El barrio Arco Iris: 30 familias y una experiencia agroecológica en la naturaleza de Punta Lara

Casi sin servicios, apuestan a una vida tranquila, retirada y autosustentable, en la que consumen lo que ellos mismos producen

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Lo bautizaron Arco Iris porque el colorido fenómeno óptico es el emblema del cooperativismo, y el objetivo de sus habitantes es convertir al barrio, extendido entre fresnos, las más diversas plantas autóctonas, animales de corral, mascotas domésticas y fauna silvestre, en un vecindario agroecológico, con producción para el auto consumo, viviendas alimentadas a energía solar y agua potabilizada por ellos mismos -ver aparte-. Uno de los atractivos del proyecto está en el escenario bucólico elegido para vivir, alejado de la vorágine urbana y apegado más a la naturaleza que a la comodidad de las ciudades. Un lugar así -de varias hectáreas sin limitar- se lo encuentra en Punta Lara, después de 5 kilómetros de ripio que se encaran desde la rotonda de ingreso a la localidad ensenadense.

En esa zona no hay señal de celular; el agua que se consume en los hogares viene directo del río y los vecinos la tratan con sulfato de aluminio y cloro (“5 gotas por litro, no 3 como dicen algunos”, aclara Hugo Azzarita, una suerte de fundador del barrio) para hacerla potable; hortalizas, carne (de cerdo) y huevos los producen cada familia en el mínimo de una hectárea en la que tienen su granja, por lo general una casa de campo modesta pero cómoda, una quinta y un pequeño ganado. Aunque llega la electricidad, se dejan ver en el lugar los paneles que transforman la luz del sol en energía.

Los hogares se organizan para la cocina y la calefacción del invierno con la compra de garrafas de gas. Pero, en rigor, el olor a la combustión de leña gana toda la atmósfera y ese detalle le otorga un encanto especial al lugar.

Hugo vive en medio de un bosque que él mismo plantó en 1982, cuando en esas fracciones estaban deshabitadas, estaba todo por hacer y se le ocurrió instalarse ahí con su mujer y su hija, que no había empezado todavía la escuela. A su casa la rodean decenas de gansos, gallinas, gallos, colmenas y varios perros y gatos; sorprende a los visitantes, además, la presencia cotidiana de liebres, lagartos overo, búhos, comadrejas, nutrias, gatos montés. “Cuando llegamos esto era un campo pelado; no había nada. De a poco empezaron a instalarse familias que buscaban una vida retirada del ruido y comunitaria, donde somos solidarios los unos con los otros”, explica el más antiguo vecino del barrio Arco Iris.

Una experiencia diferente

Por ahora, en el barrio viven de manera estable unas 30 familias y entre ellas hay profesores universitarios, albañiles, parejas jóvenes con hijos todavía chicos, bohemios.

Otros vecinos se van sumando al proyecto por el gusto hacia una vida tranquila y autosustentable, casi experimental. Yanina Hualde, artista plástica, fotógrafa y docente de la facultad de Bellas Artes, lo tiene por ahora como lugar de fin de semana; la joven desarrolla los primeros pasos para montar un centro cultural en lo que fue un colectivo y, madre de una nena de tres años, planea mudarse definitivamente al barrio “cuando la nena crezca un poco más”, adelantó.

 

Barrio Arco Iris
experiencia agroecológica

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