Festejos impropios de graduados universitarios en lugares públicos

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La decisión de buscar alternativas para encontrar un lugar que centralice los festejos de los egresados universitarios impulsada por la Defensoría Ciudadana de La Plata –episodios que se traducen en celebraciones impropias como arrojar sobre los flamantes profesionales huevos, harina, aceite, mostazas, pintura, entre otros productos, y que, una vez terminada la “ceremonia” realizada en lugares públicos, quedan allí días enteros- constituye un paso positivo y es de esperar que esa intención se traduzca en hechos concretos.

La iniciativa apunta a generar conciencia sobre el deterioro del medioambiente y el patrimonio urbanístico. Además intenta promover otros elementos para el ritual: espuma, serpentina, y otros que no generen daño ni desgastes, que no contaminen, que no requieran desperdiciar alimentos, gastar ni utilizar agua para limpiarlos, según se propuso en la mesa de trabajo integrada por representantes de las universidades de la zona y funcionarios municipales.

Como se sabe, hace ya muchos años, con la excusa de festejar su graduación, algunos alumnos de la facultad de Derecho de la Universidad junto a sus amigos y familiares se concentraban en la vereda de 48 entre 6 y 7 –la que corre sobre el frente del edificio del Rectorado y la vieja sede de la facultad de Humanidades- para desplegar allí los tradicionales ritos de las recibidas, que convertían a ese sitio en un verdadero chiquero. En otras palabras, en esos ritos, prolongados hasta hoy en distintos lugares, como, por ejemplo, en el frente de la Catedral, festejan unos pocos y el resto de la ciudadanía sufre.

Con posterioridad a aquel inicio sobre la calle 48, la Universidad había habilitado un lugar especial en el interior de la manzana, conocido como el “festejódromo”. Ese espacio fue, justamente, habilitado para impedir que los desbordes afectaran a la vía pública. Pero, cuando se iniciaron obras en el edificio central, los festejos volvieron a la vereda. Después, hace unos diez años los exteriores de la Catedral platense –la escalinata y la explanada de la entrada principal- pasaron a convertirse en el lugar preferente.

El problema se agudiza cuando empieza la temporada alta de festejos por las recibidas. Y, como se sabe, el respeto por los espacios públicos no abunda durante las “ensuciadas” a los nuevos profesionales. Lo cierto es que la Catedral, más allá del significado que tiene para los católicos, es acaso el lugar de mayor atracción turística para la Ciudad. Sus valores históricos y arquitectónicos merecerían, por consiguiente, una debida preservación.

No es éste el único episodio en el que los estudiantes dan rienda suelta, sin límites, a su alegría por diversos acontecimientos. Así, sobre todo en años previos a la pandemia, se conocieron los muchos desórdenes que se registraron a partir del festejo del “último primer día” de clase, que realizan los alumnos de los quintos años cuando empiezan las clases del secundario. También ocurren incidentes cuando, con la excusa de anticipar el final de los cursos, en los meses de septiembre u octubre, los estudiantes provocan destrozos en las sedes de los establecimientos o protagonizan desórdenes callejeros.

La sociedad no debiera admitir estos desbordes y, mucho menos, casi promoverlos como modelos a imitar. La verdadera educación consiste en no dejar que prevalezcan criterios permisivos y, por el contrario, en inculcar a los jóvenes el concepto de que existen límites que no deben trasponerse.

 

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