“La uruguaya”: la historia de la película de los dos mil productores
Edición Impresa | 18 de Noviembre de 2022 | 06:30

“La uruguaya” fue en 2016 un fenómeno editorial: la novela de Pedro Mairal, el monólogo neurotizado de un escritor que viaja al vecino país con la excusa de traerse unos dólares salvadores y pasa el día con una muchacha que lo enamoró una tarde en una playa, fue durante un par de temporadas una de esas lecturas que se comentan y se pasan. Hernán Casciari, editor de Orsai, estuvo entre los lectores. Y tuvo la idea de hacer una adaptación, utilizando el mismo método que sus revistas: el financiamiento colectivo.
A la iniciativa de la adaptación, que se verá esta noche en el Select, en el marco del Fesaalp, se sumaron 1.961 productores. Pero el proyecto no tenía quién lo guíe, y Casciari pensó en Ana García Blaya, que había deslumbrado con su ópera prima, “Las buenas intenciones”.
Ex alumna de la Universidad Orsai, García Blaya recibió el llamado con muchas dudas. Con una sola película bajo el brazo, que además era una historia personal, propia, no se sentía segura de tomar la adaptación de una novela que, además, relata en diálogo con EL DIA, no tenía demasiado que ver con ella, con un protagonista varón.
Pero “lo charlé con compañeras directoras” y ellas le dijeron “que ocupara el espacio: ¿cuándo llaman a una mujer cuando tienen tanta plata?, me decían. Seguro va a ser algo mejor que si otra vez cuenta un varón. ¿Y cuántas veces un director varón dirigió una historia de mujeres?”
García Blaya cuenta que en esas charlas comprendió que “hacer cine es un acto de feminismo, no sabés las que tenés que pelear. Yo mujer, super principiante... y por lo menos ahora no soy tan joven, siento que me puedo plantar”. Y aceptó el encargo, pero se plantó con una idea. “Sabía que para hacerla iba a tener que apropiarme de la historia”, y así es propuso el giro radical para la adaptación de “La uruguaya”: la narradora sería ahora Cata, la pareja del protagonista.
“Hacer cine es un acto de feminismo, tenés que pelear. Y ahora no soy tan joven, me puedo plantar”
Ana García Blaya,
directora de “La uruguaya”
“El guión tenía la misma voz en off que el libro: masculina”, cuenta. La voz en off, además, de este narrador que no cede la voz, que no da lugar a otras versiones de la historia, mientras justifica sus furcios ante su ex. García Blaya tomó la decisión de convertir la voz en off, y “pensé que era una boludez”, pero, al contrario, probó ser todo un desafío, “meses de pruebas”. Pero valió la pena, dice.
“Con la voz en off masculina a él lo odiabas. Y un poco había que quererlo”, se ríe la cineasta, que escribió una primera voz en off femenina “más burlona, más resentida. Pero no me gustaba ese lugar”, un lugar revanchista para Cata.
Ya en su primera película aparecía un varón irresponsable, y allí, García Blaya, que contaba la historia desde la perspectiva de una chica que idealiza a su padre, sentía que no le había hecho justicia a la mujer que aguantaba a ese padre inimputable. Esta era una oportunidad, entonces.
“Hay una primera versión del guion donde está explicitado que quienes le roban es la banda de amigas de Guerra. Y los guionistas planteaban que era una resolución feminista. Y yo decía, ¿por qué la piba siempre se está vengando? Yo leí el guión y lo festejé, pensé ‘el chabón se lo merece’, pero después lo pensé. Y el feminismo es un poco eso, estar pensando todo el tiempo, entender que no es hacer lo mismo al revés, es reflexionar y tratar de horizontalizar todo. No es una venganza el feminismo”.
Así apareció esta Cata más superada, “contandolo desde otro lugar, superada, sorora con Guerra”, la muchacha uruguaya en cuestión (el título remite también, claro, a una maniobra menos que legal para despojar al otro de sus bienes).
Y convenció del cambio a Mairal, un aliado desde el inicio de la producción. “Participó del guión y hasta aportó un tema musical”, cuenta García Blaya, y revela que el escritor estaba desilusionado con las adaptaciones cinematográficas desde “Una noche de Sabrina Love”. La directora le explicó entonces que “su obra es su obra: nunca va a ser igual a la novela, ni siquiera si la dirige él, porque nadie hace la película que imagina, hace la que puede, con el presupuesto que tiene, con los actores como le respondieron. Pero el libro de él ya está a salvo. El guión es otra obra, y la película es otra obra, que además dirijo yo, que soy mujer”.
Mairal entendió. Y “acompañó el cambio”, al igual que los casi 2.000 productores que “aportaban, pero la decisión final la tenía yo”.
“Fue una cosa rarísima: que un privado te de la plata, y te diga hacé lo que quieras… no creo que se vuelva a repetir”, se rie la directora.
La película de los 2.000 productores, cuenta, llegó con una sola condición: “Que comunicáramos todo lo que hacíamos. Y era así: íbamos a ver locaciones, y había un link de Zoom para que le contáramos lo que habíamos hecho”.
“Teníamos que mostrar en qué gastamos, cuánto cobraba cada uno. Los productores siempre trabajan de forma transparente, pero se guardan un puchito por si hay un imprevisto, llevan de un lado del presupuesto a otro. no es que alguien se lleva la plata: nunca alcanza la plata”, relata. Todo eso había ahora que explicarlo y explicitarlo.
Fue una de las tantas promesas que realizó Casciari, quien también anunció que el casting sería a votación. “Pero yo hice las combinaciones a votar, fui filtrando”, comenta García Blaya, y se ríe al recordar que “yo lo viví como la final del mundo. Pero por suerte ganaron mis finalistas”.
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