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En diálogo con EL DIA, el actor, que visitará La Plata con su exitosa “El Equilibrista” y que volvió a llevar al escenario “El Amateur”, habla de su obra “más personal” y recuerda sus inicios, contra viento y marea, en el teatro
El actor Mauricio Dayub como algunos de las criaturas que desfilan por “El equilibrista”, el unipersonal biográfico que se ha convertido en un clásico teatral
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
El abuelo de Mauricio Dayub decía que el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio, y el actor, autor y productor tenía 19, 20 años, recuerda, cuando aquella frase resonó en su cabeza.
“Me di cuenta que tenía una cualidad: me acostumbraba con mucha facilidad a hacer lo que no me gustaba. Entonces trataba de parecerme a lo que los demás querían. Era muy elogiado, me iba bien, todos me veían como muy educado, muy correcto… pero adentro mío latía algo que no era eso que yo era. Y ahí tuve que decidirme”, relata, en diálogo con EL DIA, antes de llegar, el domingo 23 de octubre, a la sala de 10 entre 46 y 47 con “El Equilibrista”, su obra “más personal”, según define.
La pieza, escrita por Patricio Abadi, Mariano Saba y Dayub, y con dirección de César Brie, recorre algunas postales en la vida de personajes entrañables en los que el actor se transforma con virtuosismo: un referí que no puede pitar correctamente porque está enamorado, un bañero a punto de jubilarse, un pibe enamorado al que le acaban de romper el corazón. Son postales extraídas de la historia familiar, postales de su vida, que le valieron el ACE de Oro y convirtieron a la obra en un éxito absoluto que llegará a la Ciudad por cuarta vez. Siempre a sala llena.
- En el programa de la obra dice que cuando llegaste a ser adulto, te diste cuenta de que no te gustaba la vida de adultos, la resignación, los bancos. Y que como te gustaba la euforia, la posibilidad, la ilusión, nació este espectáculo. ¿Actuar es un poco jugar a volver a ser chico?
- Sí. Escribí eso que dice el programa porque algo me pasaba con la realidad, siendo adulto: lo que vivía no se parecía a lo que me había imaginado. Yo tuve una vocación muy clara, muy temprano. En el barrio donde nací, ser actor era imposible. Mi mamá se rió cuando se lo dije: tenía 6, 7 años, me llevó a la casa de una vecina y me hizo repetir lo que le había dicho. Y se rieron las dos… Entonces empecé a estudiar una carrera universitaria, porque mi papá quería que todos sus hijos tuvieran un título. Pero a los 20 años me di cuenta que dentro mío latía algo que no era eso. No fue fácil dejarlo: tuve que convencer a mis compañeros de la facultad, a mi viejo, convencerme yo mismo: a esa edad, uno no tiene seguridad con respecto a la vocación. Y en la mayoría de los casos no tiene plata, no tiene trabajo, no recibe elogios: es todo inseguridad. Dejé la ciudad en la que vivía, dejé mis amigos, mi familia, detrás de eso tan intangible que era la intuición de que en algún momento me iba a poder desarrollar como actor. Agarrado a nada: es estar en el medio del mar agarrado a un palito. Desarrollar ese derrotero, animando fiestas infantiles, actuando en los días de las efemérides de la escuela, insistir y transformarlo en mi profesión es como algo inalcanzable: estar haciendo de grande lo que me imaginé cuando era chico resuelve todas las disquisiciones de la vida. Esta es una manera de encontrarle una solución hermosa a la vida, como decía Miguel Hernández: es mi manera, no es la única. “El Equilibrista” resuelve ese dilema.
“Estar haciendo de grande lo que me imaginé cuando era chico resuelve todas las disquisiciones de la vida. Esta es una manera de encontrarle una solución hermosa a la vida”
- De todas estas cosas está hecha “El Equilibrista”. También de la historia familiar. Y hace poco escribiste un libro, “Alguien como vos”, sobre momentos de tu vida. ¿Concebís el arte como una forma de contarte, de revisarte?
- Sí, creo que uno de mis mayores logros es haberme podido representar tanto en el escenario como en la vida. Yo sin querer perseguía eso. Cuando empecé, y me salieron las primeras cositas en la tele, salía del canal y veía que tenía que salir vestido como actor del canal, a pesar de que nadie me conocía: advertí rápidamente que si salía disfrazado de actor de la tele, entraba en un mundo que no era el mío, que me tenía que esforzar para otra vez recrear una vida para el afuera. Yo quería ser como los pintores o los músicos: los pintores pintan en su taller, y si un día un cuadro vale millones él no deja de ser quien es. Vuelve a su taller y pinta. Mi vida como actor tenía que tender a eso, pero entre los actores no pasaba eso: un actor bajaba a un sótano a hacer un espectáculo de teatro independiente y sentía que salía con un montón de prestigio. Si iba a un teatro de la calle Corrientes, salía totalmente comercial, fenicio, vendido al imperio del dinero… Y eso no es así. Uno tiene que ser el mismo en todos lados. Así que creo que ese es un logro: me siento cómodo en todos lados, soy el mismo. Y es increíble que sea un logro, debería ser natural. Pero en el mundo en que vivimos es un logro.
“Así como uno lee el diario y termina convencido de que la salida es muy lejana, uno ve ‘El Amateur’ y piensa ‘sí, se puede’”
- Has sido exitoso representandote, también han sido exitosas tus obras: “El Amateur”, tu primera puesta, fue un éxito descomunal, con película incluida, y ahora venís de mostrar “El Equilibrista” por Europa, por ejemplo. ¿Por qué pensás que representarte a vos mismo ha calado tan profundo en audiencias de todas partes?
- Mirá, debería decir que no tengo idea, el éxito no se explica, nunca acertamos cuando intentamos… pero creo que tiene que ver con que advertí que era un tipo común, y que las personas comunes nos debíamos un poco de reconocimiento. No por mí, por la mayoría: la vida está denigrada, ninguneada, para la mayoría. Yo me sentí particularmente ninguneado, siempre sentí que me ofrecían menos de lo que valía… Para poder representarme, de hecho, tuve que pasar de ser actor a ser autor, productor, porque nadie me daba pelota. Golpeaba puertas, me miraban y se reían. Alguna vez hasta me dijeron “vos sos de Paraná, ¿no?”, como si fuera una cosa disminuida… Yo tuve que estrenar “El Amateur” con una estrategia: si no te gustaba la obra, te esperaba en el hall y te devolvía el dinero. Pero evidentemente, esa necesidad que sentía yo, coincidió con la necesidad de mucha otra gente: la gente se siente identificada porque le estaba pasando lo mismo. Argentina llegó a un nivel de hipocresía tan extremo que la gente cree que nadie se da cuenta de nada: pero todos nos damos cuenta, lo tragamos y nos vamos a nuestras casas. Creo que transformé eso en algo que termina siendo un espejo, que coincide con el sentir de muchos otros.
“A los 20 me di cuenta que tenía una cualidad: me acostumbraba con mucha facilidad a hacer lo que no me gustaba. Era muy elogiado, pero adentro mío latía algo que no era eso que yo era”
- Decías que para poder representarte tuviste que ser tu propio autor y productor. También, tuviste que fundar tu propio teatro.
- Abrimos el Chacarerean por dos razones. Cuando estrené “El Amateur”, sentía que la sorpresa fue tan grande que me miraban como diciendo que después de eso, no quedaba nada. Como si quisieran que me muriera, como James Dean. Pero yo quería seguir haciendo lo que hice siempre: ver qué quería hacer arriba del escenario, escribir, convocar gente… Entonces, se me ocurrió abrir el teatro, para distraerlos, para que tuvieran de qué hablar, esquivar esa comparación, ese destino de “El Amateur era más esto, más aquello…” Así que fue una estrategia. Y veníamos de 2001, y me daba la sensación de que nos quedábamos sin país: si Argentina se transformaba en lo peor, pensaba, si al menos tuviera cerca de casa un lugar donde hacía lo que me gustaba, y bueno, que pase lo que pase, yo me encerraría ahí a hacer cosas lindas. Busqué un galpón cerca de casa, cuando Palermo era todavía territorio de talleres mecánicos, y de hecho el primer galpón que quise alquilar no me dejaron, me dijeron que la gente no iba a ir al teatro en Palermo… Después empezaron a abrir bares, restoranes, pero no es que yo era un visionario: lo hice porque estaba a tres cuadras de casa, venía de hacer “El Amateur” en el centro y cada vez que iba estaba todo cortado por las marchas… Esas fueron las razones de la apertura del teatro, fue un poco por necesidad, yo no deseaba tener un teatro, había sido boletero y sabía que tener un teatro era salir corriendo todo el tiempo por caños rotos, no era tener las llaves de un auto que las chicas iban a mirar… Un teatro es un polirrubros de emergencias.
El polirriburos de emergencias presentó entre 2020 y 2021 una crisis para la que nadie estaba preparado: la pandemia cerró las salas durante un largo período, convirtiendo a los teatros en especies de “hoteles abandonados”, dice Dayub. “Pensé que podía ser el fin, que no íbamos a poder aguantarlo”, relata sobre el Chacarerean, pero finalmente “logramos sobreponernos a la ola”.
Y allí se muestra cada jueves, un día después de las funciones de “El Equilibrista” en Buenos Aires, en El Nacional, “El Amateur, segunda vuelta”, reestreno del clásico que lanzó a Dayub al estrellato, la historia de El Pájaro y Lopecito, que logran encontrar un objetivo común y arriesgan todo lo que tienen para lograrlo. Juntos producen un milagro: que el sueño de uno se transforme en el sueño del otro.
Un regreso que Dayub decidió durante la pandemia. “Entré a un galpón que me pareció el escenario ideal para ‘El Amateur’… y sentí que lo que necesitaba”, dice sobre la pieza. “Sentí que la gente estaba necesitando una metáfora que era la que contenía ‘El Amateur’: que el sueño de uno se convirtiera en el sueño del otro. Me parecía que ‘El Amateur’ saltaba la grieta: dos que no tienen nada quieren hacer algo imposible, uno se sube al sueño del otro… Me parecía que era la metáfora que los argentinos necesitamos. Es muy ambicioso decir esto… pero salgo y la gente agradece el espectáculo”.
“Creo”, agrega, “que hacen falta este tipo de historias: así como uno lee el diario y termina convencido de que la salida es muy lejana, que el mundo ya no tiene solución, uno va al teatro a ver ‘El Amateur’ y piensa ‘sí, se puede, se puede lo imposible’. Por eso está en cartel. Y por eso me da una felicidad tan grande hacerla: por lo que termina pasando con la gente”.
- Está claro que es un momento muy complicado para Argentina.Tomando esto que decís de la metáfora de “El Amateur”, ¿estamos inundados de cinismo y pesimismo?
- Sí. Cuesta ver esa gran mayoría de argentinos que quiere lo mismo. No aparecen en ningún lado. Una mayoría que reclama honestidad, veracidad, identidad: todo eso no cotiza en el mercado, pero es lo que nos va a permitir encontrar un camino más esperanzador que el que vemos habitualmente.
- “El Amateur” trabaja con los sueños de esos personajes casi marginados, y creo que se puede tejer un hilo entre esa idea y lo que trabajás en “El Equilibrista”, que ahora estás haciendo en simultáneo.
- Yo digo que son la combinación perfecta: me representan absolutamente, uno representa mi familia y otro lo que rodea a mi familia.
- Tenés “El Equilibrista” los miércoles, los jueves “El Amateur”, los fines de semana salís de gira con “El Equilibrista”, dirigís “Inmaduros”... ¿Cómo hacés para mantener el equilibrio?
- Tengo una familia que entiende y me permite tener esta cantidad de trabajo. Pero casi que no lo siento como trabajo: es lo que quise hacer desde siempre.
“El equilibrista” recorre algunas postales en la vida de personajes entrañables en los que Mauricio dayub se transforma con virtuosismo
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