Daños a un club causados por alumnos en una fiesta clandestina

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Ya se habló varias veces en esta columna sobre lo que significaron las fiestas clandestinas realizadas en el curso de una pandemia que obligó a la población a adoptar medidas sanitarias preventivas. Lamentablemente, esos encuentros que se multiplicaron en los últimos meses sirvieron además, en algunas ocasiones, para que se cometieran desmanes y daños de todo orden, tal como acaba de ocurrir ahora, una vez más, en nuestra ciudad.

En esta oportunidad un centenar de jóvenes se reunieron en el parque San Martín y en el curso de la fiesta ingresaron ilegalmente en horas de la madrugada en la sede del cercano Centro de Fomento y Biblioteca Popular San Martín, de 22 y 53, en donde continuaron con una suerte de descontrolado festejo que se tradujo en daños para el edificio y mobiliario de la institución, según denunciaron sus directivos.

Tal como pudo saberse, quienes protagonizaron la fiesta clandestina están identificados, serían todos menores de edad y pertenecientes al ciclo superior de una escuela pública de la Ciudad, que no fue identificada. “Lo hacen con tanta impunidad que subieron imágenes a las redes sociales y anunciaron que tienen pensado realizar dos festejos más”, dijo uno de los directivos del centro de Fomento.

Durante la fiesta los involucrados habrían intrusado el espacio generando toda clase de daños vandálicos y graves destrozos. Cabría recordar que el Centro de Fomento y Biblioteca Popular San Martín, además de desarrollar desde hace muchas décadas actividades deportivas y recreativas cuenta con una de las bibliotecas populares más consultadas de la Ciudad.

Los directivos del Centro reseñaron que no fue esa la primera vez que les ocurre un hecho de estas características, ya que en el lapso que va de la pandemia desde marzo de 2020 el lugar fue robado e intrusado en siete ocasiones, pese a los numerosos recursos invertidos para ganar seguridad en las instalaciones.

Seguramente que la Policía y la Justicia dispondrán de filmaciones y de otros medios de prueba para avanzar en la investigación del episodio y, al mismo tiempo, es de esperar que las autoridades educativas esclarezcan lo ocurrido, para determinar, entre otros objetivos, los distintos grados de responsabilidad de quienes causaron daños.

Sin embargo pareciera preciso enfatizar en que son los valores culturales en juego –tanto los propios de los chicos, los correspondientes a su debida formación como futuros ciudadanos- aquellos en los que debiera enfocarse en forma más exhaustiva el tratamiento del tema, incluyendo en esto a los padres de los chicos, para crear conciencia común y explicarles a los jóvenes en donde se encuentran los límites que no deben traspasar.

Una cosa es buscar unan sana manera de divertirse y otra, muy distinta, la de suponer que se pueden causar destrozos en bienes y propiedades ajenas, muy especialmente si se habla de valores pertenecientes entidades de bien público, dedicadas a promover el bienestar común.

Tanto las sanciones, en el caso de que existan las pruebas del caso, como la promoción de conclusiones pedagógicas útiles para los jóvenes, debieran ser ejemplares y servir para que no se reiteren estos episodios.

 

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