El arte de muchas vidas

Roberto G. Abrodos

El cine es el arte al que se le ha declarado más veces la muerte. Charles Chaplin, el genio del cinematógrafo mudo, fue el primero que lo inhumó cuando el sonido llegó a las películas en 1930. “Ha muerto”, dijo el inglés. Otros tantos hicieron lo mismo cuando las cintas se dejaron de hacer en blanco y negro o, lo que parecía ser el golpe final, cuando apareció la televisión los mismos agoreros lo sentenciaron. Se equivocaron  y no hubo deceso. El cine prosperó y se convirtió en una de las manufacturas más sólidas del entretenimiento.

Nuestra ciudad tuvo y tiene su sociedad cinéfila, la que se programa, tiene una salida y después la comenta café o cena por medio.  

El cine de buen ámbito tiene un excelente recuerdo: el Paris que en los primeros días de marzo de 1933 reabría sus puertas al público después de trabajar durante un mes y medio, situado en 7 entre 47 y 48 y cuyo empresario era Arnaldo Roca

La aristocrática sala platense reabrió sus puertas convertida totalmente, al punto de presentar el aspecto de las construcciones modernas. No se había intentado agrandarla sino que por el contrario, la supresión de los palcos anteriores, le restaba capacidad, pero en cambio, el conjunto presentaba un aspecto más atrayente y distinguido. Lo primero que despertaba el interés del público, era el foyer, que fue construído totalmente a nuevo, en el interior de la sala, se destacaba igualmente el trabajo decorativo, realizado por un artista alemán, el Señor Carlos Janhel que había hecho lo propio en el teatro Astral de la Capital Federal, para armonizar con las butacas que eran de cuero rojo guarnecida por metal cromado.

Los muros de la sala fueron igualmente pintados con esos dos elementos, lo cual daba al conjunto sencillez y buen gusto. La boca del escenario fue recubierta por un cortinado de felpa roja completando el cuadro, luz difusa colocada sobre la línea superior de los palcos, y unos pocos apliques de metal cromado y cristal esmerilado en los flancos de las columnas laterales.

Esa sala es recordada aún hoy por sus cromados y su lujo en las butacas y en el ámbito general.  

Ese cine hoy no existe más, allí hay hoy un supermercado, pero esto no es indicativo de que el cine ha desaparecido, no, por el contrario se ha trasformado, aprovechando mejor los espacios y adaptándose a los tiempos y convengamos que nunca va a ser lo mismo ver una película en una sala que verla en una pantalla súper grande, no tiene comparación.

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