Hacer “fierros” en la adultez, una moda que vence prejuicios

Cada vez son más las personas mayores en nuestra ciudad que se le animan a las pesas y a trabajar sus músculos. ¿Rutina riesgosa o cambio de paradigma? El emblemático caso del historiador Pacho O’Donnell

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No era meme ni foto trucada: al mejor estilo de un instagramer veinteañero, el historiador Pacho O’Donnell sorprendió en los últimos días a sus seguidores en las redes y, lejos de comentar algo referido a San Martín, Juan Manuel de Rosas o el Che Guevara, subió fotos suyas donde luce la espalda trabajada y los músculos de sus brazos torneados a fuerza de pesas. Lo que para muchos resultó sorpresivo y acaso risueño -no sólo por ser un intelectual para nada asociado al mundo del fitness sino también por tratarse de una persona de 77 años-, responde en realidad a una tendencia que crece al calor de nuevos conceptos sobre las posibilidades físicas de los adultos mayores: la de hacer “fierros” a pesar de los años y de las canas. ¿Es recomendable o supone un riesgo?

“Claro que es recomendable”, asegura Rubén Ayala, magister en Salud y Actividad Física y profesor en Educación Física, Especialización en Medicina y Ciencias Aplicadas al Ejercicio y el Entrenamiento. A sus 57 años, Rubén no para de entrenar con amigos aún mayores que él -suelen juntarse en las máquinas de ejercicios dispuestas en algunas plazas de nuestra ciudad- y asegura a los cuatro vientos: “hace más de veinte años que la evidencia científica viene demostrando que el entrenamiento de la fuerza mejora todas las variantes fisiológicas del ser humano. ¿Quién dijo que una persona mayor no puede levantar una pesa?”.

Lo que pregunta y alecciona Rubén encuentra eco, como se dijo, en el lado hasta ahora desconocido del dramaturgo y ex legislador O’Donnell, orgulloso ahora no sólo de sus libros sino también de sus bíceps. Su afición por el entrenamiento, según él mismo revela, comenzó cuando en 2004 fue diagnosticado con insuficiencia cardíaca severa. “La sociedad dictamina que la vejez es sinónimo de deterioro -apuntó-. Y los viejos asumimos eso como decisión propia y abandonamos el cuerpo. Y no tiene por qué ser así”.

De acuerdo a su relato, se fue convirtiendo en adicto a medida que más se entrenaba. “Descubrí que el cuerpo reacciona -dice-, que los músculos reaccionan y que todo eso se traduce en una extraordinaria ganancia en salud, calidad de vida y sexualidad. Uno no puede luchar contra la muerte, pero sí contra el deterioro. Por eso, no quiero que esto sea algo frívolo, sino al contrario: un mensaje positivo para todos los que tienen 77 o más. Trato de vivir al mango, siempre”.

En sintonía con esta mirada, Ayala cuenta que “años atrás se creía que el enfermo cardíaco o el hipertenso, por ejemplo, no podían hacer trabajos de fuerza. Son formas de pensar obsoletas y hoy está claro que, con una rutina bien planificada y los recaudos necesarios, cualquier adulto mayor puede encarar una rutina de fuerza. Es más: ese ejercicio es fundamental para hacerle frente a las distintas enfermedades o patologías que pueden aparecer con la edad”.

Lo que dice Ayala lo predica con el ejemplo. En su caso, la rutina aeróbica y los trabajos de fuerza vinieron como barrera protectora a las hernias que le aparecieron en la columna. Lo mismo sucede con sus compañeros de entrenamiento: a Daniel Olivero, por ejemplo, le diagnosticaron hipertensión pero eso no fue impedimento para que, a sus 56 años, trabaje a diario la musculatura de su cuerpo. Lo mismo a Marcelo Lodola, que a los 53 años encontró en las pesas y la rutina aeróbica la mejor defensa contra su enfermedad tiroidea; o a Hugo Bértoli, quien a los 58 años y las rodillas destrozadas por haber jugado varios años al fútbol le recomendaron trabajos aeróbicos de fuerza.

Para la profesora en Educación Física Guillermina Negro, que si bien trabaja con adultos mayores no se especializa en rutinas de fuerza, estas tareas para este grupo de personas “son imprescindibles en un programa integral no sólo porque ayudan a tonificar la masa muscular, estimular la circulación y conservar la movilidad de las articulaciones, sino que, siempre y cuando el trabajo esté bien planificado y dosificado, permiten también crear masa muscular nueva”.

Según un informe reciente del British Journal of Sports Medicine, cada media hora adicional de actividad poco intensa al día (pasear al perro, por ejemplo) se asocia a una reducción del 17% del riesgo de fallecimiento. Como era de esperar, media hora adicional de actividad moderada o intensa reduce aún más el riesgo, hasta el 33%.

Para Ayala, “tal vez el desconocimiento de la fisiología y fisiopatología del ejercicio continúen predominando en el pensamiento de algunos profesionales; es por eso que aún seguimos oyendo que a determinada edad lo mejor es ‘caminar 30 cuadras por día’ o ‘sólo realizar actividades aeróbicas de mediana a baja intensidad’. Es falso. El mejor ejercicio es aquel que se pueda y desee realizar en cada momento particular de la vida, respetando las distintas etapas evolutivas y haciendo que el mismo forme parte de nuestro plan de vida”.

 

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