

Raúl Pessacq, ex rector de la UNLP / S. Casali
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Docente, dirigente y escritor de vasta trayectoria, guarda un rico anecdotario de la agitada vida estudiantil en los ‘60, y jugó un papel clave en la restauración de los ideales de la Reforma en la casa de altos estudios local
Raúl Pessacq, ex rector de la UNLP / S. Casali
FRANCISCO L. LAGOMARSINO
Por FRANCISCO L. LAGOMARSINO
A poco de adentrarnos en una conversación con Raúl Pessacq, queda claro que no le ha resultado indiferente ningún acontecimiento con cierta relevancia de los últimos 60 o 70 años. Hombre de ideas y docencia, de hornallas y afinidad con los paisajes agrestes, de familia y acción, la charla fluye desde su actividad como rector normalizador de la UNLP en la restauración democrática del ‘83 a la preparación de un sabroso guiso de arroz; de los 40 años al frente de una cátedra, a la pesca con mosca en la Patagonia -o de mojarras en el parque Saavedra-; del liberalismo republicano y sus adversarios, a la campaña gloriosa del Estudiantes de Zubeldía. Cada digresión lleva a nuevas anécdotas y revelaciones, cada referencia puntual a otra igualmente precisa; aclara que le provocan contrariedad los “divagantes”, y pone como ejemplo a los políticos actuales -“hablan de cualquier cosa, no dan un dato concreto y no cierran un tema”, se lamenta-. Por sobre todo, no pierde la avidez por dialogar, debatir y divulgar, y en ese tren acaba de editar su quinto libro.
El arraigo regional de Raúl Adolfo Pessacq, nacido aquí el 17 de noviembre de 1941, se remonta, por vía materna, al “abuelo Marín”, venido de Castilla La Vieja. “Fue uno de los pocos españoles en llegar a la Ciudad con zapatos en vez de alpargatas”, recuerda: “fundó un próspero comercio en 7 y 47, pero se terminó fundiendo por malos manejos de un socio; sin un peso, se reinventó como pañolero de la naciente YPF en Comodoro Rivadavia; enviudó joven, cuando la diabetes se llevó a su esposa”.
Por el lado paterno, Raúl tiene ascendencia francesa. En tiempos fundacionales, allá por 1890, su abuelo herrero montó un taller en 7 y 64. Allí crecieron sus hijas e hijos, incluyendo a Luciano César, su padre. “El abuelo Pedro, que nunca aprendió bien el castellano, tenía la cultura del esfuerzo y el trabajo de los viejos inmigrantes” destaca: “no era raro que mi papá, y mis tíos y tías, lo ayudaran a hacer diez o quince herraduras antes de ir cada día al colegio”.
Ese papá, Luciano, fue capitán de fragata. Casado con María Elisa Marín Muguerza, tuvieron a Gastón Luciano, médico, y Raúl Adolfo, que nació el 17 de noviembre de 1941. Sus primeros meses transcurrieron entre su hogar del barrio de plaza España, 6 y 66, y el caserón de unos parientes en 11 y 58. Tras un par de años radicados en Quilmes, los Pessacq regresaron a La Plata, justo a tiempo como para que Raúl rindiera el examen para ingresar en primer grado superior de la Escuela Anexa.
“Otto” en sus tiempos de graduación como ingeniero químico
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“Soy de la Universidad desde chico”, acota el protagonista: “quien me preparó para dar la prueba fue Florencio Pérez, que era maestro, y llegó a ser concejal y consejero escolar; tenía un ateneo en 7 entre 63 y 64, y alquilaba los equipos y proyectaba dibujos animados para los pibes del barrio; a muchos no les daba para ir al cine. Para nosotros, plaza Rocha ya era el centro, al que nos conectaba el tranvía 15; la 60 era una frontera, y de ahí para 66 había descampados y calles de tierra. Con mi barra preferíamos ir para el lado del parque Saavedra, el Bosque, Meridiano V, o a pescar al Dique, donde operaban barcos graneleros con cereales y los peces se apiñaban por la abundancia de comida. También íbamos en bici al Puente de Fierro, toda una aventura; estaba intacto y en medio del campo.
Las aulas de la Anexa, por entonces, no escapaban al signo de los tiempos. “El adoctrinamiento del primer peronismo no era precisamente sutil” repasa Raúl: “yo venía de una familia con simpatías radicales, pero sobre todo convicciones independientes, de libre pensamiento. Y me enfrentaba a toda esa cosa de ‘La razón de mi vida’ y los textos ensalzando al justicialismo”. La bajada de línea se hizo más gravosa a la hora de ingresar al Colegio Nacional. “Meses antes del golpe del ‘55, vino un muchacho a afiliarnos a la Unión de Estudiantes Secundarios, oficialista -éramos pibes, teníamos 13 años- y firmaron todos menos un compañero, creo que Rebolledo, y yo. Instantáneamente nos mandaron a los dos afuera. Estuvimos 5 o 6 horas a la intemperie, no nos podíamos ir, ni entrar a clases. También nos metían en un micro y nos llevaban al estadio Provincial, donde por un peso te daban un pancho y una coca, y era otro ámbito de culto al poder, los torneos Evita, etcétera. A la hora de los deportes yo jugaba a todo, me gustaba todo... pero era muy malo en todo. Torpe. Excepto para nadar, cosa que hice bastante bien y hasta hace poco tiempo, en las piletas del Pincha, el Nacional, y Universitario”.
Poco tiempo después de la anécdota con el “captador” de la UES, Pessacq vio de cerca otro lado de la moneda: “una vez llegada la ‘Revolución Libertadora’, nos llevaron a la Biblioteca de la Universidad, en plaza Rocha, y el objetivo era seleccionar y tirar a la basura la ‘bibliografía peronista’, una movida desastrosa y muy poco inteligente. No tiré ningún libro, desde ya”. Su idiosincracia lo llevó a ser elegido por sus pares como delegado de curso. “En la primaria fui muy buen alumno, y a partir de la secundaria ya no” admite: “pero me empezaron a elegir como representante”.
La evocación de sus andanzas de adolescencia transporta a Pessacq a los tiempos como “mochilero y caminante”, que compartió con amigos como Jorge Lombardi, Hugo Cosoli, Enrique Alza y Carlos Giglio, y a la belleza del barilochense lago Mascardi -”el más hermoso que vi”-. También reverdece su pasión albirroja. “Llegué a ver a la legendaria delantera de Giosa, Barreiro, Beto Infante, Antonio y el Payo Pelegrina; era hincha de tablón” explicita: “pensar que me hice de estos colores porque un día el Ñato Amieva, padre de ese gran tipo que fue el Chango Amieva -luego director del Zoo-, nos subió a todos los pibes del barrio a su camión en 6 y 67, y nos llevó al club a hacernos socios. En los ‘60, durante la campaña de Zubeldía, no nos perdíamos ni un partido de local”.
En 1970, durante un viaje a Mar del Plata, un amigo en común le presentó a Susana Ringuelet, doctora en antropología y martillera, descendiente de una familia de raigambre fundacional. Al poco tiempo, casados, compartían un departamento en 55 entre 2 y 3. Poco después, lo cambiaron por su residencia actual, sobre avenida 13, a metros del parque Saavedra. Allí crecieron dos hijos: Verónica y Pablo. Doctor en Biología, Pablo está radicado en Esquel y es, de acuerdo con su progenitor, “el mejor guía de pesca con mosca de la Patagonia; y pensar que lo llevaba a pescar mojarras en el parque”. Los nietos son cuatro: Eric, Sofía, Kevin e Isabela.
Entre fines de 1983 y 1986, pessacq fue rector de la universidad nacional
Pessacq cursó ingeniería química en los albores de los ‘60, pero nunca más abandonó los claustros. Fue dirigente estudiantil y académico, y transitó el sendero docente en la cátedra de Control Automático de Procesos, desde ayudante alumno a profesor con dedicación exclusiva, concursando cada peldaño a lo largo de cuatro décadas. Entre sus inicios y su jubilación... pasó de todo.
“En nuestros años, entre los estudiantes estaba mal visto que las agrupaciones se alinearan explícitamente con alguno de los partidos políticos” explica: “salvo los del PC y los ‘troskos’, el resto evitaba quedar pegado con ese tema. Nosotros, con un grupo de gente afín, entre la que estaba Angel Plastino y el “Chino” Juan Carlos Delorenzo, que era el dirigente más importante del momento, fundamos ALU, la Agrupación Liberal Universitaria, de corte reformista. Y ganamos el centro de Ingeniería, que me tocó presidir dos veces. Siempre con un mandato de independencia; recuerdo una asamblea con más de 600 personas, para ver si el centro apoyaba la revolución cubana o no, y la mayoría decidió la prescindencia”.
ALU fue parte de la “Liga de Agrupaciones Amigas”, un conjunto de nucleamientos de distintas facultades (ADER, de Medicina, Auténtica, de Económicas, Unión Universitaria, de Derecho) con ideario compatible, cuyos líderes solían “parar” en la casa de Sergio Karakachoff, punto de encuentro y coincidencia, así como sede de interminables y fecundas discusiones.
“Hacíamos tomas y protestas, cortábamos avenida 7 para pedir un mayor presupuesto... Hasta que irrumpió la ultraderecha de Tacuara, con modalidades muy violentas, las cosas no pasaban de algunas piñas de vez en cuando” confía Pessacq, quien también fue asambleísta en sendas elecciones presidenciales de la casa de altos estudios: “en una, apoyando a Carlos Serafín Bianchi, que ganó, y en la otra apoyando a Aquiles Martínez Civelli, que perdió ante Roberto Ciafardo”.
“Guiar a la juventud a un pensamiento único es contrario a la democracia republicana”
Una vez graduado, “Otto” -apodo que le adosaron sus amigos, dice, por una suerte de jocosa deriva germánica a partir de su segundo nombre, Adolfo-, trabajó como ingeniero de planta en la fábrica Ducilo de Berazategui; y luego en YPF hasta 1973, cuando ingresó en el CONICET y se volcó de lleno a enseñar; ya sabía que su vocación estaba allí y en los libros, la literatura, para estudiarla y escribirla.
Recorte periodístico del diario el DIA de la asunción como rector, ante Juan Sábato y Andrés Ringuelet
“En 1972 me afilié a la UCR, y en 1973 me reencontré con los viejos aliados, con quienes creamos la UDIR (Unión de Docentes e Investigadores Reformistas)” recuerda: “pero los Montoneros habían tomado la UNLP de la mano de Cámpora, y ante el primer documento que publicamos pidiendo que se repusieran los principios de la Reforma, que se habían desnaturalizado por completo, nos corrieron a tiros, pedradas y palazos -con una participación significativa de los no docentes-. Y nuestro límite eran las piñas, los fierros no eran lo nuestro”.
“En el ‘76, ya consumado el golpe, me vinieron a buscar los del Proceso para ser decano, pero les dije que no tenía nada que ver con ellos” aclara Raúl: “y allá por 1979, un día me vino a ver Pablo Luchessi, y me dijo que esa noche venía Raúl Alfonsín a La Plata, y que era importante estar. Nos juntamos a las 20 en el comité de la 1a de la UCR, medio sigilosamente porque la actividad partidaria estaba prohibida. Éramos cinco, nomás. Y al rato apareció Alfonsín, que nos habló dos horas de su proyecto de país como si fuéramos mil y no dos gatos locos. Y nos explicó todo, cómo pensaba el regreso a la democracia. Cuando terminó, le hicimos algunos cuestionamientos, porque creíamos que nos las sabíamos todas, y nos dio vuelta como una media. Ahí me hice alfonsinista. Así como no vi otro intelectual del calibre de Dante Caputo, tampoco un político con el carisma y la calidad humana de Alfonsín. Tiempo después nos enteramos de que el hombre hizo ese tipo de reuniones en todo el país, y dos veces. Tremendo”.
En 1981, la Fundación Eugenio Blanco, con sede en 3 y 44, se convirtió en ámbito de convergencia y elaboración de propuestas de militantes y referentes radicales. “Estudié la historia de todas las universidades del país, sus cuerpos normativos y cómo abordaron las transiciones en las múltiples interrupciones del orden constitucional” precisa Raúl: “al final, escribí un programa, que terminó siendo la base para la normalización de las universidades. Me acuerdo de que lo presentamos en la capital federal... Me ‘tomaron examen’, tuve que dar una charla para dirigentes jóvenes, y gustó”.
Concretado el triunfo de la UCR en las elecciones presidenciales de 1983, llegó la hora de la verdad. “El 11 de noviembre me llamó ese gran ministro de Educación que fue Carlos Alconada Aramburú, y me dijo ‘vas a ser el rector normalizador de la UNLP’; al principio me temblaron las piernas, pero estábamos imbuidos con una fuerza y convicción tremenda. El 17 de noviembre, justo para mi cumpleaños, me llama de nuevo Alconada y me dice que escriba el decreto de intervención de todas las universidades, que terminó siendo el 154/83; esa mañana llovía, ‘eché’ a toda mi familia de casa, y me quedé solo en el escritorio, con lápiz y papel, siete u ocho horas, hasta que lo terminé” evoca Pessacq, que asumió el 28 de diciembre de ese mismo año.
En la época de la normalización, junto a Raúl Alfonsín
“Tenía claro que todos los gobiernos unipersonales degeneran hacia lo arbitrario, así que imaginé una conducción colegiada, que el rector tuviera que contar con el aval de un consejo superior, y lo mismo cada decano con el consejo académico” advierte el profesional: “también que hubiera un estatuto base para que observaran quienes entraran, y a partir de él ir haciendo las modificaciones que se creyeran pertinentes, para lo que elegimos el que estuvo vigente hasta el ‘66. Para cubrir los lugares y cargos necesarios, no había otros requisitos que la idoneidad, calidad humana y espíritu democrático, ideologías al margen”.
No fueron tiempos sencillos. Resultó espinoso revisar las designaciones de profesores y hacerlas revalidar, y además no dejar resquicios legales. “’A la democracia, el Proceso no le puede ganar ni un juicio’”, me dijo Alconada, y lo pudimos lograr” asegura Pessacq: “obviamente, nos comimos no sólo juicios sino innumerables puteadas, por ejemplo, de gente que conocía bien y le tuve que decir que en vez de protestar se presentaran a concurso y lo ganaran... Además, fui amenazado, así como mi familia. Me decían ‘Otto, guarda con lo que hacés porque vas a ir a parar a una zanja’... Muchos creían que el gobierno democrático duraba tres meses y volvían los militares y la represión peor que antes”.
Esas vivencias y muchas otras fueron vertidas en varios libros y abundantes artículos. Después de jubilarse, el dirigente y docente dejó paso de lleno al hombre de letras. “Historia en grageas - La UCR de 1880 a 1966 y las presidencias de origen radical” es su flamante obra, redactada junto al recientemente fallecido “Chino” Delorenzo. Se trata de un repaso ágil y ameno por hechos esenciales para comprender el devenir del país, desde un punto de vista alternativo a lo que describen como el “relato populista” que un sector intenta hacer prevalecer.
“No volví a ver otro político con la calidad humana y el carisma de Raúl Alfonsín”
Sin perder el nervio y el olfato para el debate, Pessacq se sigue galvanizando cuando advierte en “su” Universidad actitudes alejadas del reformismo, militancia partidista, sumisión, burocracia sobredimensionada, dogmatismos y alusiones a un “ideario institucional” que condiciona “valores sagrados como la libertad de cátedra y libertad de expresión”.
Con Pablo Luchessi, Secretario General de la UNLP durante su mandato
“Debemos buscar soluciones concretas a problemas reales” insiste, “sin ‘dueños de la verdad’. Lo contrario es adoctrinamiento, y guía a la juventud hacia un pensamiento hegemónico, contrario a la democracia republicana”. Puesto a la tarea de repasar el legado de la normalización, que se extendió hasta la asunción de Angel Plastino, electo por la asamblea universitaria, en mayo de 1986, considera que “con el tiempo, los logros se minimizaron, y nos fueron raleando de la normativa; por ejemplo, agarraban un texto mío, le cambiaban un par de palabras, y lo firmaban de nuevo las autoridades de ese momento. En fin”.
No todos son sinsabores, empero. En la familia Pessacq, “los hombres son cocineros”, revela Raúl, y él, que también escribió un libro sobre historia gastronómica, no es excepción. Llega de visita su hijo desde el Sur, y planea agasajarlo con un suculento risotto a la milanesa con pechuga a la salvia. “Tengo presentes todavía, vívidos, los olores de la cocina francesa, de las recetas de mi padre. Hace veinte años que cocino mañana y tarde, y periódicamente hago comidas especiales; si bien con Susana nos hemos hecho bastante vegetarianos, lo mío va por ahí, platos bien perfumados y condimentados. Como con todo, sólo hay que saber buscarles la vuelta”.
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