Liturgia de la Palabra (2)
Edición Impresa | 14 de Abril de 2019 | 09:02

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Queridos hermanos y hermanas.
La homilía, al mismo tiempo que comenta la Palabra de Dios proclamada y escuchada, prepara a la Asamblea para la Eucaristía. El sacerdote que preside, después de haber partido el pan de la Palabra, partirá el pan Eucarístico, subrayando así la unidad de estas “dos mesas” necesarias a todo cristiano y a toda la Iglesia.
La homilía es parte de la Liturgia y debe hacerse de modo simple, ya que es el alimento que espera cada miembro de la Asamblea para nutrirse con lo necesario en su vida cristiana. Cabe señalar que la homilía no es un sermón, ni una catequesis, ni una plática moralizadora, sino - como lo enseña su etimología - una “conversación familiar” cuya finalidad es aplicar (más que explicar) el mensaje de Dios a una comunidad creyente concreta e introducir a esa Asamblea en la celebración (actualización) de ese misterio de Salvación que se ha anunciado. Como elemento constitutivo de la Liturgia de la Palabra, se incluye un carácter mistérico y sacramental que lo une íntimamente al ministerio presidencial del sacerdote, signo y sacramento de Cristo-Cabeza.
“La homilía, como parte de la Liturgia, es ocasión privilegiada para exponer el misterio de Cristo en el aquí y ahora de la comunidad, partiendo de los textos sagrados, relacionándolos con el sacramento y aplicándolos a la vida concreta” (Doc. de Puebla, 930).
“La homilía es ocasión privilegiada para exponer el misterio de Cristo en el aquí y ahora de la comunidad, partiendo de los textos sagrados, relacionándolos con el sacramento y aplicándolos a la vida concreta”
La Iglesia dispone que los días Domingo y los días festivos de precepto deba haber homilía en todas las Misas que se celebran con participación de fieles. De ordinario, hará la homilía el mismo sacerdote que preside la Asamblea litúrgica.
En los días Domingo y en las solemnidades, después de la homilía y de un breve tiempo de silencio y reflexión, la comunidad reunida se pone de pie para la profesión de fe, recitando el Credo, también llamado Símbolo. Tiene por objeto que cada cristiano y toda la Asamblea dé su asentimiento y responda a la Palabra de Dios anunciada en las Lecturas y expuesta en la homilía, y a que, al proclamar la norma de su fe, con la fórmula aprobada para el uso litúrgico, recuerde y confiese los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.
El misal propone dos fórmulas de profesión de fe: el Símbolo bautismal o Símbolo de los Apóstoles y también el Símbolo Niceno-Constantinopolitano (un poco más extenso). Es loable utilizar ambas fórmulas, pero en el tiempo pascual conviene el primero.
Sigue la oración universal, llamada también oración de los fieles. El Pueblo, ejerciendo su función sacerdotal, ruega por todos los seres humanos. Conviene que de ordinario haya oración universal en todas las celebraciones de la Misa con participación de fieles, para que se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los seres humanos y por la salvación del mundo.
Compete al sacerdote que preside la Asamblea la dirección de esta oración, invitando a los fieles a orar mediante una breve monición, y terminarla con la oración conclusiva. Las intenciones han de ser proclamadas por el diácono, por el cantor o por un ministro idóneo. La Asamblea se une a la súplica ya sea por una invocación común después de cada intención, o por la oración en silencio.
Esta parte o Liturgia de la Palabra constituye un único acto de culto con la Liturgia de la Eucaristía.
(*) Monseñor
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