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Pintores, escultores y escritores atraídos por los canes, los pájaros y también por ejemplares imaginarios. Una relación que viene desde Adán y Eva. El caso del ave pergolera, que asombra por sus facultades artísticas
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Hay un arte animalista, una pintura y una escultura que representan a los animales. En la historia de la literatura, desde la Antigüedad, existe asimismo una rica sucesión de obras animalistas. El arte describe esa estrecha relación con los animales reales, pero también retrata a ejemplares fantásticos, imaginarios y acaso más bellos, como los pegasos, centauros, unicornios, sirenas o dragones, algunos de ellos la mitad humanos.
La sociedad entre animales y hombres viene desde el paraíso en el que vivieron Adán y Eva. En el Génesis se cuenta que Dios puso ante el primer hombre “todos los animales domésticos...y las criaturas voladoras de los cielos...y toda bestia salvaje del campo”. Un paraíso terrenal que se imagina moderadamente arbolado, habitado en armonía por las diversas especies: la única racional y las muchas irracionales.
Claro que hubo una serpiente que irrumpió en aquel jardín de Dios y que tuvo como cómplices a un varón y a una mujer, responsables los tres de lo que hoy seguimos llamando y añorando como el paraíso perdido.
El catedrático de facultad de Veterinaria de la Universidad de León, Miguel Cordero del Campillo, en un trabajo titulado “Sobre la relación del hombre con los animales”, reseña que el primer domesticado fue el perro, en Europa central, unos doce mil años antes de Cristo. En cuanto al enigmático gato, Cordero del Campillo dice que “entró más tarde y aunque efectivamente se acomodó bien al hogar, continuó hasta hoy con el individualismo propio de su condición silvestre, en contraste con el perro que es muy sociable”.
Pájaro pergolero / John Gould, wikipedia
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La relación ser humano-animal se inauguró con los perros. Por eso, cómo no hablar ahora de un libro algo caro, pero recomendable, titulado “Perros en el arte”, de Angus Hyland y Kendra Wilson, que trae una extraordinaria colección de cuadros pintados por artistas de todo el mundo, desde el siglo XVII hasta la actualidad.
En esa antología no podía faltar el “Perro semihundido” que en 1820 pintó entonces un Goya perturbado y que forma parte de las pinturas negras del artista español. Esa obra de Goya se expone Museo del Prado y para muchos tiene la extraordinaria capacidad de haber adelantado, casi en un siglo, a la pintura moderna. Se ve sólo la cabeza de un perro hundido en alguna suerte de arena oscura, con un cielo ocre y enorme como fondo.
El libro, que adolece de la indisculpable omisión de un índice, presenta retratos centrales de galgos, cain terrier, caniches, gran danés, bulldog ingles, bulldog francés, labrador y muchos otros, para exponer así una antología de modelos caninos completa y muy original.
“Estamos solos, totalmente solos en este planeta ocasional; y entre todas las formas de vida que nos rodean, nadie, excepto el perro, ha hecho una alianza con nosotros”, escribió alguna vez el dramaturgo belga Maurice Maeterlinck.
La sociedad entre animales y hombres viene desde el paraíso en el que vivieron Adán y Eva
Si bien la cita elige a un solo animal, esto es al perro, ¿acaso muchos otros escritores no podrían decir lo mismo del caballo, un compañero de ruta igualmente fiel para la historia de la humanidad. ¿No fue un poeta nuestro, Atahualpa Yupanqui, el que pidió la existencia “de un cielo pa´l buen caballo”? Y por qué no mencionar a otras especies, como la de los pájaros, la predilecta de Guillermo Enrique Hudson.
Miguel de Cervantes también eligió a los perros. A tal punto lo hizo que entre sus “Novelas ejemplares” se encuentra “El coloquio de los perros”, una extensa conversación entre dos perros –Berganza y Cipión- que habían adquirido la capacidad de hablar y que durante toda una noche se dedican a dialogar, a narrar sobre sus vidas. Los perros cervantinos le transmiten al lector sus experiencias éticas de vida y le enseñan la importancia de saber sobrevivir frente a las relaciones de poder que los rodean.
Una de las últimas novelas de Arturo Pérez-Reverte –“Los perros duros no bailan” (Alfaguara Libros, 2018)- tiene como personaje principal a un perro: “Nací mestizo, cruce de mastín español y fila brasileña. Cuando cachorro tuve uno de esos nombres tiernos y ridículos que se les ponen a los perrillos recién nacidos, pero de aquello pasó demasiado tiempo. Lo he olvidado. Desde hace mucho todos me llaman Negro”.
Los perros cervantinos le transmiten al lector sus experiencias éticas de vida
La experiencia de Pérez Reverte reproduce de algún modo a la de Paul Auster, el novelista estadounidense que en “Tombuctú” coloca como relator a un perro, Mister Bones, tan inteligente y astuto que algún crítico lo calificaría después como “el Sancho Panza de los perros”.
Pero podría ser el “Gran libro de los perros” (Blackie Books), la copiosa antología que reúne ensayos, poemas, cuentos, canciones y extractos de novela sobre los perros a lo largo de la historia, una de las referencias más certeras sobre el verdadero romance existente entre el mundo literario y el canino.
En la llamada “biblia de los perros” se encuentran escritos de Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Ben Brooks, Clarice Lispector, Mark Twain, Jarvis Cocker, Lydia Davis, Jardiel Poncela, Ann Beattie, Richard Brautigan, Muriel Spark, Anton Chejov, Emily Brönte, Franz Kafka, Rafael Azcona, Patricia Highsmith y muchas otras firmas.
Smaug, ilustración de David Demaret / Wikipedia
En nuestro país creció y se formó el escritor y naturalista Guillermo Enrique Hudson, a quien se calificó como “el príncipe de los pájaros”. Su literatura mansa y metafísica exaltó a las aves como pocas veces antes había ocurrido. Hudson fue un naturalista a quienes muchos le otorgan también el rol de precursor de la ecología.
En sus libros, valorados por una intemporal riqueza literaria, Hudson describió con precisión a las siguientes aves de nuestras tierras: el misto, el jilguero, el cabecita-negra, el leñatero, la urraca, el tordo, el churrinche, el picaflor, las golondrinas, el chajá, las garzas, los flamencos, las torcazas, la tijereta, el chimango, el halcón, el carancho, la lechuza y el lechuzón, patos silvestres, cisnes, gansos, chorlos, el hornero y el gorrión. A este último, cuando Hudson ya vivía en Londres, le dedicó un poema.
Con las aves hay un caso en el que el arte animalista encuentra su vértice más desafiante: el que se plantea con el “pergolero pardo”, un pájaro originario de Nueva Guinea que también se encuentra en Australia y que se ha vuelto famoso por la construcción artística de sus nidos, en cuyo frente, con las ramitas que entrelaza, construye una pérgola a la que convierte en una suerte de santuario al que le agrega objetos artísticos.
El pergolero es un ave no vistosa, de plumaje marrón oliva, sin más gracia que la de hacer suponer que ese color le sirve para indistinguirse de la tierra en la que vive. Y el arte que el ejemplar macho despliega en la pérgola –torres altas de pétalos coloridos enhebrados, alfombras de musgos verdosos adornadas con cáscaras de caracol, con bellotas y piedras brillantes, algunas otras con frutas, flores y alas de mariposa- lo hace para cortejar a las hembras.
La literatura de Hudson exaltó a las aves como pocas veces antes había ocurrido
Se dice que para conquistar a las exigentes parejas, este verdadero artista alado no sólo se contonea ante sus eventuales compañeras, sino que construyen sus guaridas utilizando objetos inusitados, como clips, papel de envoltura de chocolates o coloridas pulseras de lana que roban de los hogares humanos y los incrustan en sus pérgolas. En realidad, no se conoce a ninguna otra especie animal capaz de componer un collage tan complejo.
Sin embargo, ocurre que las hembras examinan con mucho cuidado todos y cada uno de los nidos, para comparar las enamoradas decoraciones del pergolero, además de poner atención en la capacidad de cortejo de los machos y ser entonces ellas las que finalmente elijan a su pareja. De todos modos, como consuelo para los que resultan descartados, el pergolero no aparece en la lista de pájaros que cultivan la monogamia. Y siempre habrá para ellos nuevas oportunidades.
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