Deslenguados

Edición Impresa

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

afcastab@gmail.com

Los furcios con micrófono abierto son demoledores. Y mucho más si los cometen gente con pretensiones y poder. Y mucho más, todavía, si se producen en un ámbito antipático para andar tropezando en público. El Congreso de la Lengua que se celebra en Córdoba tuvo en Mauricio Macri por un lado y en el rey Felipe, de España, por el otro, a los autores de sendos barquinazos.

Macri, que fue reclamado por el periodismo pero no para hablar de letras sino de números, dijo, fuera del programa del Congreso, una frase por lo menos descorazonadora. Ante la implacable elocuencia de los datos desoladores del día a día, lanzó una expresión que poca gracia le puede hacer al futuro: “Hay que aguantar”. ¿No hay otra perspectiva? Lo dijo sin anestesia. ¿A quién hay que aguantar? ¿A ellos, a la inflación, al dólar? Una expresión vulgar y sin sustancia que transmite una resignación que poco lugar le deja a la esperanza. Homero Expósito había anticipado en Naranjo en flor la cronología del aguante: “Primero hay que saber sufrir /después amar/ después partir/ y al fin andar sin pensamientos”. Macri invierte el mensaje tanguero y, como otras veces, empieza al revés: Sabemos que hace tiempo anda “sin pensamientos” y que todos los días nos educa para “saber sufrir”. Al final parece reconocer las “promesas vanas de un amor /que se escaparon con el viento”.

Pero lo más llamativo resultó el grave traspié del rey Felipe. Porque fue pronunciado en Argentina y justamente entre los príncipes de la Lengua: “…vuestro José Luis Borges”, dijo. El “Jorge” se le quedó en el aire ¿Fue un papelón o una venganza por haberlo dejado cuarenta minutos encerrado en el avión? Había llegado a Ezeiza tras doce horas de vuelo pero no podía bajar porque no aparecía la escalera. Insólito faltante de un gobierno que sobre el arte de bajonear ha dado cátedra. Y que habla de crecimiento pero no tiene ni para escalones Felipe bajó medio trompudo junto a una reina imperturbable, altiva y lejana, como una Angelina Jolie en plan palaciego. Yque sobre el arte de bajonear ha dado cátedra, después -vengativo el monarca- se cobró el atraso de la escalinata y le sustrajo el “Jorge” en pleno Congreso a nuestro máximo escritor. El furcio sirve para recordar una vieja entrevista televisiva al autor de Ficciones. Entonces, un periodista descuidado también se equivocó y se le escapó un “José Luis”, pero la benevolencia genial de Borges lo dejó a salvo: “Está muy bien –aclaró el gran autor- yo debí haberme llamado José, es más grato… Jorge es tan gutural que la ´g´ raspa la garganta…me gusta que me diga José”.

La frase de Macri -“Hay que aguantar”- es una expresión que transmite una resignación que poco lugar le deja a la esperanza

 

Pero este Congreso contó fuera de programa con un presidente americano que anda tramitando un desagravio en los mostradores de la historia. Andrés Manuel López Obrador, el flamante presidente de México, reclama una disculpa de los españoles por despojos y atrocidades cometidas en la conquista de América. Y hasta le envió una carta al rey Felipe solicitando no un resarcimiento sino una disculpa que implique por lo menos algo de reconocimiento. La solicitud ha levantado opiniones contrastadas en los dos continentes. Lástima que nadie recordó en Córdoba un texto de Neruda que podría ayudar a zanjar el entredicho. En “Confieso que he vivido”, su libro de memorias, dice que “los conquistadores torvos andaban por las Américas encrespadas buscando patatas, tabaco negro, oro, maíz. Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus. Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra. Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes. Salimos perdiendo…salimos ganando. Se llevaron todo y nos dejaron todo. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Nos dejaron las palabras”.

Sobre las disculpas que pide López Obrador, la España institucional ya adelantó que no buscará el perdón de los conquistados. Y por supuesto nada de reconocer o restituir, porque no alcanzaría todo el oro de Europa. Está bien. Pero ahora habría que pedirles a los españoles que, si no quieren disculparse con los mexicanos, al menos devuelvan ese Jorge que le robó a Borges un deslenguado monarca en el palacio de la Lengua.

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