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“Bo Burnham: Inside”: comedia para un mundo terrorífico

El comediante ensaya uno de los pasos más osados del año en su especial para Netflix, un viaje hacia los límites de la desesperación y una de las pocas piezas relevantes producidas sobre este pequeño apocalipsis pandémico

“Bo Burnham: Inside”: comedia para un mundo terrorífico

Burnham, al desnudo en “Inside” / Netflix

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

7 de Junio de 2021 | 03:26
Edición impresa

Bienvenidos al especial de comedia de Bo Burnham. Habrá dolor, más que nada: “Inside”, especie de ópera pop delirada, comienza con una serie de sketches producidos en el confinamiento, “inside”, con herramientas mínimas y gran capacidad para manipularlas y construir un esquizofrénico caleidoscopio de atmósferas, todas enrarecidas, porque, a medida que avanza la experiencia, se revela como un viaje, condenado al naufragio, hacia el “inside” de su creador. Una espiral que desciende hacia el corazón de la depresión y la ansiedad, donde hay carcajadas, claro, pero son estertores impotentes, risas desaforadas al borde de la desesperación. Un grito de ayuda lanzado al vacío en medio de una profunda crisis existencial, con la esperanza de que algo haya, al final, del otro lado.

¿Dónde termina la performance y dónde comienza la depresión real del comediante?

 

Es una propuesta al límite, porque Burnham ensaya un viaje a los confines de su propia razón: en una sucesión de canciones electro-pop compuestas, interpretadas y filmadas por él con una creatividad aparentemente infinita para transformar sus cuatro paredes en mil escenarios (una proeza técnica, juguetona a cada paso, pero también al servicio del relato), Burnham cuestiona los límites del humor tradicional, hace estallar la noción de sketch, y se deconstruye él mismo, mientras intenta pensar cómo hacer comedia (es decir, cómo hacer su trabajo, cómo dar sentido a lo que hace) en un mundo donde cada chiste puede ser una trampa y donde todos están haciendo bromas sobre el confinamiento, pero, sobre todo, un mundo donde nadie se está riendo. “¿Alguien quiere bromear cuando no hay nadie riendo en el fondo?”, lanza Burnham. Cuando todo es desesperación y apocalipsis, ¿cómo hacer comedia? Y más importante, ¿de qué sirve hacer el payaso? 

Rebotando entre cuatro paredes, Burnham se hace estas preguntas una y otra vez: del otro lado, silencio. Metafórico, pero también real, porque en medio del confinamiento sanitario no hay nadie más que él en esa casa cada vez más desordenada desde la que lanza un grito desesperado, que se parece bastante al aullido por un poco de atención detrás de cada tuit, cada video de YouTube, cada emoticón lanzado en WhatsApp.

CREANDO CONTENIDO MIENTRAS EL MUNDO ARDE

En un primer plano, “Inside” se burla de esa generación 2.0, de su necesidad de opinar de todo, de crear y consumir contenido infinito y banal, de ser víctimas felices de la cultura del “hustle”, explotándose para el enriquecimiento ajeno, monotributando por un puñado de likes. Pero en segundo plano, Burnham se reconoce como parte de esa cultura: él también opina de todo; él también quiere atención, como toda su generación; él también se siente cada vez más lejos del mundo; él también está encerrado en su casa produciendo contenido infinito mientras el mundo arde. 

Y como a todos, incluso antes de la pandemia, esta situación está llevándolo a la depresión, la ansiedad, la despersonalización: relata el propio Burnham, mientras entona una melodía paródicamente pop, engañosamente feliz (¿no es acaso la música pop el endulzante que se le pone a la medicina para sorber un trago amargo?), que lleva 5 años sin subir al escenario a causa de sus ataques de pánico. En medio, el comediante dirigió “Eighth Grade”, delicado “coming of age” con superficie de comedia sobre lo que es tener 12 años en la era de YouTube, sobre la necesidad de atención (la vieja trampa de la “popularidad”, mutada, multiplicada en mil pantallas) y la falta de conexión de los centennials. Quizás también la comedia sea para Burnham ese saborizante que le ponen a los remedios.

Pero no del todo: Burnham oscila en su especial entre momentos en los que cree que esa misión sanadora puede ser una posible función de su trasnochada obra (es decir, que sus labores desesperadas tienen sentido finalmente) y otros donde parece confesar(se: está solo, dialogando consigo mismo) que esa idea no es más que autoengaño para seguir adelante en una labor que no conduce a un lugar mejor, para él o para nadie. Un discurso prefabricado, un cliché, el mismo que habilita contar chistes en velorios. El mismo que ha producido una generación de artistas de tiras cómicas publicadas en la web que lidian con lo atroz de la existencia en cuatro viñetas: la depresión y la ansiedad, el insomnio y el agotamiento, asoman como una constante para esa generación criada en tinieblas, con la pálida luz del monitor o el celular como guía. Y a través de esa misma pantalla intentan exorcizar sus soledades, con memes (“are you winning, son?”), tuits y tiras cómicas, como aquella de @dinoman_j, en la que un tierno dino celeste le dice a otro rosita que tiene ansiedad: “Las cosas podrían ser peores”, replica el rosa; “Sí, estoy íntimamente familiarizado con esa idea”, recibe como respuesta.

PERFORMANCE Y REALIDAD

Las tiras de @dinoman_j son solo la punta del iceberg de una subcultura web que se pregunta, sin encontrar respuesta, por qué estamos siempre tristes, cansados, quemados, con el mismo humor desesperado disfrazado de caramelo que las canciones de Burnham: en los primeros minutos del especial el comediante es extraño, gracioso, simpático, y sus temas asoman como gags casi adolescentes, pero mientras avanza la hora veinte comienza a ser más borroso dónde termina la performance y dónde comienza la depresión real para el artista. Su burnout es paulatino, y profundamente físico, le crece la barba, cada vez más sucia, las ropas aparecen más arrugadas, los ojos más desesperados. ¿Le crece la barba, o se deja la barba para ponerla al servicio de su especial de comedia sobre la desesperación? La espiral infinita de autoconciencia de Burnham implica que sabía lo que hacía: una puesta en escena del dolor, desesperación disfrazada de comedia. Pero seguramente también, aquella barba haya comenzado a crecer salvaje antes de que decidiera convertirla en parte esencial de la puesta en escena de su catarsis.

¿Catarsis? En realidad, Burnham parece resistirse a esa idea de purgación a través del arte, demasiado lineal para su neurosis que escala exponencialmente como su barba desalineada. “Inside” es más bien el intento proféticamente fallido de una catarsis: el intento de llevar a cabo "algo productivo" en medio de una profunda crisis interior y exterior, pero el reconocimiento de que tal catarsis no llega, de que confrontarse solo aumenta la desesperación, de que no lleva a ningún tipo de iluminación de esas que prometen, vía Instagram, tantos gurúes del siglo XXI. De que todo lo que hace, su intento de comunicar, de expresarse, de sanar con la risa es, al final, un artificio (apenas) tranquilizador, una puesta en escena al servicio de uno mismo, inútil, estéril. En la era de la hiperconectividad, ¿hay comunicación posible con el otro, o solo avatares chateando, artificios de comunicación? En el apocalipsis, ¿hay comedia que nos salve, sirve de algo la comedia? ¿Es el humor el endulzante del remedio, o el azúcar que oculta el veneno?

Al límite de pasar al lado oscuro de la luna, en la frontera del sinsentido cósmico, Burnham ensaya un final doble, ambiguo, incómodo. Como Pink en “The Wall”, rompe la pared, escapa a ese círculo vicioso de autoflagelamiento y autocomplacencia unipersonal, y sale al exterior. Pero inmediatamente después de volver al mundo real, se desespera. Entonces, suenan risas grabadas que se burlan de su situación: es otro artificio, un falso final, y no la resolución feliz, no es el artista que sale del otro lado de su laberinto realizado. La salvación es un chiste, y ningún chiste es la salvación.

Aparece entonces Burnham, mirando proyectada en su pared esa puesta en escena, ese supuesto sketch de él mismo escapando a su confinamiento. Parece estar asqueado con el burdo intento de hacer comedia de la tragedia. Asqueado también con la audiencia, a la que acusa en algún momento de mirar su sufrimiento como entretenimiento. Pero a la vez, y por un segundo, al final, a él también se le escapa la sonrisa.

En este pequeño apocalipsis, ¿hay comedia que nos salve, sirve de algo la comedia?

 

¿Entonces? Entonces Burnham se pone a cantar, con los créditos, que esto, en algún momento, se terminará. Esto es la pandemia, pero también la depresión, esa sensación de hundimiento sin fin que ataca y produce la sensación de un apocalipsis interior. ¿Y mientras tanto? Y mientras tanto, quizás no quede mucho más por hacer (o nada mejor que hacer) que intentar reír un rato ante este mundo terrorífico. “Si me despierto en una casa que se incendia y entro en pánico”, canta Burnham, a la vez burlándose de las posibilidades del humor y elevándolas, “llamame y contame una broma”.

 

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