El exceso de velocidad no se resuelve sólo con lomos de burro

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La presentación formulada en estos días por taxistas ante la Municipalidad platense contra la presencia en las calles de lomos de burro, por estar mal señalizados e implicar un riesgo para los conductores y pasajeros, así como una posibilidad cierta de daño a la integridad de sus vehículos, reactualiza la polémica siempre vigente que originan estos reductores de velocidad, en una situación que a lo largo de muchos años ha originado tantos detractores como defensores. Como bien se sabe, hay vecinos que defienden su uso y otros que los cuestionan.

Tal como se informó ayer en este diario el planteo fue presentado a la secretaría de Espacios Públicos por el Sindicato Unión de Conductores de Taxímetros y en su texto se señala que los reductores no están correctamente señalizados y los conductores no pueden verlos a ninguna hora del día, generándose a partir de allí roturas en los vehículos y hasta eventuales choques entre vehículos, por las frenadas sorpresivas y otras maniobras bruscas.

El problema, dijeron, afecta por igual al transporte público, a autos particulares y motociclistas, reclamándose que los lomos de burro sean pintados de amarillo y los señalicen como indican las normas de seguridad vial. Sobre estos planteos, desde la Comuna local se señaló que se están reforzando las tareas de pintado y repintado de los reductores, entre otras tareas destinadas a señalizar a la vía pública. Asimismo se aseguró que se están colocando reductores de velocidad plásticos, con dimensiones reglamentarias, pintura reflectiva y ojos de gato, con el objetivo de optimizar su visualización por parte de los conductores.

En este contexto, cabe señalar que, frente a muchas otras situaciones similares que se registraron en los últimos años y en casi todos los barrios de la Ciudad, tanto las autoridades comunales como las de la dirección de Vialidad advirtieron que está prohibida la colocación de los lomos de burro en las calles, en especial cuando esa tarea es encarada por los mismos vecinos.

En ese sentido, desde la dirección de Vialidad se hizo referencia al artículo 5 de la ley provincial 13.927 que se refiere a los obstáculos. Ese texto legal determina que queda prohibida la instalación de elementos agresivos en la calzada que por sus características atenten contra la seguridad del usuario de la vía. Sólo se podrán instalar aquellos que por su diseño no agredan ni provoquen incomodidad al desplazamiento vehicular, circulando a la máxima velocidad permitida en la vía donde dicho elemento se instale.

No existen dudas acerca de que los reductores de velocidad cumplen en buena medida con la función de detener el avance habitualmente muy veloz de los vehículos. Pero sucede que a veces, esa defensa se ve desvirtuada por su precariedad, por su falta de mantenimiento y de señalización, para convertirse, paradójicamente, en un elemento que genera inseguridad. No debe dejar de analizarse, en modo alguno, el grave problema que plantean los lomos de burro a las ambulancias y a los distintos móviles de los bomberos.

Es también indiscutible que no existe reductor de velocidad confiable, en la medida en que no se eduque, controle y sancione con severidad a los conductores que con su irresponsabilidad ponen en riesgo la vida de terceros. De allí que resulte prioritario educar a toda la comunidad –sean conductores o peatones- para que se eviten tantas y tan peligrosas transgresiones a las leyes vigentes. De allí que el tema de los lomos de burro y de los otros reductores de velocidad –al margen de que corresponde que se encuentren perfectamente señalizados- deba ser analizado, entonces, a la luz de otros muchos y complejos factores que inciden en la inseguridad vial.

 

 

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