el día. Sobre él, en las alturas, los eternos y mágicos espejos del hielo, que coronan los picos que rasgan altivos el velo de las nieblas, reflejan ya, en medio de sus colores, el naciente sol de nuestra bandera. Mar interno, hijo del manto patrio que cubre la cordillera en la inmensa soledad, la naturaleza que te hizo no te dio nombre; la voluntad humana desde hoy te llamará “lago Argentino”. ¡Qué mi bautismo te sea propicio; que no olvides quien te lo dio el día que el hombre reemplace al puma y al guanaco (…) cuando en tus orillas se conviertan en cimientos de ciudades los trozos erráticos que tus antiguos hielos abandonaron en ellas; cuando las velas de los buques se reflejen en tus aguas, como hoy lo hacen los gigantes témpanos y dentro de un rato la vela de mi bote; cuando el silbido del vapor reemplace al grito del cóndor que hoy nos cree fácil presa; recuerda los humildes soldados que en este momento pronuncian el nombre de la patria bautizándote con tus propias aguas!”, escribió en su “Viaje a la Patagonia Austral” en referencia al 13 de marzo de 1877, día en el que llegó al lago Argentino.

A como cuando en un fragmento de un escrito datado en 1890 dice sobre la ciudad de La Plata: “La historia de La Plata, a pesar de los pocos años transcurridos, es tan compleja, dado su origen y el medio político y social en el que se ha desenvuelto en esta ciudad, que escribirla será tarea del futuro, cuando hayan adquirido formas bien definidas los factores tan variados por los que siguen muy de cerca la evolución de la Capital de la provincia, o actuan directamente en ella. Son tan inmediatos los hechos, han colaborado en ellos elementos tan diferentes sean económicos, sociales y políticos actuando en forma tan extraordinarias e imprevistas las más de las veces que creo que hay conveniencia en aguardar días más tranquilos para hacer esta historia cuando el tiempo haga desaparecer lo que no es estable…”

Francisco P. Moreno murió en la ciudad de Buenos Aires el 19 de noviembre de 1919.

“Yo, que he dado 1800 leguas que se nos disputaban para colocarlas bajo soberanía Argentina no tengo donde se puedan guardar mis cenizas: una cajita de 20 centímetros de lado. Cenizas que esparcidas, acaso cubrirían todo lo que obtuve para mi patria con una capa tenuísima, si, pero visible para los ojos agradecidos”, escribió en sus últimos días, según una transcripción de su nieta, Moreno Terrero de Benitez.. Hoy sus restos, junto a los de su esposa, descansan en la Isla Centinela del Lago Nahuel Huapi.

Se acaban de cumplir cien años de su fallecimiento. El “Ideario de Francisco Moreno”, escrito por Riccardi , suena como el homenaje que la Argentina, inmerecidamente, no le tributó.

 

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