Para poder gozar, primero hay que saber sufrir...
Edición Impresa | 2 de Febrero de 2019 | 05:03

Por WALTER EPÍSCOPO
Primer partido de 2019 en el Bosque con mezcla de sensaciones. La gente sabía que debía estar, por muchos motivos. Por que era un partido importante con un rival directo, porque había ganas de cancha, de estar en el lugar que le gusta al hincha, “su casa”. Además, el recuerdo de la obtención de la Copa Centenario, 25 años ya.
En medio de una jornada de calor, la gente demoró la llegada al “Juan Carmelo Zerillo”, estiró la tarde que daba para la pileta, y unos 15 minutos antes del inicio del partido el Bosque comenzó a colmarse. Los que desafiaron al calor, buscaron algún árbol de los jardines para charlar con amigos, muchos preocupados por el presente futbolístico. “Hay que ganar, no queda otra”, se escuchaba por todos lados.
El reconocimiento a los campeones de la Copa Centenario fue motivo de emoción y muchas fotos. El Indio Ortiz, el Lolo Lavallén, el Coco San Esteban, el Cabezón Dopazo y el Oreja Saffores, recibieron una ovación. Detrás de ellos, Carlos Ramacciotti, que junto a Edgardo Sbrissa fueron los técnicos que pusieron al Lobo en la final. Y no faltaron allegados y gente que trabajó en aquella campaña, como el histórico masajista que estaba entonces, Juan Castro, a quien se lo vio muy emocionado.
Los aplausos se mezclaron despidiéndolos a los campeones del ‘94, con los actuales futbolistas que terminaban la entrada en calor y volvían al vestuario para ponerse la camiseta y jugar por tres puntos importantísimos.
El doctor Pablo Barros Schelotto se ubicaba en la Techada donde llegaba casi corriendo con su atuendo de médico, junto a su hijo Bautista y su sobrino Juan Cataldi, ambos jugadores del Club. Gabriel Pedrazzi también se preparaba para ver al Lobo de sus amores mientras saludaba amigos.
Para el inicio del encuentro el sol se había ido y el calor ya no era tanto, y el público fue llegando en muy buen número.
Con el partido en marcha todo fue tensión, y más porque el equipo no encontraba el camino y Troglio se volvía loco a los gritos en el banco.
El segundo tiempo arrancó de otra manera. Con un par de corridas del pibe Mansilla el ex presidente, Roberto Vicente, se ilusionó.
Carlos Coronel, padre de Maxi que adentro sacaba todo, aplaudía y explotaba con el grito de gol. De quién fue? De Faravelli? Del Mono Gómez? Poco importaba.
Vendrían buenos minutos del local que buscaba el segundo gol. Pero el árbitro Baliño empezó a ser protagonista con fallos chicos, pero que empezaron a arrinconar a los de Troglio.
Martín Arias sacó una pelota espectacular que obligó al aplauso de su cuñado y ex compañero, Nicolás Sanguinetti (hijo del Topo). El segundo no llegaba y tras una clara mano de Menossi que el juez obvió, llegó el empate de Silveira, que cayó como un balde de agua fría.
Fueron momentos de tensión, pero los de Troglio fueron con el corazón, y a falta de 5 minutos, Coronel ganó en lo alto tras un centro de Ayala y el Bosque explotó con el 2-1.
Y cuando las gargantas se estaban reacomodando, el peruano Alexi Gómez que había entrado un rato antes, sacó un bombazo desde lejos que entró arriba, lejos del estéril vuelo del arquero inflando la red. Troglio lo gritó corriendo como cuando jugaba y su inseparable primo Ariel Lencina saltaba en la platea y se abrazaba con todo el mundo, como el Gordo José Scarpinelli, que agradecía al cielo ese tercer gol que daba tranquilidad.
El final encontró al Bosque en una fiesta total. El Lobo volvía a ganar en su casa después de bastante, desde la décima fecha con Boca que no lo conseguía. Había pasado mucho, demasiado. Por eso la gente se rompió las manos aplaudiendo esta vez al equipo cuando dejó el campo de juego. Hinchas y jugadores, se merecían una alegría así. Como dice Naranjo en flor, “para poder gozar, primero hay que saber sufrir...” O no Lobo? Y casi siempre, los tangos tienen razón.
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