Mas allá del discurso de la Vicepresidenta, el acto fue el mensaje

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Por MARIANO PEREZ DE EULATE

mpeulate@eldia.com

Más allá del contenido del discurso de casi una hora que pronunció el jueves Cristina Kirchner en La Plata, el acto en sí fue el mensaje. Buscó mostrar “lo que tiene”, lo que genera en la feligresía peronista del Conurbano, aquello por lo cual se siente hace años la gran electora del PJ. Su prédica en el interior del país es otro cantar, tal vez materia de próximas movidas partidarias o de búsquedas de nuevas alianzas que hoy parecen no existir o no patentizarse.

Alberto Fernández es uno de los destinatarios de ese recado simbólico que Cristina ejerció en el Estadio Único. Hasta donde se sabe el Presidente insiste en desafiarla sugiriendo que el oficialismo debe decidir sus candidaturas principales de 2023 en una Primaria Abierta. Lo que es igual a decir que no debería correr el dedazo de la vice, como ha sucedido en oportunidades anteriores e incluso con él mismo, en 2019, con aquel tuit anunciando que era el elegido por ella.

La justicia

Las 50 mil personas movilizadas por el aparato peronista del Gran Buenos Aires -lo que incluye a La Cámpora, que parece cada vez más limitada a ese espacio geográfico aún cuando declara ímpetu de corriente nacional- pretenderían también interpelar a la Justicia, como quedó demostrado en el discurso de Cristina. Esa corporación que la tiene a mal traer por diferentes razones y que la Vicepresidenta erige como un enemigo político. Porque, en tanto cabeza del Poder Legislativo nacional, es con lógica política que se le enfrenta: desde los jueces y fiscales que la juzgan en el caso Vialidad hasta una Corte Suprema en la que no tiene una pizca de injerencia.

La obvia centralidad de Cristina en el oficialismo, ratificada ampliamente el jueves, y la posibilidad de que sea la candidata del peronismo en el próximo turno buscarían un efecto amedrentador sobre el Poder Judicial. Que, a decir verdad, en el pasado ha ralentizado muchas de las causas que la involucran, en función de su grado de poder efectivo del momento. Por supuesto que el “summum” de esa actitud invadida de un componente especulativo se dio en el período en el que ella fue presidenta de la Nación.

Para que esos mensajes sean realmente efectivos según fueron concebidos, necesitan de una estudiada indefinición, de la prolongación del misterio hasta que éste deje de ser útil porque haya llegado el momento justo de develarlo: si será candidata y en qué lugar de la boleta. Es por eso que el jueves la vice no precisó si aceptará el clamor mayor de su tropa, el “Cristina Presidenta” que bajó de las tribunas y que tuvo a su hijo Máximo, titular del mayor aparato político del país, el PJ bonaerense, como agitador principal desde el para avalancha.

ADMINISTRAR EXPECTATIVAS

¿Para qué contestar la gran pregunta ahora si hay tiempo hasta mayo o junio del año que viene? ¿Por qué adelantar estrategias para darle tiempo a las expresiones del propio justicialismo que la miran con desconfianza y a la oposición para generar respuestas políticas, contraataques? Cristina, se sabe, es ducha en eso de administrar las expectativas.

Es que la fortaleza de la eventual candidatura de Cristina, y el factor amedrentador que ésta podría generar en los ámbitos y personas antes mencionados, se ha iniciado mostrando los apoyos que tiene en el peronismo (intendentes, sindicalistas, el camporismo) para luego probablemente avanzar a la fase de expansión de esa base de leales, que asoma escasa o limitada para el objetivo mayor. La ilusión de volver a seducir a votantes de afuera de la grieta, que apoyaron aquella propuesta moderada que ella ofreció hace tres años, entronizando a Alberto, pero que se han ido alejando al ritmo del manejo cuestionable de la pandemia, la vacunación y los desaciertos económicos.

En esa clave habría que leer las novedades discursivas de la Vicepresidenta. Como el descubrimiento de que hay un gran problema de inseguridad en la Provincia de Buenos Aires o la postura de prometer un intangible en clave esperanzadora (volver a la supuesta alegría que se vivía en sus gestiones) en vez de marcar todo el tiempo los errores de Fernández, como hizo hasta que quisieron atentar contra su vida.

Incluso un futuro renunciamiento a la candidatura presidencial para bendecir a un delfín necesita que el operativo clamor esté en su máxima expresión para que tenga un impacto político fulminante y sirva de empuje para el elegido o elegida.

Nota al pie: fue muy comentado entre los asistentes al Estadio Único que al final de su discurso sólo subieron al escenario Axel Kicillof y Wado de Pedro.

LA INFLACIÓN

Hilando fino, el acto platense también dejó una certeza: Cristina no le encuentra la vuelta a cómo referirse a la gran preocupación dominante en la población: la inflación. ¿Realmente se puede hacer campaña eludiendo ese tema? ¿Puede perdurar ese ensayo raro de mostrarse casi ajena al gobierno nacional si sale a jugar la carrera mayor? Suena difícil.

Un trabajo de la consultora Synopsis, dirigida por le politólogo Lucas Romero, arrojó que el 59 por ciento de la ciudadanía en general define a la suba de precios como su principal inquietud. Y dentro de los consultados que se identifican como votantes del Frente de Todos, ese guarismo llega al 50 por ciento. Será imposible esquivar el tema inflación o sólo mantener como elíptica estrategia para referirse a ella recordar que el salario, hasta que Cristina dejó la Rosada, tenía mejor poder adquisitivo. Tal vez la Vicepresidenta esté esperando que se cumpla la promesa que le hizo el ministro Sergio Massa, respecto a que el año entrante el índice maldito del Indec tendrá una tendencia a la baja.

 

Cristina Kirchner

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