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Espectáculos |ANIVERSARIO CINEMATOGRÁFICO

“El Ciudadano” cumple 80: por qué es considerada la mejor película de todos los tiempos

La primera película de Orson Welles, dirigida cuando apenas tenía 25 años, rompió con las estrictas reglas de Hollywood y dejó como legado una serie de innovaciones que impulsaron al cine a una nueva era

“El Ciudadano” cumple 80: por qué es considerada la mejor película de todos los tiempos

Kane en la piel de Welles, protagonista y director de “El Ciudadano”

3 de Mayo de 2021 | 01:41
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Se repite como un mantra: “El Ciudadano” es “la mejor película de todos los tiempos”, un delirio de ingenio y creación perpetrada por un osado joven de apenas 25 años, Orson Welles, que, para engrandecer la leyenda, dirigía su primer largometraje.

Ahora, la sentencia se ha repetido tanto que ha perdido sentido: ¿por qué hay tanta unanimidad en torno a la película de Welles, por qué encabeza todos los listados de películas más valiosas? En ocasión del cumpleaños número 80 de la cinta, estrenada en Estados Unidos en mayo de 1941 (llegó al país en agosto de ese año), volver a la cinta implica confrontar al mito para, lejos de deconstruirlo, redescubrir su modernidad perpetua, su osadía monumental y también su actualidad eterna.

EL GENIO DE WELLES (Y MANK)

El primer elemento que se suele citar al hablar de la relevancia de “El Ciudadano” es su guión: la historia de Charles Foster Kane, magnate de la prensa basado en el influyente William Randolph Heast, no se relata de forma lineal sino a través de flashbacks narrados después de la muerte de Kane por sus allegados, entrevistados por un periodista que intenta comprender qué significó su última palabra, “Rosebud”.

A través de estas entrevistas, el periodista reconstruye los orígenes de un hombre que se lanza en un primer momento a la industria editorial motivado por el idealismo y convencido de su servicio social, pero que progresivamente comienza a utilizarla para construir su propio lugar de poder. Su intensa y particular vida, atravesada por grandes desafíos como figura pública y por sus conquistas y matrimonios fallidos, termina entonces con esa expresión suspirada por Kane, que en el filme sugiere una añoranza del protagonista por su infancia, aunque esto sigue siendo objeto de especulaciones entre los especialistas del cine al día de hoy.

El relato desafió todos los géneros cinematográficos que eran, en ese momento, cruciales para promocionar las películas en Hollywood: ¿qué era “El Ciudadano”, un drama, una película de misterio, una sátira política con momentos de terror gótico? Welles se propuso jugar con todas las formas cinematográficas para construir climas diversos, apoyado a la vez en un guión que va y viene, del pasado al presente, y donde varios familiares, amigos y amantes de Kane, cada cual con su idea del magnate, narran la historia del magnate.

Ese ir y venir fue en sí un desafío a las convenciones narrativas de Hollywood: en lugar de ser una película biográfica convencional, narrada de forma lineal la obra de Welles y Herman Mankiewicz es un rompecabezas que reúne múltiples narradores, perspectivas y saltos en el tiempo. Esta narración no lineal resultó tan novedora que aún hoy las series de televisión la utilizan como signo de modernidad.

Y, de hecho, el guión de Welles y Mank fue el único premiado con un Oscar, a pesar de que el filme fue nominado en los rubros de Mejor Película, Dirección, Actor, Música, Fotografía, Montaje, Dirección Artística y Sonido. El texto es también eje de un enorme debate, recuperado recientemente por “Mank”, película de David Fincher que se puede ver en Netflix sobre la escritura de “El Ciudadano”: hace ya cinco décadas, la crítica Pauline Kael afirmó que la verdadera pluma detrás del clásico era solamente la de Mankiewicz, y que Welles, advenidizo y ambicioso, se había aprovechado del libretista y había estampado su nombre en un texto. Incluso, cuenta la leyenda que Welles quiso borrar toda mención a Mank en los créditos.

Una revolución técnica

Los que objetan a esta idea lanzada por Kael se apoyan en las numerosas revisiones firmadas por Welles al guión original de Mank, y en los aportes evidentes que Welles como director, junto a su director de fotografía Gregg Toland, realizaron para el legado del filme: “El Ciudadano” no solo revolucionó la forma de narrar historias en la meca del cine, también fue una revolución técnica.

Y todo, a pesar de que Welles, hombre de radio y teatro, no tenía demasiada idea de las técnicas de cine. Incluso se dice que una asistente llamada Miriam Geiger tuvo que hacerle un manual de las diferentes lentes y tomas que podría probar. A partir de ese manual el cineasta, contratado para hacer la película que quisiera, habría comenzado a jugar, a probar: un estudio de cine, bromeó, era “el tren eléctrico más grande que jamás haya tenido un niño”, y en plan lúdico se puso a probar recursos visuales como la profundidad de campo y los planos contrapicados que permitían incluir en el cuadro los techos de las escenografías -algo inusual en esa época en la que los decorados de los estudios carecían de esos detalles-, ideas que había heredado de sus días en las tablas y también del expresionismo alemán y que permitían construir poderosas y subjetivas atmósferas y escapar a las cámaras estáticas e impersonales de aquel Hollywood. Sumados a una utilización pionera del sonido y la música para lograr su ambientación, todos usos que rompían con las reglas que habían marcado hasta ese entonces las leyes rígidas de la cinematografía hollywoodense, dieron a la película una increíble solidez que sostiene su vigencia hasta la actualidad.

Esta “enciclopedia de técnicas”, como calificó al filme el crítico francés Georges Sadoul, podrían haber supuesto una deshilachada sucesión de experimentos: la visión casi megalómana de Welles, su desparpajo juvenil, su vitalidad de cineasta inexperto y juguetón, terminaron por cohesionar esa historia contada de forma contada a través de flashbacks y de decenas de técnicas disímiles.

UNA PELÍCULA SUBVERSIVA, ETERNAMENTE ACTUAL

La osadía narrativa y técnica de Welles eran apenas solo los elementos formales de lo que era una apuesta completamente subversiva: “El Ciudadano” es ante todo una película contra el poder, una versión ficticia de Hearst construida cuando el magnate estaba en su apogeo, cuando controlaba los diarios Examiner y Morning Journal y quien incluso llegó a precipitar la declaración de guerra hecha por EE UU a España, en el giro de siglo.

“El Ciudadano” se estrenó en mayo de 1941 en Estados Unidos, pero la crítica la rechazó

 

Cuenta la leyenda que incluso el magnate le pidió al dibujante que había enviado al lugar en donde un acorazado de la marina se había hundido de forma fortuita en la bahía de La Habana que provea “las ilustraciones, que yo pondré la guerra”.

El relato sobre Hearst fue escrito por un Mankiewicz asiduo a las fiestas del magnate, una especie de espía que se jugó todo por denunciar al poderoso hombre de prensa; el magnate, en tanto, jugó un rol esencial para tratar de hacer que “El Ciudadano” quedara en el olvido: sus rotativos censuraran cualquier tipo de publicidad relacionada con la cinta, sus socios en Hollywood trataron de comprar los rollos de la película para quemarlos a continuación, e incluso desde la oficina del FBI se pusiera en marcha una investigación sobre Welles que duró una década.

Muchos adjudican a las presiones de Hearst la mala recepción inicial del filme, rescatado años después, en 1956, tras su reestreno en EE UU. Lo cierto es que triunfó la película, que vista hoy continúa siendo una ambiciosa, operística denuncia del poder capitalista y su amoralidad, y también un relato absolutamente pertinente en tiempos de fake news y conglomerados industriales que controlan el destino del mundo.

 

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