Violencia de género, un flagelo que sigue en constante alza

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Los episodios de violencia de género registrados en las últimas horas en nuestra zona y en el Gran Buenos Aires volvieron a evidenciar que parece no tener fin este flagelo social que tiene como blanco principal a las mujeres y que falta aún dar muchos pasos para lograr una efectiva igualdad de derechos entre ambos sexos.

Tal como se informó en forma detallada en este diario, tres casos ocurridos, dos de ellos en la Región y el otro en Remedios de Escalada convalidaron la elocuencia de los datos estadísticos conocidos a fines de enero pasado, sobre la cantidad de casos ocurridos en lo que iba de 2019, demostrativos de que, pese a las campañas y a los grados de concientización alcanzada por varios sectores de la sociedad, demostrativos de que este delito, tan estremecedor como digno de rechazo, mantiene plena vigencia.

Cabe recordar que en abril pasado fueron anunciadas dos medidas que ayudarían a mitigar los casos de violencia de género. Uno tiene que ver con el anuncio de un formulario único que se utilizará en todo el país para tomar denuncias en base a un protocolo que identificará los niveles de riesgo de las víctimas, y activar un plan de protección policial inmediato.

Por otra parte, la ONG Casa María Pueblo acordó con los hospitales San Martín y San Juan de Dios que las mujeres víctimas de violencia sean atendidas con turno y celeridad, para evitar exponerlas en una sala de espera a sus agresores, quienes suelen perseguirlas hasta los centros sanitarios.

Sin embargo, los distintos tipos delictivos no dejan de cometerse y persisten también situaciones que marcan con elocuencia un grado de discriminación por género, incompatible con las demandas de la época y profundamente injusto. Poder caminar tranquilas por la calle o subirse a los micros sin ser molestadas; o, por ejemplo, no ser denigradas o ridiculizadas en las comisarías, cuando presentan algún tipo de denuncia por actos de violencia de sus parejas, constituyen indicios negativos, basados en el injusto desmedro que sufren las mujeres.

Es entendible, entonces, que con más que fundadas razones, las mujeres argentinas reclamen contra la persistencia genérica de una cultura machista, que impide el ejercicio de una plena soberanía femenina, que las relega de los lugares de decisión y las obliga, también, a sufrir otras desigualdades laborales y salariales. De modo que el problema es integral, no se agota sólo en la ausencia de prevención de la violencia, sino, también, a en la existencia de inequidades por cuestiones de género que, como la falta de programas de salud –sanitarios y educativos- las afecta radicalmente.

Si en este contexto hubiera que marcar un dato positivo, es evidente que en la actualidad van desapareciendo muchas de las reticencias que las mujeres guardaban para hacer conocer, llegado los casos, su condición de víctimas. De todas maneras –y sin perjuicio de advertir que el fenómeno de la violencia alcanza hoy a toda la población- persiste como prioritaria la necesidad de revertir cuanto antes las cifras de femicidios y los demás actos lesivos de la condición femenina.

 

 

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