La nocturnidad platense azotada por ruidos molestos y excesos
Edición Impresa | 1 de Noviembre de 2022 | 02:26

En numerosas ocasiones se reflejaron en esta columna –y hay que reiterarlo ahora- las protestas de vecinos de distintos barrios de la Ciudad por los excesos que ocurren en horas de la noche y la madrugada, en especial los fines de semana, relacionados a los ruidos molestos que causan las fiestas clandestinas, así como a los desbordes propios de las picadas y las aglomeraciones de motos con escapes libren.
Tal como se dijo ayer en este diario, la nocturnidad platense se transformó en una creciente pesadilla para los vecinos de distintas zonas de la Ciudad. Fiestas clandestinas, motos con escapes abiertos, músicas a todo volumen, excesivo consumo de alcohol, forman parte de un combo que genera cada vez más quejas de los frentistas afectados.
Es verdad que los contingentes de personas que protagonizan esos encuentros –en su mayoría jóvenes- resultan ser tan nutridos que, ciertamente, se pueden ver dificultados los operativos que puedan realizarse. Por dar un solo ejemplo, se están presentando en los últimos meses columnas de varias cuadras ocupadas por motociclistas, que transitan hacia diferentes zonas y por diversos motivos, y desde luego que el ruido de los escapes resulta atronador y hasta atemorizante para los distintos vecindarios.
Lo mismo puede decirse de las aglomeraciones de personas hasta altas horas de la madrugada en las ruidosas movidas de plaza Malvinas y otros lugares; de las picadas que aparecen en el Bosque, en la 520 o en otras avenidas y de las fiestas clandestinas, a las que suelen asistir centenares de personas y que no dejan de propalar música a todo volumen.
Es cierto también que a la Comuna, a la Policía provincial y, llegado el caso a la Justicia, les incumbe evitar estos verdaderos desbordes, pero también da la impresión de que está faltando un esfuerzo conjunto, institucional y social, encaminado a concientizar sobre todo a los más adolescentes sobre los derechos y obligaciones que impone la vida en común y, también, acerca de lo que significa un uso responsable de los espacios públicos.
De sobra se conoce que, pese a los avances culturales y legales registrados en las cuestiones medioambientales, muchos vecinos continúan indefensos frente al bombardeo de una contaminación sonora que se presenta en distintas formas, ya sea la que plantean los boliches o clubes nocturnos en zonas densamente pobladas como, también y desde luego, la que suelen producir algunas industrias que no controlan sus emisiones y la modalidad de los escapes libres de los distintos automotores.
Puede hablarse, asimismo, del caso muy común de algunos automóviles que disponen de poderosos equipos de música –de tal magnitud que muchos de ellos virtualmente anulan el asiento posterior y el baúl para instalar los poderosos parlantes- y que muchas veces se desplazan propalando música a todo volumen frente a inspectores o policías que no los detienen. Esta pasividad de los agentes es demostrativa del escaso o nulo empeño que ponen las autoridades para prevenir y combatir a la contaminación sonora.
Los especialistas han coincidido, a través de muchos testimonios, a la hora de señalar que en la Región existe vía libre para los ruidos molestos. Ninguna autoridad se siente conminada a actuar, pese a que las leyes así se lo prescriben.
Además de que se han dictado fallos en varios tribunales judiciales que reprobaron y ordenaron sancionar a los responsables de la contaminación sonora, los organismos administrativos y policiales con incumbencia debieran intensificar su acción para evitarla. Aunque también, como se ha dicho, es imperativo que se promuevan –sobre todo a partir de la educación primaria y secundaria- principios que capaciten a los más jóvenes a respetar la mejor calidad de vida de toda la población. No hacer nada, en cambio, implicaría admitir que el problema es insoluble, esto es, dar paso al libre arbitrio de cada uno.
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