Ocurrencias: los cincuenta años de un amor maltratado
Edición Impresa | 13 de Diciembre de 2020 | 02:13

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
Ciclo febril en el palacio de Buckingham: cumplió cincuenta años la maltratada historia de amor de Camilla y Carlos; se lanzó con éxito la nueva temporada de la serie “The Crown”, que chapalea sobre ese suceso; y estrenaron un documental de Lady Di que cuenta, con más pelos que señales, cuando ella tenía que recurrir a la planta permanente del palacio para amenizar con revolcones sus largas noches de rencor y despecho.
Hay que valorar el avatar estos antihéroes románticos, devaluados y sosos, como Carlos y Camilla, que han hecho maravillas a favor de la fama indestructible del amor.
Su historia, sigilosa y mal vista, peleó contra todos. Y salió airosa. Camilla será para siempre una súper villana que doblegó por goleada a una princesa joven y radiante. Pero, con Diana o sin Diana, la consolidación de este vínculo vino a confirmar la saludable sobrevida de algunos tríos, esos difíciles esquemas amorosos que suelen desencadenar tormentas pero, que bien llevados, como se ha visto, abre un frente de posibilidades a más de un indeciso/a.
Los entretelones de este amorío de leyenda están más cerca de la novela de brujerías que del cuento de hadas. Camilla fue reina de la espera. Su bello durmiente fue, es y será un príncipe más durmiente que bello, que atravesó con sus deseos somnolientos las puertas de una pasión a la que nadie aceptó y todos combatieron. Su desenlace le dio futuro y lustre a los metejones clandestinos. Y puso en su mejor lugar a esos amores sin glamour, hechos de tenacidad, método y paciencia.
¿Qué hubiera dicho el mundo si en lugar de dos tipos sin gracia, como Camilla y Carlos, se tratara de una pareja con encanto y estilo? Imaginemos si Diana hubiese sido la amante y Camilla la aburrida princesa, sola y olvidada. Pero la verdad es muy distinta. El es un príncipe aburrido y cobardón que, en lugar de hacer la de su tío, abdicar para emparejarse con una divorciada, protagonizó un falso casamiento para no perder castillos ni recursos.
Su fastuoso desfile en carroza nos enseñó que las monarquías se alimentan de efectos especiales destinados a mostrar sus diferencias y el brillo ornamental de las jerarquías.
Ellos no ayudan, es cierto, pero su historia es un ejemplo. Camilla no era sexy ni soltera. Y tuvo que enfrentar, desde esa posición tan desventajosa, a fantasmas de altísimo perfil: peleó contra Lady Di, contra Isabel II y contra el imaginario de medio planeta que la ha juzgado como la villana que puso a Diana en los brazos de la muerte.
Camilla era menos joven, más usada, más arrugada y más infiel que la titular. Y estaba casada con el bueno de Parker Bowles, un cornudo comedido y cordial que soñó ser un swinger y se despertó en medio de un trío lastimoso.
Las monarquías se alimentan de efectos especiales destinados a mostrar sus diferencias
Camilla, como tantas, pareció gozar más como amante que como señora
El flechazo arrancó medio siglo atrás y los obligó a sostener una doble vida que creció entre inconvenientes y rechazos y que sólo perdió fuerza cuando dejó de ser clandestino. El matrimonio siempre impone otra escena. La cosa se vino abajo porque al amor no le gustan las facilidades. Camilla se quejó del pegajoso protocolo palaciego. Se siente prisionera. La desaparición de Lady Di y de Bowles le han quitado antagonistas y adrenalina a un metejón que creció enfrentando suspicacias y disputas.
A ella le gustaba más aquel novio furtivo que este marido full time. Dijo que la abruma el peso de la vida cortesana y añora aquellas tardes en su casita, cuando contaba las horas para poder recibir a ese príncipe que venía escapando de la reina, de los fotógrafos y de Diana. Pero ahora aquello perdió furia, peligro y misterio. La presencia de Lady Di y Bowles de alguna manera le daba aire heroico a una pasión tan desafiante.
Camilla, como tantas, pareció gozar más como amante que como señora. Pero siguen juntos. Sin carisma ni partidarios, hace cincuenta años se juraron amor eterno y han cumplido. Dejaron atrás un esposo, una viuda, una reina, una tradición y quizá un reino. Su unión no necesitó ni de hijos ni de proyectos ni de bendiciones. Resistentes y perseverantes, esta pareja se ajustó al formato de un amor de extramuros, subrepticio y maldecido, que se alimentó de sus propios pesares. No es poco.
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