Escasa concurrencia militante para bajarle el tono a la foto

Por Laura Romoli

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Por Laura Romoli

lromoli@eldia.com

Cristina llegó a los tribunales federales a bordo de su Chevrolet prisma color blanco e ingresó al edificio por la puerta lateral que da a la calle Costa Brava. Junto a un vallado de seguridad que separaba ese lugar, unos 200 metros, la esperaba un centenar de militantes que se había acercado al lugar espontáneamente y que se conformó con apenas verla desde lejos bajar del auto vestida con un piloto azul. Le cantaron “Vamos a volver” y “Macri gato”, y un hombre que la había seguido desde Recoleta contó al resto, que escuchó encantado, cómo había salido la senadora de su casa para dirigirse hasta allí.

No faltaron en ese pequeño tumulto quienes ofrecieron encendedores, tarjetas para la Sube, pañuelos y remeras grabados con la cara de Cristina, que llegaron esperando una concurrencia mayor. Incluso, en la esquina se instalaron dos puestos de hamburguesas y choripanes pero al poco tiempo uno de ellos apagó el fuego. No fueron los únicos sorprendidos por la poca gente que se acercó al lugar. Algunos dirigentes del interior provincial que, desinformados del tenor de las directivas de la cúpula kirchnerista, se acercaron individualmente a la avenida Py también notaron un clima inesperado. “¿Nadie más vino a bancar las piedras?”, se preguntó uno por lo bajo. Es que, a diferencia del despliegue de militantes que se apostó en ese mismo lugar tres años antes para escuchar hablar a Cristina tras declarar ante el juez Claudio Bonadío en el marco de otra causa, esta vez la orden fue “no movilizar nada”.

La primera lectura para explicar esta diferencia entre el escenario montado en abril de 2016 y el “vacío” de ayer, reside en que la senadora intentó restar importancia al inicio del juicio en el que formalmente fue acusada de liderar una asociación ilícita y ser coautora de una administración fraudulenta en perjuicio del Estado. “Es un circo montado por el Gobierno”, sostuvieron en la puerta de los tribunales el abogado de la defensa Gregorio Dalbón y su ex titular de la AFI Oscar Parrilli. De acuerdo con esa definición estuvo la actitud displicente de la ex mandataria durante las tres horas que duró la audiencia. Habían llegado antes, en camiones penitenciarios desde sus respectivos penales, Julio De Vido y Lázaro Báez; y otros ex funcionarios que esperan el veredicto en libertad.

Pero mientras esto ocurría dentro de la sala AMIA y el tiempo pasaba, en la calle la cantidad de periodistas casi empardaba a la de militantes. Los camiones seguían circulando y haciendo saber con sus bocinas el fastidio por la ralentizada marcha del tránsito; el cielo encapotado incrementaba el frío y la tarde se oscurecía. Poco después de las 15, sólo un pequeño grupo pudo ver (o imaginar) desde el lejano vallado cómo Fernández de Kirchner salía del edificio hasta los jardines de los tribunales, subía a su auto y se retiraba. “¿No va a salir por esta calle?”, preguntó una simpatizante. Cuando le explicaron que la seguridad había programado la salida por Letonia, ya no valía la pena la corrida. Cristina se había ido.

 

 

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